Esta
historia me sedujo porque es un cuento psicológico, un relato basado en
imágenes que el abuelo de Carmina Conde le contó a ella y a sus primos cuando
eran pequeños. Historias que ella nunca pudo olvidar, como esta de la Llorona
que es una esquiva aparición y su abuelo caía en él como Ulises con el canto de
las sirenas, simplemente tenía que ir a ella.
Mi
abuelo Francisco Conde tenía tienda y lo íbamos a ayudar, como también vendía
recaudo, cuando llevaba el jitomate era de los que había que limpiar cada
jitomate, de uno por uno.
Nos
llevábamos horas y entonces él nos platicaba muchas historias de cuando era
joven y todas sus andanzas. Una de esas historias era la de la llorona.
Contaba
que cuando era joven, de unos cuarenta años, en un pueblito que se llama Amajac
de Guerrero, Tlaxcala, rumbo a Santa Cruz, cuando él salía del trabajo ya era
de noche, estaba muy oscuro y no había transporte. Todo se hacía caminando.
Ese
día salió de trabajar y, aunque no tomaba -nunca tomó-, era muy mujeriego,
entonces andaba visitando muchachas; en eso, en el camino, que vio a una mujer
muy guapa… “que la vi y estaba ahí peinándose. Como estaba sembrada la milpa me
acerqué sigilosamente a ella, tenía un vestido blanco y el cabello largo, pero
entre más me acercaba ella se alejaba.” “Si no vengo borracho”, se decía. Se
acercaba a ella y se alejaba la imagen. Así estuvo un rato, tratando de
acercarse pero ella se alejaba, llegaba a unos cinco metros de ella, pero no
podía acercarse más, no la alcanzaba, entonces ya no siguió caminando.
Pasó
el tiempo y la vio varias veces en ese recorrido al salir de su trabajo, la
veía pero nunca se le pudo acercar. Una vez, cuando la volvió a ver, la siguió
de nuevo, “ahora sí la alcanzo”, se dijo. Y esa vez sí la siguió y la siguió y,
cuando se dio cuenta, estaba al borde de un barranco. “Si la sigo más me
hubiera caído –nos contó-, estaba como en trance, no sabía cómo detenerme y ya,
cuando reaccioné, veo que voltea, entonces la vi”.
Tenía
una cara espantosa, una expresión terrorífica, con los ojos brillantes y fue
cuando mi abuelo dice que se asustó mucho. “Entonces fue cuando escuché el
grito de la llorona. Era un grito –dice- como lamento, no tanto grito, sino una
especie de gemido muy escalofriante, muy largo; más que terrorífico como de
lamento, de pena”. Así lo escuchó él, como un largo lamento.
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