Lo que vemos es a un hombre cansado, sordo, agotado no tanto por sus largos ochenta años sino por un dolor de muelas espantoso que no le permite casi pensar. Lleva 39 años en el poder y por primera vez se ha atrevido a pensar seriamente en dimitir, de acuerdo a lo que confió al señor obispo desde el día 17. Motines populares, dolor, cansancio. Ya. La noche anterior Porfirio Díaz comenzó a redactar su esperada renuncia para pronunciarla el día de hoy, 25 de mayo de 1911, ante el pleno de la Cámara de Diputados:
“El Pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores…” Etcétera, etcétera.
Firmada la paz con los tratados de ciudad Juárez el camino a París se abre franco. No hay necesidad de más sangre ahora que el pueblo “se ha insurreccionado en bandas milenarias armadas”, afirma en su despedida. “No conozco hecho alguno imputable a mí que motivara ese fenómeno social; pero permitiendo, sin conceder, que pueda ser culpable inconsciente, esa posibilidad hace de mi persona la menos a propósito para raciocinar y decir sobre mi propia culpabilidad.”
La culpabilidad de los tiranos es la ceguera, Porfirio. Nadie te quiere aquí… ¿o sí? ¡Qué haremos sin don Porfirio! La Cámara de Diputados aprobó por unanimidad la renuncia, pero no hubo aplausos. Las miradas incómodas se arrastraban por los pasillos del palacio cargadas de emoción y preocupación. Los gritos de la chusma afuera dificultaban el desciframiento de los susurros interiores. Dolor, gritos, vejes, cansancio. ¿Qué estoy haciendo aquí?
París, Europa y sus palacios; Díaz será recibido como dignatario por el rey español Alfonso XIII en el palacio de la Zarzuela; será invitado por el káiser Guillermo II de Alemania; se curará de su infección bucal, viajará por los Alpes de Suiza, por las pirámides de Egipto. ¿Qué estoy haciendo aquí?
“Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir, llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas. Con todo respeto.”
Dolor, infección, hartazgo.
“El Pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores…” Etcétera, etcétera.
Firmada la paz con los tratados de ciudad Juárez el camino a París se abre franco. No hay necesidad de más sangre ahora que el pueblo “se ha insurreccionado en bandas milenarias armadas”, afirma en su despedida. “No conozco hecho alguno imputable a mí que motivara ese fenómeno social; pero permitiendo, sin conceder, que pueda ser culpable inconsciente, esa posibilidad hace de mi persona la menos a propósito para raciocinar y decir sobre mi propia culpabilidad.”
La culpabilidad de los tiranos es la ceguera, Porfirio. Nadie te quiere aquí… ¿o sí? ¡Qué haremos sin don Porfirio! La Cámara de Diputados aprobó por unanimidad la renuncia, pero no hubo aplausos. Las miradas incómodas se arrastraban por los pasillos del palacio cargadas de emoción y preocupación. Los gritos de la chusma afuera dificultaban el desciframiento de los susurros interiores. Dolor, gritos, vejes, cansancio. ¿Qué estoy haciendo aquí?
París, Europa y sus palacios; Díaz será recibido como dignatario por el rey español Alfonso XIII en el palacio de la Zarzuela; será invitado por el káiser Guillermo II de Alemania; se curará de su infección bucal, viajará por los Alpes de Suiza, por las pirámides de Egipto. ¿Qué estoy haciendo aquí?
“Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir, llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas. Con todo respeto.”
Dolor, infección, hartazgo.
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