Viernes 4 de julio de 1930. Ángel Calderón era
novio de Concepción Jaen hacía meses. Ella trabajaba en la fábrica de medias y
calcetines La Corona, en la 5 sur 1903, mientras que él era dependiente de la
zapatería Meli, de la 5 de Mayo 409.
El sábado 28 de Junio Ángel vio que en el Cine
Variedades exhibían las nueve partes de una película que tenía el propósito de
ver: El cuerpo del delito, con el formidable actor Antonio Moreno y la
bella actriz María Alba, que costaba 30 centavos en luneta. Mientras veía los
anuncios palpó con su mano en su bolsillo derecho la enorme rondana del peso de
plata que había ganado la tarde anterior por sus esfuerzos en una entrega
especial que había llevado hasta Atlixco. Tantas coincidencias hacían obvio el
camino que debía seguir la tarde de ese viernes: invitaría a Conchita al cine.
Así fue, pasó por ella a buena hora y en punto
de las 8 disfrutaron de principio a fin la esperada película. El tiempo pasó
corriendo, pues además de las nueve partes de El cuerpo del delito
exhibieron tres películas cortas, por lo que al salir el reloj marcaba las 12
de la noche.
¿Qué pasó entonces? No se sabe qué mecanismos
operan en ciertas circunstancias de los temperamentos humanos, pues del amable
y formal novio ya nadie supo nada. Motivado tal vez por la película, movido por
hilos invisibles o por estúpidas ensoñaciones, Ángel, con lujo de violencia,
obligó a Conchita a acompañarlo a una casa de la Calle de la Cholulteca, a
donde la introdujo y con la misma violencia la hizo suya. Conchita lloraba
desesperada no tanto por el hecho sino por la forma, pues ella era novia formal
y tenía planes a futuro con Ángel. Pero ese Ángel no era el suyo. Ese Ángel era
un desconocido.
Alertada por el padre de Conchita, la policía
no tuvo muchas dificultades para encontrar a Ángel y hacerlo confesar el plagio
de Conchita. El 3 de julio, cinco días después del lamentable hecho, condujo al
señor Jaen y a la policía a una casucha de la Cholulteca donde tenía encerrada
a la pobre damita. La sentencia no deja de sorprender a los ojos de la
historia, pues después de una breve investigación y confesión de partes,
simplemente, se les obligó a casarse. Los hechos fueron registrados en los
expedientes criminales de las historias ocultas de Puebla.
Paráfrasis
de una nota aparecida en La Opinión, el gran diario de oriente. Dir. J. Ojeda
González, Puebla, Pue.
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