viernes, 6 de mayo de 2011

Piernas de tango



Uno de mis primeros impulsos homosexuales –o un sentimiento parecido a ello- lo tuve admirando el rostro de Rodolfo Valentino, que me recordaba a la más bonita de mis tías. Con el tiempo percibí que la belleza de Valentino no era precisamente masculina y que el impulso aquel, paradójicamente, había sido heterosexual. Pero a estas alturas de mi vida ya no importaba. Ahora comprendía que Valentino era uno de los más grandes astros del cine, el primer latino.

Rodolfo Valentino nace el 6 de mayo de 1895 y cumpliría el día de hoy 116 años, lo que no le deseo ni a Valentino ni a nadie. Como casi todo en el Hollywood original, tan estadounidense, no era de los Estados Unidos, sino de Italia. Un jovencito mimado por su madre que no destacaba en otra cosa que no fuera la de buscarse líos escolares, esquineros y familiares. Probaron suerte en muchos ámbitos, lo enviaron a París, a Roma, en donde su principal habilidad consistía en dilapidar el dinero que se le daba. Entonces decidieron enviarlo a los Estados Unidos que entonces, más que ahora, era la tierra de la gran promesa.

En Nueva York Valentino vive en las calles y trabaja de cualquier cosa. Buen bailarín y gigoló, se enreda en una relación con una acaudalada dama chilena que, para no hacerte largo el cuento, termina asesinando a su marido. Valentino huye a Hollywood, en donde sus atípicas habilidades cobran sentido y devienen cualidades artísticas. En aquel cine mudo gobernado por un criterio estético muy blanco, representado por el jinete aquel, enmascarado y todo, de Dogulas Fairbanks, la aceitunada piel de Valentino y sus ojos soñadores y femeninos crearon una nueva tendencia que llegó para quedarse en el Séptimo Arte: el sex-symbol latino.

Después de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, papel por el que fue apodado “piernas de tango”, Valentino se convirtió en la mayor estrella masculina de su tiempo. El breve tiempo que duró en el planeta Tierra fue de lo más placentero y rutilante. Se casó y se divorció, publicó un libro de poesía, una autobiografía, grabó un disco y un día súbitamente se murió de peritonitis. Una vida vertiginosa, como la ambigua estrella de Valentino. Era 1926, tenía 31 años.






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