La primera vez que Astor Piazzolla recibió
una crítica musical fue del mismísimo Carlos Gardel que lo escuchó en Nueva
York en su calidad de muchacho aprendiz. “El fuelle lo tocás bárbaro –le dijo
el zorzal criollo -, pero al tango lo tocás como un gallego.” Por desgracia no
fue la única crítica. A mediados de los años cincuenta Piazzolla era linchado mediáticamente
por sus detractores que lo consideraban “el asesino del tango”; lo que tocás no
es tango, vociferaban, sos un pelotudo, un snob, un irrespetuoso; tu música es
un hibrido altisonante, expresaban los ortodoxos del tango, una música de
armonía disonante. En el momento más crítico las estaciones de radio y las
disqueras de Buenos Aires no se atrevieron a difundirla.
Las innovaciones que Astor Piazzolla
introduce al tango nadie las esperaba, pues era una revisión integral: ritmo,
timbre y armonía que fueron destrozados por los tradicionalistas pero
defendidos y reivindicados por los intelectuales y los músicos interesados… en
la música. Piazzolla en persona respondió que su música era la contemporánea de
Buenos Aires, les gustara o no. Escribió en la revista Antena que en efecto,
era enemigo del tango para quienes seguían creyendo en el compadrito, en el farolito,
pero que seguiría adelante a pesar de ellos.
Aunque Astor Pantaleón Piazzolla nace en Mar
del Plata el 11 de marzo de 1921, en realidad crece en un barrio bravo de
italianos en la ciudad de Nueva York, de donde emerge años después con una
experiencia atípica para un joven latinoamericano. En sus propias palabras:
“…la calle Ocho, Nueva York, Elia Kazan, Al Jolson, Gershwin, Sophie Tucker
cantando en el Orpheum, un bar que estaba en la esquina de casa... Todo eso,
más la violencia, más esa cosa emocionante que tiene Nueva York, está en mi
música, están en mi vida, en mi conducta, en mis relaciones.” Por lo pronto
hablaba cuatro idiomas (español, inglés, francés e italiano) y había hecho
contacto con dos influencias determinantes en su vida: el jazz y Bach.
El bandoneón llega a su vida a sus seis años
cuando su padre, nostálgico de Buenos Aires, compra uno en un bazar por 18
dólares. Aprendió a tocarlo pronto, de forma que cuando conoce a Carlos Gardel
en 1934, de trece años, e interviene en su película El día que me quieras, aunque tocaba aún “como un gallego”, fue
invitado a participar en una gira del divo a la que no pudo ir por su corta
edad.
Piazzolla regresó a Buenos Aires en 1936 a
los 16 años de edad y ahí reinaba el tango tradicional, por supuesto, que
rápidamente aprendió a tocar en los centros nocturnos con muchas orquestas y al
lado de grandes bandoneonista como Aníbal Troilo, tocando interminablemente tangos
noche tras noche. Compone entonces movimientos sinfónicos como La Epopeya Argentina, Rapsodia porteña,
Sinfonietta y Buenos Aires,
ganándose la antipatía de los tradicionalistas, pero también el reconocimiento
de los que querían escuchar música y no cánticos vicariales.
Sobreviene entonces el éxito, de a poco, eso
sí. El gobierno francés lo beca para estudiar con Nadia Boulanger en París que,
en palabras propias, lo enseñó a creer en Astor Piazzolla, que entonces se
debatía en la elección de ser un músico de clásica o un tanguero. Sea tanguero,
le aconsejó la maestra musa, puesto que tenía una cosa que ni entonces ni ahora
venden en la farmacia de la esquina: “tiene algo que se llama estilo, Astor”. Y
esa fue la recomendación de su vida.
Piazzola volvió a Buenos Aires a fundar
orquestas y escribir tangos sinfónicos que coqueteaban entre el tango y la
música de Igor Stravinsky y Bela Bartók; introduce la guitarra eléctrica,
incluye en su obra letras de Ernesto Sábato, de Jorge Luis Borges y con el
poeta Horacio Ferrer compone la exitosa Balada
para un loco que lo catapulta a una explosiva popularidad. En 1955 Tres minutos con la realidad, obra iniciadora
del tango moderno y, tras la muerte de su padre, Adiós Nonino, su más célebre
obra que en palabras de Astor nunca más podría superar, lo convierten en un
clásico de la música contemporánea.
El Quinteto Nuevo Tango de 1960 da forma
definitiva a su estilo y termina de inmortalizar a Piazzolla como uno de los
músicos más importantes del siglo XX; siguen los premios, los homenajes, los
conciertos apoteósicos en París, Bélgica, Nueva York, Buenos Aires; en el
teatro Carré de Ámsterdam con su admirado Pugliese. Su corazón contrapuntea en
1973, primera llamada, volverá por sus fueros en 1988 cuando es operado en cuádruple
baipás; en París sufre una trombosis cerebral y, dos años después, el 4 de
julio de 1992, muere en Buenos Aires a los 71 años de edad.
Un error bien intencionado propicia que el
aeropuerto de su natal Mar del Plata sea bautizado como Aeropuerto
Internacional Astor Piazzolla, cuando es un monstruo inmóvil pegado a la
tierra; más adecuado hubiera sido que llamaran a los aviones Astor o Piazzolla,
pues era este un ente volador que surcaba los cielos, un cohete inaudito
propulsado por el poderoso fuelle de su bandoneón.
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