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Tarde de centro


Ayer fuimos al centro de Puebla a participar en la protesta ciudadana contra la violencia, en apoyo a la convocatoria de Javier Sicilia. A diferencia de los partidos políticos, los ciudadanos no tienen ni la experiencia ni la infraestructura para sacar adelante este tipo de reuniones. Con todo y todo fuimos unas mil o mil quinientas las personas que acudimos al llamado, nada mal en una ciudad sin demasiada violencia.


Entre los asistentes muchos conocidos entre escritores, poetas, periodistas y académicos. Un micrófono con un radio de acción de diez metros fue por supuesto insuficiente para que el conjunto escuchara los poemas y las lecturas que se hicieron desde algún lugar detrás de las velas encendidas, pues sólo los muy altos pudieron ver a la gente que hablaba. Después de esos diez metros, los asistentes de atrás, ignorando que se daban discursos, gritaban consignas poco polifónicas (“no más sangre”) y echaban chorcha y desmadre con sus acompañantes. Estuvimos una media hora ahí parados.


Creo que podría aprovecharse la reunión de tantos poetas y crear algunas consignas más afortunadas, algo así como: “¡sangre, hambre, fiambre… estamos hasta el estambre!”, bueno, pero que fueran más coherentes que esa que se me ocurrió, porque estoy lejos de ser poeta. “No es un alarde, estamos hasta la madre” tiene un poco de mayor sentido, pero su versificación es imperfecta. En fin, podría hacerse una convocatoria para recopilar algunas buenas frases de consigna, una colecta para un micrófono decente, unos jacales para subir a los oradores y todo sería un éxito.


La tarde se la llevó una original protesta de un grupo civil llamado Actívate por Puebla que fue y depositó a las puertas del Congreso local una piedra de seis toneladas decorada con colores abstractos y buen gusto. Cuando pasamos por ahí las autoridades, con una enorme grúa, hacían intentos por removerla (pensamos que la quitarían, pero sólo la pegaron a la acera), rodeada por buena parte de los elegantes diputados debidamente pagados a uno o más teléfonos celulares. ¡Cómo cambia la gente! Se convierten en diputados (los convertimos, debería decir) y automáticamente se bañan y se les pega un teléfono a la oreja. Y así se están tres años, con mirada de autistas que no ven ni escuchan nada de la realidad, sólo las palabras de sus poderosos coordinadores.


Bueno, pues la piedra estará ahí hasta que se apruebe la nueva ley de transparencia para el Estado. Se ve rara la piedra, es una extraña metáfora de los inquilinos del Congreso, muy arreglada, dura, pesada, nada más cercano a la transparencia que ella. Y bien por quien haya tomado la decisión de dejarla ahí. La fotografía es de La Jornada de Oriente en su edición de hoy.



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