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El revés victorioso



El 27 de junio de 1910 el país amanece con un extraño regusto de intolerancia. Había acudido a las urnas el día anterior y, aunque las noticias de este día no eran nuevas, algo había cambiado en el proceso democrático mexicano.

La victoria por la presidencia de México correspondió, como muchos pudieron preverlo, a don Porfirio, pero a nadie pasó desapercibida la gran popularidad del candidato del Partido Nacional Antirreeleccionista, Francisco I. Madero ni, sobre todo, el alto índice de votación obtenido. Don Porfirio asumiría por séptima ocasión el poder de México, pero como nunca, desde 1876, un candidato le había mostrado tanta oposición.

La popularidad de Madero fue un balde de agua fría para el moribundo poder de don Porfirio; la temblorosa dictadura necesitaba muy poco para reaccionar con todo su aparato represor, y esto no había sido para nada poco. Francisco I. Madero fue acusado de “rebelión y ultraje a las autoridades” y se dicta orden de aprehensión en su contra. Madero huye a los Estados Unidos en donde promulga el Plan de San Luis que, ya sin maquillaje, llama a las fuerzas progresistas de México a unirse y armarse contra la longeva dictadura.

Era una derrota electora, sí, pero paradójicamente se trataba de una victoria política.






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