viernes, 24 de junio de 2011

Rufino finito



El martes de la semana pasada, obligados a tener un día libre por la actividad de los maestros en un aniversario de su lucha, nos dispusimos a visitar museos. Y uno en particular, el de Rufino Tamayo, que visité hace treinta años y que me dejó tan buena impresión.

Mi impresión del museo sigue siendo la misma de hace treinta años, pues los museos en Oaxaca cierran los martes (excepto el Santo Domingo) y nos quedamos con las ganas. Lo que recuerdo es su colección de piecesitas prehispánicas elegidas con un criterio eminentemente artístico. Cada esculturita una obra de arte. Las recuerdo pequeñas, no sé si realmente serán todas así.

El 24 de junio de 1991 murió Tamayo consagrado como el pintor mexicano más grande del siglo XX. Su pintura no deja indiferente a nadie, seas niño o anciano, campesino o urbano. No se dejó seducir por corrientes ideológicas ni artísticas, fue un artista profundamente personal, psicológico, un experimentador de técnicas y, como tal, un eterno aprendiz. Todo eso lo que lo convierte en un gran creador.

Tamayo, el hombre, murió a los 92 años de una neumonía. Olga, su esposa, cómplice y promotora murió tres años después, incapaz de concebir su vida sin él.

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