Cualquiera podría pensar que don Venus tenía unos cien años de edad. Noventa cuando menos, ochenta siendo amable. Pero no, Venustiano Carranza tenía apenas sesenta años de edad cuando arribó en forma de fiambre a la ciudad de México el 24 de mayo de 1920. Con todo, los embalsamadores hicieron buen trabajo en su cadáver, no sólo al conservarlo durante cuatro días de aquel lluvioso y caluroso mayo, sino en el rostro del viejo constitucionalista, que lucía restirado y suave, como si tuviera cincuenta. Edad indefinida la de algunos muertos, sobre todo si son célebres como lo era “El Viejo”.
Cuatro días antes, en una casucha de madera donde se había refugiado de las tormentas que suelen caer en la sierra norte de Puebla, don Venus recibió las ráfagas de balas ciegas disparadas a la oscuridad por los hombres del general Rodolfo Herrera, que lo siguió como un perro de presa por toda la sierra hasta que lo alcanzó en Tlaxcalantongo.
Atrás quedaba el alto y robusto hacendado de Coahuila que se unió a la lucha tras el asesinato de Madero con el firme propósito de derribar a Victoriano Huerta, el usurpador y asesino. Había pasado seis años en el poder ejecutivo mexicano y su mayor satisfacción, que era la cereza del pastel carrancista, fue ver proclamada una constitución política a la altura de los tiempos. Había vencido a Villa en Celaya, aniquilado a Zapata en Chinameca, pero ese propio brazo armado, aunque mocho, era el que ahora se había volteado contra él. Y mira nomás la condición en que lo dejó, todo agujereado. Pero si con el cadáver de Zapata hubo suspicacias y sospechas, que dizque no era el general, el bulto inmóvil de don Venus no dejaba dudas a la especulación. Un poco hinchado, quizás, sin sus famosos lentecitos quevedos que lo identificaban tanto, pero era él, con sus barbitas blancas y deslavadas. El Rey Viejo que describió Fernando Benítez.
“A Carranza lo conocí por el rumbo de Atlixco –me contó doña María Santillana en su casa de la 7 Oriente de la capital-, a él le cantaban un corrido que decía: `Con las barbas de Carranza voy a hacer una tortilla pa`ponérselo de sombrero al general Pancho Villa`.”
Días después, en el Congreso de la Unión, el jefe del Plan de Agua Prieta, Adolfo de la Huerta, es designado presidente interino de la República para cubrir el periodo que don Venus dejaba inconcluso, hasta el 30 de noviembre de ese año.
Cuatro días antes, en una casucha de madera donde se había refugiado de las tormentas que suelen caer en la sierra norte de Puebla, don Venus recibió las ráfagas de balas ciegas disparadas a la oscuridad por los hombres del general Rodolfo Herrera, que lo siguió como un perro de presa por toda la sierra hasta que lo alcanzó en Tlaxcalantongo.
Atrás quedaba el alto y robusto hacendado de Coahuila que se unió a la lucha tras el asesinato de Madero con el firme propósito de derribar a Victoriano Huerta, el usurpador y asesino. Había pasado seis años en el poder ejecutivo mexicano y su mayor satisfacción, que era la cereza del pastel carrancista, fue ver proclamada una constitución política a la altura de los tiempos. Había vencido a Villa en Celaya, aniquilado a Zapata en Chinameca, pero ese propio brazo armado, aunque mocho, era el que ahora se había volteado contra él. Y mira nomás la condición en que lo dejó, todo agujereado. Pero si con el cadáver de Zapata hubo suspicacias y sospechas, que dizque no era el general, el bulto inmóvil de don Venus no dejaba dudas a la especulación. Un poco hinchado, quizás, sin sus famosos lentecitos quevedos que lo identificaban tanto, pero era él, con sus barbitas blancas y deslavadas. El Rey Viejo que describió Fernando Benítez.
“A Carranza lo conocí por el rumbo de Atlixco –me contó doña María Santillana en su casa de la 7 Oriente de la capital-, a él le cantaban un corrido que decía: `Con las barbas de Carranza voy a hacer una tortilla pa`ponérselo de sombrero al general Pancho Villa`.”
Días después, en el Congreso de la Unión, el jefe del Plan de Agua Prieta, Adolfo de la Huerta, es designado presidente interino de la República para cubrir el periodo que don Venus dejaba inconcluso, hasta el 30 de noviembre de ese año.
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