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Yanquis biliosos


El 11 de abril de 1916, sin ninguna elegancia pero con una fuerza de diez mil soldados –y algunos dicen que veinte mil- la expedición punitiva yanqui que perseguía a Pancho Villa, llega hasta sus límites planeados de 400 millas al sur de Columbus: Parral, Chihuahua, donde la población no los recibe bien, atacándolos con piedras y palos.


Los “valientes” soldados contraatacan a la población inerme, dejando un saldo de cincuenta víctimas, entre muertos y heridos, que no logró aplacar la frustrante persecución del fantasma mexicano –apenas comparable con el moderno Bin Laden en Afganistán-, pues aunque el ejército gringo, bajo el mando del implacable Black Jack Pershing, echó toda la carne bélica al asador del desierto de Chihuahua, utilizando maquinaria de guerra: autotransportes para la tropa, tanques, carros blindados, motocicletas, aviones y dirigibles, se dice que Villa iba detrás de ellos escondido en la polvareda que dejaba semejante movilización. Y no contento con eso, en un momento dado, el piloto de un avión aterrizó en la retaguardia del avance y ¿quién se encontró?, pues al mismísimo Francisco Villa, quien lo aprehendió, le quitó el avión y se fue a dar una vuelta por los aires para valorar y burlarse del enorme ejército que avanzaba cansino por el inclemente suelo, que en los calores de abril y con los terregales que hace en este mes en el estado de Chihuahua, no era un paseo placentero.


Es cierto, los yanquis ganaron experiencia que les sería muy útil un año después en la primera guerra mundial, probaron la eficacia de sus instrumentos y los utilizaron con ventaja en la guerra europea, pero el hecho de no haber tenido la más mínima posibilidad de apresar a Villa fue una gran decepción. Pasaron los días y los meses, nomás las moscas los recibían, cariñosas como son, hasta febrero de 1917 cuando decidieron que era conveniente regresar a su país. Villa se había salido con la suya, no había nada qué festejar. Como decía un corrido de aquella época que contaba los sucesos: “Aquellos soldados muestrábanse biliosos…” Y quién no.



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