En el marco de los setenta años del exilio español en
México que el periódico El País ha estado recordando en estos días, pongo mi
granito de arena con esta historia de una exiliada que terminó en la ciudad de
Puebla de aquellos años aciagos, a donde doña Violeta Fernández llegó para
quedarse, hasta su muerte hace algunos años. Esta es su historia.
En 1913 estábamos en Cuba, mi madre estaba
en Cuba y yo nací ahí. Pero luego, para el año 20 ya estábamos otra vez en
España. Entonces al cabo del tiempo,
cuando yo quise hacer el ingreso a la Normal de Maestras, mis padres no me
habían registrado. Y doña Leticia, que era la comadrona que había asistido a mi
madre, ya se había muerto. Entonces se recurrió a una cosa que luego se hizo
mucho en la guerra nuestra, decir que en un juzgado de Barcelona que había sido
quemado desapareció mi acta de
nacimiento. Entonces me inscribieron en Barcelona. Entonces aparece que soy
nacida en Barcelona.
Mi padre madrileño y mi madre sevillana,
pero ya todos los demás, como mi hermano, nacieron ahí. Mis padres ya estaban
unidos libremente, en aquella época esto era un progreso tremendo para nuestras
ideas ¿no? Mi madre venía embarazada de mi hermano que nació en el año 20 en
Barcelona. Yo estuve muy enferma en el barco, se ve que comí cosas y tuve tres
infecciones contagiosas y todo eso pasó así. Mi hermano y yo nos quedamos,
primero unos días en Barcelona y luego en Madrid. Al cabo del tiempo nos
volvimos a Barcelona y ya nos quedamos ahí, hasta la guerra.
La guerra empieza en 1936 y dura hasta el
39. Como todas las guerras civiles… fue tremenda, porque aparte de todo, bueno,
somos hermanos todos, pero los españoles parecía que eran más hermanos todavía.
Sí, fue muy fea, muy tremenda.
Yo tenía veinticuatro, veinticinco años y
participamos todos, nos defendimos los sindicatos. Yo era del sindicato de
profesiones liberales donde estábamos maestros, abogados, ingenieros. Allí
defendiéndonos como pudiéramos. Mi abuelo y mi hermano, el mayor y el menor de
la familia, estaban en el frente, cuando ya se organizó todo, en los primeros
días de revuelta en el mero Barcelona, en Cataluña, nosotros quedamos cada
quien en los puestos que teníamos y ese fue el momento más álgido, la cosa más
terrible ¿no? Tres años interminables.
A mí me nombró el ministerio de Instrucción
pública responder por cincuenta niños evacuados para París. Estuve unos ocho
meses todavía en España y ya hasta que se prendió la guerra y entraron todos,
mi familia, mi compañero, que fue Conserje de Linaje de la Liga de Cataluña. Él
vino a morir aquí en el 74, en México.
Mira, coincidió en que yo iba a la
delegación general de Francia evacuada, porque el que estaba como director era
un plomero, compañero de la FNT, un anarco sindicalista compañero republicano y
todo eso y una secretaria de uno que escribía. Entonces a mí el ministerio me
mandó directamente, pero entonces Facundo Oca, que era el que dirigía el Comité
de Francia Evacuada, dijo: “Que la compañera de Aurelio Fernández vaya a…”
Momento, soy Violeta Fernández, no “la compañera de tal…” Yo soy Violeta y
vengo con este encargo, pero ahora estoy aquí para participar. “Mira –dice-, el
director que tengo ahorita en tal colonia no sirve, estoy muy disgustado con
él, ta ta ta…” y luego me convenció, me
dice: “ahora ya es otro el plan…”
Entonces me fui directo a París. Empecé a
cuidar a los niños, a vestir a los chicos, eran setenta chicos. Los entregué a
la comisión evacuada en París. Yo los entregué y a mí me nombraron a su vez en
esta colonia, que estaba en Colombe, a quince kilómetros de París. Y habían
chicos grandes, había uno que era hijo de un comunista, pero entonces estaban
en el poder los comunistas y por eso todo era un desastre. No se puede decir
que eran todos pero… Es porque en España no había comunistas, surgieron así
¿ves? Yo empecé a vestir a los chicos, a cuidar la colonia y estaban todos
felices, entonces le pedí al alcalde de Colombe que me permitiera ir a unos
cuántos círculos, que los niños asistieran a la escuela para que adquirieran el
contacto con los hijos y la educación francesa y que la colonia, pues, fuera su
casa ¿no? Que ya las maestras y yo nos encargábamos. A él le pareció bien el
plan y lo hizo. Y me concedió varias cosas. Todo eso fue entre una cosa y otra
y la casualidad que mi familia, mi madre, mis hermanas, mis cuñadas, mis
sobrinos y todo eso, fueron a parar a
una colonia vecina, donde iban a quedar.
