Nadie supo decirme qué pasó en El Álamo, Texas después de ver en el Cine Variedades la película dirigida y protagonizada por John Wayne en 1960, aunque lo más seguro es que tampoco haya preguntado a nadie sobre su significado en nuestra historia, su importancia en la geografía y la notable ausencia de una versión mexicana de esa batalla que marcó el destino de la joven nación, con apenas once años de independencia. Lo cierto es que la batalla de El Álamo está revestida por un mito en donde los mexicanos, para no variar, muestran su ancestral salvajismo y sed de sangre al masacrar a un puñado de colonos mal armados que imploraban paz.
Lo indiscutible es que el 7 de marzo de 1836 El Álamo, poblado norteño del estado de Coahuila-Texas, amaneció con los vestigios de una cruenta batalla de trece días que terminó la noche anterior, cuando los mexicanos, comandados por el inefable Antonio López de Santa Anna, tomaron por fin a sangre y fuego la población. La leyenda, ampliamente difundida en televisión y películas, hasta de Walt Disney, dice que sólo dos texanos pudieron sobrevivir a la andanada de un ejército muy superior en número de hombres. Habla de 257 texanos muertos pero poco habla de los 600 mexicanos caídos en combate.
El Álamo no es la acción más heroica de los mexicanos, ciertamente, pero es una de las pocas batallas ganadas contra un ejército invasor y podríamos haberle dedicado, si no un monumento, por lo menos alguna clase de recuerdo los 6 de marzo. Como se sabe, fue el preludio de una desgracia mayor que a mi modo de ver hubiera ocurrido con El Álamo o sin él: la pérdida de medio territorio. Después de la batalla, Santa Anna avanza con su ejército y por falta de previsión es capturado en San Jacinto y así, prisionero, es obligado a firmar el Tratado de Velasco con el que pone la primera piedra de la independencia de Texas y otros extensos territorios norteños, que ocurriría diez años después.
Remember el Álamo, dicen todavía los texanos para exaltar la peligrosidad del carácter de los mexicanos. Recuerden El Álamo, deberíamos decir los mexicanos, para ensalzar un espíritu combativo que algún día tuvimos y que ahora hemos extraviado en la oscura noche de la historia.
Lo indiscutible es que el 7 de marzo de 1836 El Álamo, poblado norteño del estado de Coahuila-Texas, amaneció con los vestigios de una cruenta batalla de trece días que terminó la noche anterior, cuando los mexicanos, comandados por el inefable Antonio López de Santa Anna, tomaron por fin a sangre y fuego la población. La leyenda, ampliamente difundida en televisión y películas, hasta de Walt Disney, dice que sólo dos texanos pudieron sobrevivir a la andanada de un ejército muy superior en número de hombres. Habla de 257 texanos muertos pero poco habla de los 600 mexicanos caídos en combate.
El Álamo no es la acción más heroica de los mexicanos, ciertamente, pero es una de las pocas batallas ganadas contra un ejército invasor y podríamos haberle dedicado, si no un monumento, por lo menos alguna clase de recuerdo los 6 de marzo. Como se sabe, fue el preludio de una desgracia mayor que a mi modo de ver hubiera ocurrido con El Álamo o sin él: la pérdida de medio territorio. Después de la batalla, Santa Anna avanza con su ejército y por falta de previsión es capturado en San Jacinto y así, prisionero, es obligado a firmar el Tratado de Velasco con el que pone la primera piedra de la independencia de Texas y otros extensos territorios norteños, que ocurriría diez años después.
Remember el Álamo, dicen todavía los texanos para exaltar la peligrosidad del carácter de los mexicanos. Recuerden El Álamo, deberíamos decir los mexicanos, para ensalzar un espíritu combativo que algún día tuvimos y que ahora hemos extraviado en la oscura noche de la historia.
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