Estoy tan sorprendido como tú, indignado y triste porque ni siquiera he visto la película Presunto Culpable que fue prohibida el día de hoy por una juez, supuestamente por iniciativa de un jovencito, primo del asesinado, que probablemente mal lee pero que ahora resultó un verdadero experto en leyes y ha pasado a damnificar a miles de ciudadanos que estábamos en la fila para comprar el boleto de entrada.
Pocos en México somos ajenos a la trama, es cierto, yo por ejemplo me soplé la sinopsis demasiado completa de Héctor Mauleón que Nexos publica en su edición de este mes, pero me quedaron ganas de verle el rostro al cinismo de todo ese aparato que manipula y acomoda las leyes a su antojo y conveniencia. Secretarios que dictan sentencias, jueces peregrinos, judiciales buenos y muy malos; abogados corruptos y creativos –como los jóvenes realizadores del documental-, en fin, la mueca esa que tan bien conocemos los que vivimos aquí, el gesto de cinismo, de valemadrismo (“papá, acabo de ver unos agentes de tránsito embriagándose en plena calle”, me dijo mi hija apenas ayer, al regresar de la escuela a las 4 de la tarde). No, no, no.
Pasando a otras cosas, pero en reserva de que me vaya a demandar alguno de mis ochenta informantes (“yo no autoricé a salir en un libro”) por aparecer en mi libro, esta tarde, a las 18 horas, presento nuevamente el llevado y traído libro de Cien años de recuerdos poblanos, ahora acompañado por dos pesos completos de la academia: la historiadora Ana María Huerta y el urbanista Carlos Montero Pantoja. La cita es en el salón Paraninfo del Edificio Carolino, ni más ni menos, haciéndome un honor que no merezco pero que disfrutaré opíparamente. Ahí te espero.
Pocos en México somos ajenos a la trama, es cierto, yo por ejemplo me soplé la sinopsis demasiado completa de Héctor Mauleón que Nexos publica en su edición de este mes, pero me quedaron ganas de verle el rostro al cinismo de todo ese aparato que manipula y acomoda las leyes a su antojo y conveniencia. Secretarios que dictan sentencias, jueces peregrinos, judiciales buenos y muy malos; abogados corruptos y creativos –como los jóvenes realizadores del documental-, en fin, la mueca esa que tan bien conocemos los que vivimos aquí, el gesto de cinismo, de valemadrismo (“papá, acabo de ver unos agentes de tránsito embriagándose en plena calle”, me dijo mi hija apenas ayer, al regresar de la escuela a las 4 de la tarde). No, no, no.
Pasando a otras cosas, pero en reserva de que me vaya a demandar alguno de mis ochenta informantes (“yo no autoricé a salir en un libro”) por aparecer en mi libro, esta tarde, a las 18 horas, presento nuevamente el llevado y traído libro de Cien años de recuerdos poblanos, ahora acompañado por dos pesos completos de la academia: la historiadora Ana María Huerta y el urbanista Carlos Montero Pantoja. La cita es en el salón Paraninfo del Edificio Carolino, ni más ni menos, haciéndome un honor que no merezco pero que disfrutaré opíparamente. Ahí te espero.
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