En Francia todas las escuelas tienen un mes
de vacaciones en un lugar próximo a
donde vivían, y eran en Chateau Ferr cerca de donde estábamos. La casualidad
que llegó ahí mi familia. Total que me propuso algo, el alcalde entonces me
pidió el favor a mí: “Si usted me organiza la colonia…” él me documentaba a mi
familia para que pudieran salir del refugio. Eran unas caballerizas con paja y
ahí dormían ellos. Efectivamente le
organizo la colonia y una hermana, que era enfermera y que ya se me murió hace
algunos años, y yo, organizamos el refugio ese. Pero a la mera hora no... Sí
funcionó, pero yo no lo dejé llegar hasta donde él quería. No sé si debo
decirlo o no. Yo con 26, mira, estaba que me comía el mundo, entonces no se
hizo lo de los documentos, porque los refugiados españoles no podíamos estar
juntos.
Un día me llegó una noticia de que mi
compañero estaba detenido y le quitaron toda la documentación oficial y le
dejaron el carnet del sindicato nada más. Entonces yo tuve que dejar las cosas
e irme detrás de él a organizar todo eso, la venida para México.
Entonces teníamos que ir de Rennes a
documentarse a París para que le dieran a mi marido el visado. Debíamos de
pasar por Estados Unidos sólo de tránsito, nada más para atravesarlo. Fue
conducido por policías, pero dijeron que era para seguridad de nosotros. Ahí lo
pasó muy grave también él porque, antes de detenerlo y eso, me dijeron que
estaba prohibido hablar con los refugiados españoles, hablar entre ellos. Como
entramos en aluvión tantísimos a Francia, Aurelio dijo, “no, me encarcelan,
pero yo no le prohíbo la palabra o el saludo a un compatriota, así es que de
eso nada.” Y claro, como estuvo así, pues… son muy pesados los franceses para
eso. “Le papié, le papié” y todo eso. Y en eso ya nos venimos para acá.
En altamar recibimos un telegrama del
abogado que lo había defendido, que decía: “felicidades, se van ustedes a la
tierra de la libertad…” todavía me emociono ¿ves?
América, si te digo la verdad, fue una
decepción tremenda, porque llegamos a Nueva York y de ahí a Nuevo Laredo. Fue
un viaje en el que veníamos como cien familias y nos ponían los negros, que son
los que cuidan ahí los vagones, nos armaban la cama y en el día la mesa, que
ponían con una cestita de pan. Cuando volvían abrían unos ojos así, porque ya
se había acabado el pan, pues algunos venían con hambre. Los que salían del
campo de concentración de Francia y todo eso, pues venían con hambre. Todos,
sí. Fue una atención y una comodidad muy buena. Luego, una noche los negros
cantaron, nosotros cantamos y todos estuvimos contentos. En ese plan llegamos a
Nuevo Laredo. Mira, fue un contraste… Llegamos a un hotel espantoso. Todo eso
venía pagado por la comisión que tenía
el dinero de la república, y la gente de Vagon Lee, que eran la compañía que
nos traería a la ciudad de México, se ve que se enganchó algún dinero en sus
manos y nos metió en segunda. Pero no fue nada frente al hotel, lleno de
mariposas negras en la pared y mal… ¡Fue un contraste! Y bueno, en la calle
montones de fruta. Me acuerdo que le dije. Oye, esto cuánto. Me dice que “un
peso”. Eran mangos, me vino lo de Cuba. Porque allá no conocíamos el mango.
