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La levedad del ser



En 1648 aquella noble iglesia estaba parapetada en el poder político sin ambages. Un día como hoy, Marcos de Torres y Rueda, obispo de Yucatán, asume el gobierno de la Nueva España con el nombramiento de gobernador o presidente de audiencias. Pero ¿quién era el tal Torres?

Torres era un académico graduado en artes en la Universidad Complutense, de donde pasó a la universidad de Valladolid y posteriormente a la de Burgos. Hasta allí llegó el dedazo de Felipe IV que lo nombró obispo de Yucatán que, como todos sabían, estaba del otro lado del mar.

Si se habla de una carrera política meteórica la suya lo fue, aunque no por rápida puede decirse que fulgurante. Al año y seis meses de estar en México, el ajedrez de la política lo puso en el más alto cargo del poder, cuando el propio Felipe IV lo nombró Virrey y Presidente de la Audiencia.

La crónica de su breve mandato es ayuna en actos de gobierno importantes, que no sea la ejecución de trece individuos en la Plaza del Volador de la capital que fueron desmembrados por la Inquisición en lo que se llamaba un Auto de Fe, que tuvo como entremés a 99 penitentes que fueron latigueados para desquite de la fe, del auto o de algún piadoso juez. Todos se divirtieron mucho, excepto el virrey, que no pudo asistir porque estaba agonizante en su cama de alguna enfermedad tropical o algo parecido, muriendo diez días después, el 22 de abril de 1649.

La vida está en otra parte, reflexionó Milan Kundera, pero para Torres y Rueda no estaba acá. Por ello tomé prestado el nombre de otra de sus novelas sobre la levedad del ser.






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