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Quién Sade



El 2 de junio de 1740 nace en París un hombre que puso la sexualidad humana a prueba; montañas de amantes, cuerpos elásticos, martirios indecibles, fantasías pueriles, orgasmos imposibles; seres de vigor inaudito que son quienes pueblan las páginas eróticas del Marqués de Sade.

Leí con fruición el primer libro del Marqués de Sade que cayó en mis manos: Justine. También fue el último. Algo anacrónico resaltaba en aquella lectura de un libro del siglo XVIII que, en tiempos de Bukowski, Anaís Nin y Henry Miller, no estaba a la altura de mi adolescencia. Con todo, lo leí completo, quizás entusiasmado por las artes circenses de los protagonistas, por la exageración casi humorística de las poses y la dosis de efectivo sadismo que los amantes desplegaban en aquellas orgías.

Mucho tiempo después me enteré que Sade, a quien en un principio consideré un ser acomplejado y tímido, participó efectivamente en algunas bacanales que hicieron época en aquel París convulsionado por la revolución. Tuvo muy mala fama y sus influencias fueron la razón de que sólo terminara en un sanatorio y no en la popular guillotina que cortaba cabezas con vigor industrial.

La más famosa de sus “travesuras” ocurrió en Marsella, cuando suministró a sus comensales un poderoso químico de origen natural, llamado cantárida, proveniente de un animalito del Mediterráneo que inflama los genitales, excita en efecto, pero produce un daño hepático que, en dosis inadecuadas, puede conducir a la muerte. Para fortuna de todos no llegó a tanto aquella noche de junio de 1772, cuando cuatro prostitutas resultaron envenenadas pero sobrevivieron, llevando a juicio al perverso marqués que, ni tardo ni perezoso, huyó a Italia, salvando el pellejo de una fatal acusación por sodomía y envenenamiento. Para entonces su mala fama cruzaba las fronteras.

Sade murió en diciembre de 1914 a los 74 años de edad, cuando ya todo estaba escrito. Sus libros circularon en el mercado subterráneo de las apetencias indebidas durante más de cien años. En el siglo XX fueron finalmente desenterrados por importantes escritores (Flaubert, Apollinaire, Rimbaud, Bretón y Bataille), algunos de los cuales llegaron a proclamarlo el Divino Marqués.


* Imagen: detalle de un grabado de la novela Justine.






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