Vendiendo así por la calle. Al día siguiente en la estación nos dicen: los
carros de los refugiados españoles. Yo exclamé: “¿cómo vamos a entrar en
carros?”
Cuando nos van metiendo en los vagones de
tercera, malísimos, con todos los indios llenos de bultos, pollos, que sé yo,
yo me la pasé los tres días llorando. Llorando. Ves que en Europa, las
estaciones del ferrocarril, si quieres en la afueritas, pero ves el pueblo. Y
aquí no veías nada. Y yo lloraba y lloraba, sorprendida de cómo podía dormir en
el suelo, pues todo era de madera dura, sin nada. En tercera, te imaginas, te
hablo del año 40, ahora ya estará mejor…
Y aquí llegamos en Mayo del 40, a la
estación de Buena Vista del DF, la segunda guerra mundial continuó y eso era un
problema. Aurelio intentó tener varios oficios, lo que caía, lo que podía,
porque no… Y a nosotros Lázaro Cárdenas
nos revalidó el título. Yo estuve en el Instituto Luis Vives. La hija vivía en
la colonia Roma, en Tonalá, vivimos ahí.
Yo busqué un trabajo, me aceptaron como
substituta en el Instituto Luis Vives. Entré ahí a substituirlo y me quedé dos
años y pico, hasta venir a Puebla. Por
mediación de un amigo a él le salió trabajo aquí en Puebla.
Venir a Puebla surgió porque un amigo del
yerno, y nuestro también, le sugirió a mi esposo la gerencia de seguros de
Puebla porque había estado un año trabajando en eso. Entonces que lo nombran
gerente. Me dijo “siéntate, que me van… que vas a oír el sueldo que me van a
dar: tres mil pesos”. Yo ganaba en la escuela cien mensuales, y para poder
tener un poco más, tenía manualidades en la tarde, cuatro grupos en la tarde
para poder tener 60 pesos más. Como éramos refugiados no había dinero. A veces
teníamos que perdonar las quincenas y yo había estado muy mala de las piernas,
y viendo que tenían que poner una substituta, tal mal que estábamos
económicamente, me fui a trabajar en cuanto pude, pero iba coja y todo.
Así que cuando propuso este amigo la idea
de venir a Puebla pues se vino. Pero yo todavía me quedé porque el director y
los maestros me lo pidieron y me quedé. No teníamos tantos alumnos, pero
teníamos que terminar el ciclo. Yo tenía quinto y sexto, teníamos desde el
primero. Fíjate que trabajazo y cobrar poco. Y yo con tanto que había pasado y
todo, bueno, total que mira, él aceptó, dijo: “sí, yo me voy a Puebla a ver qué
pasa con ese sueldo”. Y además reparto de utilidades y eso. Pues nada, aceptó,
por eso pudo él venir a Puebla.
Puebla nos causó una impresión estupenda
porque este en esa época se puso muy mal el DF, venimos aquí y esto era una
tacita de plata, preciosa. Los inditos iban con los calzones esos de manta
blancos limpios, todo limpio. Cuando llegó Uruchurtu los jardines tenían flores
y las fuentes tenían agua. Renovó el DF, pero el contraste de Puebla nos
encantó, todo limpio y bien organizado. No, de Puebla bien. Ese primer choque
impresiona mucho, se queda mucho, pero luego, ya te digo, vivimos yo
estupendamente, a Aurelio le costó más adaptarse pero llegó un momento que se
hizo al gozo. Poco a poco se convencieron de que éramos gente razonable y
humana. En la colonia española tenía una prima, casada con Laureano R. Alvarez,
uno de los fundadores de la Beneficencia española, y nos invitó. Estaban
felices ahí de estar con nosotros, y la primera vez llegamos, pocas veces
fueron las que nos invitaron, nos topamos con el retrato de Franco. La segunda
vez que fuimos habían quitado el retrato de Franco. La prima, bueno, ella era
inteligente. Y él era un majo, una persona muy linda. Yo no sé si quitó el
retrato por deferencia, pero tuvo esa delicadeza. Era un buenazo. Y ella con
mucho carácter. Luego al poco tiempo murieron los dos, él se sometió a una
operación, y como era diabético, murió, y ella estuvo muy mal hasta que yo no
sé si tomó alguna barbaridad y también murió.
