Para papá:
La carta tardía
Hay
una tendencia en nuestra cultura de decir cosas amables cuando es el cumpleaños
de alguien. Quizás son cosas que uno siempre siente o piensa pero que por otra
cuestión cultural – la de no expresar las emociones – uno se calla y sólo
juguetea con ellas en la cabeza. La cultura como supresora de la voluntad. Este
es mi acto volitivo, este es mi acto de palabras y es para ti.
Los
cincuenta y ocho años de un padre no son alentadores pues son una certeza de
que el tiempo avanza y de que algún día no tendrás a uno de tus maestros que te
aconseje qué sí y qué no con la vida (así, la vida personificada porque no
merece menos). Es una certeza también de que ya no se es niño y de que el mundo
es cada vez más caótico y el tiempo no alcanza.
Una
de las cosas que he comprendido como aprendiz de lingüista y novia de la
literatura, es que hay emociones y conocimientos que están más lejos de lo
palpable, en este caso, la palabra, de hecho, el significado de las palabras
van, generalmente, ligadas a principios espaciales, senso-motores,
perceptuales, entre otras cosas, de nuestra biología. Sin embargo, podemos
decir, convenientemente, que la palabra es constructora de realidades e
irrealidades, y que por eso es tramposa pero también imprescindible. Las
emociones que yo siento en este momento, al tratar de escribir esto, están más
allá que acá, son orgánicas y escurridizas, no tienen forma ni las construyen
letras certeras. Pero si yo no tuviera ni siquiera la palabra no podría estar
tratando de explicar lo que no sé cómo explicar en este momento, y no caería en
esta torpeza de querer expresar mis sentimientos en pequeños y sustanciales
signos lingüísticos.
Pero
para no caer en sentimentalismos (ni en más ambigüedades), porque no “semos” ese tipo de personas –quizá
por la coerción cultural- quiero agradecerte, antes que nada, la semilla de
humanismo que engendraste en mi mente y por ende, en mis actos. Si alguien me
dijera que yo soy (lo que soy) gracias a ti y a mamá, yo diría: sin duda. Y con
una contradictoria humildad puedo decir que estoy orgullosa de mi humanidad.
Más
que agradecer, como mencioné antes, esto es un sumario de las cosas que aprecio
de nosotros a estas alturas de la vida, porque agradecer es demasiado
artificial.
Aprecio
el amor que tanto tú como mamá nos han dado de manera libre. Cuando estoy
triste (y mucho tiempo fui una persona triste) pienso en ese amor, que me
parece el verdadero, el perenne –no sé por qué relacionamos tanto lo duradero
con la verdad, ha de ser porque no nos gusta ver desaparecer el mundo.
Soy
más feliz cuando siento que tú eres feliz y afortunadamente, he visto cómo los
últimos meses has recobrado tu fuerza, tu voluntad y has empezado a creer en ti
mismo de nuevo. Quizá no eres el hombre más joven pero aún tienes la vida y la
vida te tiene a ti, aún corres como el río, y no creo que sea desdeñable tal
hecho. No creo que valga la pena despreciar la vida sólo porque se ha vivido
con ella 58, 59, 60 o más años. Hay una parte en Memorias de Adriano, donde el bienquerido narrador, Adriano, dice:
“jamás he podido comprender que pueda uno saciarse de un ser”. Eso aplica para
muchos casos, para muchas personas y para la vida que aunque 58 años vivida,
debe ser sorprendente. O como alguna vez dijo un tal Octavio Paz, el asombro de
estar vivo. No lo cito textualmente porque no pretendo llenar esto de citas,
pero algo así escribió, en alguna parte de Piedra
de sol.
En
mi vida, yo aprecio tu paternalismo y estoy, sí, sí puedo decirlo, orgullosa de
ser hija de “Polo Noyola”, un sujeto extraño, güero como un queso, elocuente
como cuando en los tiempos de los griegos los sabios no eran los que escribían
sino los que oraban con sapiencia. Yo sé que tú puedes más de lo que ya haces y
que sólo es cuestión de que quieras.
Otra
cosa que aprecio mucho como enseñanza, es el enfoque antropológico que me has
heredado generosamente, pues gracias a él y a lo que he podido sumarle,
entiendo a la gente en distintos niveles humanos y eso, además de ser una
delicia, es una herramienta útil para la sobrevivencia social y espiritual.
Me
has enseñado muchas más cosas pero si te las digo todas ahorita, se me acaban
las cartas de los años venideros.
Estas
son mis palabras para conmemorar que tengo un buen padre. Creo que queda claro
que te quiero, pero para no ser axiomática, claramente expreso que: te quiero.
Teresa
Gracias por tu carta y por tu amor, Techito, los hijos y las hijas son lo que más queremos en la vida sin ningún titubeo, son las flores de estos árboles viejos en que nos convertimos. Yo amo la vida y, en consecuencia, amo la edad que cada año festejamos. Nunca pensé llegar a los cincuenta y ocho, por lo que es alentador haberlos cumplido. Besitos.
ResponderEliminarMe sacaron lagrimitas, par de amorosos...
ResponderEliminarBesos para ti también, Eva.
ResponderEliminarHermosa carta, Tesa.
ResponderEliminarHermosa carta, Tesa.
ResponderEliminarMUY CONMOVEDORA, FELICIDADES POR HABER SABIDO CONSTRUIR ESA RELACION TAN FUERTE Y TAN ESPECIAL DE UN PADRE A UNA HIJA, ES EVIDENTE EL AMOR CORRESPONDIDO. GPR
ResponderEliminarMuchas gracias por sus comentarios Unknown y GPR.
ResponderEliminarPolk, qué maravilla de hijas tienen Malú y tú...
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