El 17 de mayo de 1863 termina el Sitio de Puebla. El general González Ortega, viendo perdida la esperanza de resistir sin refuerzos, decide rendirse incondicionalmente a los franceses. Era el fin de un sueño, iniciado con aquella insólita victoria del 5 de mayo del año anterior a la que siguió una heroica defensa de ocho largas semanas.
El sitio había iniciado el 16 de marzo y contra lo que pudiera creerse los franceses estuvieron a un pelito de sufrir su segunda derrota al hilo en la ciudad de Puebla. De hecho, se plantearon muy seriamente dejar esta ciudad por la paz y seguir a la ciudad de México, pues los del Ejército de Oriente se defendieron como gatos boca arriba en casi cada esquina del centro histórico de la hermosa ciudad, que quedó, obviamente, muy deteriorado.
Como se sabe, el emblemático general Zaragoza había muerto ocho meses antes del ataque, pero su espíritu andaba rondando por aquí y por allá, pues los franchutes no hallaban la forma de doblegar la resistencia. Sobre todo porque en los primeros días los invasores creyeron que sería un día de campo, pero al llegar a las cercanías del Paseo Bravo, cuál holgura. Encontraron una férrea tenacidad que los obligó a recular una y otra vez.
Con grandes esfuerzos lograron por fin tomar el templo de la Villita, frente al Gallito del propio Paseo Bravo y avanzaron una cuadra por la avenida Reforma con dirección al Zócalo. El la calle del Hospicio, actual 9 Sur, los esperaba el batallón de Porfirio Díaz que les impidió avanzar un metro más. Atacaron por San Agustín, en la 5 Sur y 3 Poniente e igual, tuvieron que retroceder no sin antes incendiar el convento. En Santa Inés no estaban las famosas chalupitas ni nadie más que beligerantes defensores. Lograron tomar el patio del convento pero nada más. El sitio ya duraba sesenta días, los defensores no tenían manera de recibir refuerzos, ni municiones, ni alimentos. Esto fue lo que reflexionó el comandante François Achille Bazaine a punto de abandonar el ataque y sucumbir una vez más en esta simbólica ciudad, pero esta vez su reflexión tuvo sentido. En efecto, los defensores no podían más.
El 17 de mayo González Ortega reunió a sus generales y ordenó destruir el armamento, pues entregaría la plaza a los franceses. Casi todos cayeron prisioneros, el propio González Ortega. Miguel Negrete, Juan C. Bonilla y Miguel Auza. Porfirio Díaz, con su costal de mañas que después los mexicanos conocieron tan bien, logró escapar.
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