Cuando llegamos a Puebla en 1942 estábamos
contentos. En México estuvimos bien y
contentos de haber llegado, no te fijabas en nada pero, al llegar aquí, tan
bonito, tan limpio, tan bien todo, sentimos que la gente era hostil con
nosotros. La colonia española cerradísima, franquista cien por cien y nosotros
traíamos una aureola sin matices, todos rojos, ahí todos éramos comunistas.
Comiéndonos a los curas, las mujeres éramos todas de lo peor, sí, prostitutas,
casi… Porque sí, fumábamos y que no sé cuánto. Bueno, un desastre. Y los
mexicanos también, muy indiferentes. Gracias al gobierno, gracias a Cárdenas
que nos salvó de muchas situaciones. Y todo eso encontramos aquí, la gente muy
beata y muy conventual y pasamos unos años muy pesaditos. Tan limpio que era
Puebla, mira, limpio, bonito, pero claro, no veías a la gente, eso perduró, esa
sensación siempre duró.
Luego ya, te acostumbras y te habitúas y
todo. Aurelio tenía más ilusión por volver. Bueno, siempre había la esperanza
de que… pues no ves que Franco sufrió muchos atentados, entonces pensábamos
eso, que un día se tenía que resolver. Pero ahora, tanto que cacarean con que
Estados Unidos contra Cuba, que es una dictadura, no se acordaron entonces de
defender la democracia. Se mantuvo Franco gracias a Estados Unidos, que compró
las bases militares en España. Estados Unidos, la religión y la iglesia fueron
los que mantuvieron a Franco cuarenta años. Esa dictadura sí la debíamos de
mantener, esa dictadura de estos cabrones imbéciles malas sombras, y bueno, ya,
pasa el tiempo y pasa.
Yo, será que me adapto mejor, pero me costó
mucho mantenerlo a él, hasta pasados unos años que ya vimos que no había nada
qué hacer, que nos quedábamos aquí, ya nos fincamos.
En la casa de Puebla iba por el pan,
limpiaba y barría todo, porque aquí ya no pude trabajar, más que nada porque no
me había acabado de componer bien. Iba al mercado de la Victoria, que estaba
estupendo y ahí había de todo, todo lo tenía alrededor. Al otro lado había una
iglesia, porque eso no falta aquí, pero bueno, tenía todo alrededor de la casa.
A España sí volví varias veces, pero
Aurelio ya no. Cuando se me enfermó, que hicimos un viaje a Europa, nos
quedamos en Francia. Fue cuando el problema del 69 que nos tocó París con el
líder Convendit, cuando se levantaron en París, nos tocó.
Estuvimos casi diez años en Francia. Hasta
que un año vimos cómo se estaba gestando algo. Empezaron a seguirlo, que si era
por seguridad de él, que no sé qué y que si no sé cuántos, se me volvió a
enfermar. El yerno y la hija vinieron y trajeron a mi biesnieto, “está igual
que Tito cuando era chico y ta ta ta ta ta ta”, y como tuvo un problema de
próstata, el doctor de París nos dijo “si se van a ustedes a México, porque
aquí esto les va a costar…” no estábamos en ninguna institución ni nada, todo
eso nos hizo volver.
Nuestro segundo regreso fue mucho mejor. Y
el yerno nos dijo: “os venis y si no está bien ni modo, nada más tengo boletos
para que vengais. Si quereis regresar no tengo boletos de regreso”.
Pero llegando Aurelio me dijo, mira, vamos
a buscar casa y nos quedamos aquí. Y aquí nos quedamos y se me murió en el 74.
Me jalaba mucho Puebla, mis amigas que
habíamos tenido, un grupo que duró 43 años, de refugiadas españolas con alguna
mexicana, nos estuvimos reuniendo cada miércoles, entonces algunas de ellas
habían ido a un sitio y a otro, pero las que quedaban me jalaban mucho, sobre
todo mi hermano con los cinco hijos y
cuando enviudé me vine a vivir acá, estuve unos años muy mala en España, volví
a venir y al poco tiempo adquirí esta casita, mira, con un seguro, un pagaré
que me dejó Aurelio.
Venirme para acá fue un acierto. Habían
unas gallegas, que una de ellas es de las que viven, pero ya muy mal, María y
Maruja Alvarez. Joaquina López Malo, esa hace cuatro cinco años que murió,
tienen hijos y nietos aquí. Carmela Gómez, Rosario Gómez de Cuervo, de las
hermanas Cuervo, otras que se fueron, Angélica que ya se murió. Angelita Nader
de Tagle estuvo el en grupo mucho tiempo hasta que se fue a México y ahí murió
y… por el nombre, me estoy acordando de todas y el nombre se me escapa. Las
estoy viendo y se me va el nombre y el apellido. Bueno Consuelo, una gallega
también. Y estuvo con nosotros una María Elena, que fue hija del gobernador y
Cupita de Altieri, esposa del doctor Altieri, que murió hace poco el doctor,
ella creo que vive, muy mal, pero vive, le he intentado hablar con un número
que me dejó y no. Y Mati Durán, que es la otra que está muy mala también. Se le
va mucho el oremus. Sí, ya pierde el
oremus esa pobre. Te digo, del grupo grupo quedamos tres... bueno, Cupita, pero
Cupita ya se había separado porque se iban a ir no sé a dónde, porque creo que
tenían dinero en Estados Unidos y se fue con el doctor. Faltó alguien, seguro,
alguna otra de las que se fueron a México. Éramos amigas que jugábamos. También
Camelia Hazael que tenían la joyería en el centro, y ahora se la quedaron unas
sobrinas. Era un grupo en el que nos juntábamos a hablar de las cosas, un poco
de chisme, un poco de tejido porque casi todas tejíamos, recetas de cocina, y
alguna vez que propusimos un tema, venían las discusiones y nos peleábamos y
todo, pero luego seguíamos todas bien. Solidarias colaboradoras en todo
momento, si una estaba mala acudíamos todas, si tenias que mudarte de casa
todas ayudábamos. Estuvo muy bonito ese grupo, sí, muy bien, nos unió un poco
la añoranza de la tierra que dejas, eso pudo haber influido a esa cosa de
sentirte un poco más cerca.
Ahora hace treinta años que estoy aquí. De
las amigas ya nomás quedamos tres. Mira, dos que están peor que yo, que digo
que soy como una pieza de museo, y yo soy la fuerte. Sí, una pieza
prehistórica. Y así hasta la fecha, con los hijos de mis sobrinos, mis
sobrinos, que son los que me cuidan y los hijos de ellos, que pasaron a ser
nietos. A Juan Aurelio y Nuria son mis nietos y los otros sobrinos igual.
La Patria. Primero la perdimos no por falta
de entusiasmo y de lucha, sino por la ayuda de los alemanes y los italianos,
porque si no Franco, a pesar de ser el del ejército y todo, no hubiera ganado.
Luego para mantenerla tanto tiempo. No era tanto eso de decir fue una derrota
fea, sino que luchó con entusiasmo y entereza. Además, aquí luego se reconoció
que fue un exilio positivo y eso fue reconocido y yo creo que eso también te da
un valor ¿no? Fue un exilio brillante, el colegio Madrid, la Iberoamericana
(detalle)