La
década de los años noventa es un periodo paradójico con abundantes tristezas y
esporádicas glorias. Es la década de Mijail Gorvachev, que anduvo del tingo al
tango por el mundo maniobrando una transición que todos de algún modo
sospechábamos pero no esperábamos tan pronto. La Unión Soviética se precipitó al
vacío y en unos cuantos años la temible y poderosa URSS, que gobernó con mano de
hierro el PCUS desde los años 20, quedó exhibida al mundo como un imperio
degradado y confuso, con una crisis social y económica espantosa. Gorvachev
renuncia como secretario del PCUS en agosto de 1991 y de inmediato Europa
del Este bulle como un caldero hirviente. El más lamentable y largo
de los conflictos ocurrió en la antigua Yugoslavia, ya sin Tito, donde viejas rencillas
religiosas y nacionalistas desatan una guerra sórdida en Bosnia Herzegovina.
No
fue, por desgracia, la única tragedia de esas dimensiones que presenciamos en
los años noventa. Otro conflicto ocurrió en Ruanda entre hutus y tutsis con un
saldo de un millón de muertos. Estados Unidos ataca por primera vez Irak
con la Tormenta del Desierto y los israelitas hicieron lo propio con el Líbano en
un ataque que llamaron Las Uvas de la Ira (¡que los oyera Steinbeck!); en
Oriente despierta el gigante dormido, China prosigue con su renovación y por lo
pronto se estrena en esta década con cinco ensayos nucleares, seguidos por
otros tantos de Paquistán. Las vacas locas son noticia mundial y el sida se
posiciona en el mundo y ataca a los países más desprotegidos, como los
africanos. Ante tanta calamidad, una buena noticia se escribió el 26 de abril de 1994 con las
primeras elecciones multirraciales en Sudáfrica que ponen fin al apartheid, un
mes después Nelson Mandela jura como presidente.
A
nuestro país no le fue mejor en esta década en que inicia la información global;
el Internet se vuelve algo más que una promesa y CNN uniforma su perspectiva y establece un nuevo periodismo, para bien y para mal; también se impone una nueva forma de hacer política, el PRI pierde la presidencia a finales de la década; mientras tanto, en marzo del 94 matan a Luis Donaldo Colosio, el video de la muchedumbre, la pistola y y la cabeza de Colosio rebotando, una secuencia televisiva que repìtieron centenares de veces, a todas horas, por eso permanece en la memoria de todos los adultos que lo vivimos; Guadalajara estalla por el derrame de combustible en las
alcantarillas en abril de 1992; el obispo de Guadalajara, Juan Jesús Posadas
Ocampo, es ametrallado en el aeropuerto al año siguiente; en septiembre al dirigente del PRI, José Francisco Ruiz Massieu; vimos estupefactos el video de la matanza de campesinos de Aguas Blancas, Guerrero, en
junio del 95, y nos paralizamos con la tragedia de los refugiados chiapanecos
en Chenalhó el 22 de diciembre de 1997. Imágenes, todas, del grave deterioro de
un sistema que reclamaba renovación. Pero también una advertencia de que a partir de ahora lo veríamos todo. Los noventa es la década de la revelación.
Se
crea en 1990 la Comisión Nacional de Derechos Humanos y ese mismo año el Código
federal de instituciones y procedimientos electorales (COFIPE), con
innovaciones en materia electoral, que en junio del 96 se reformará para
fortalecer el régimen de partidos, pero para entonces ya estábamos
embarcados en una terrible crisis económica que marcó los derroteros de la
década; en Chiapas, unos alzados llamados zapatistas le aguaron la fiesta a
Salinas de Gortari en 1994, a unas horas de estrenar el Tratado de Libre
Comercio que nos llevaría al primer mundo, pero los alzados interrumpieron para recordarle al país que había
aún muchas cosas pendientes para cantar victoria, los pueblos originarios
reclamaban la atención de los mexicanos y no bastaba la reforma constitucional de un año antes que daba personalidad jurídica a los pueblos indios.
Ernesto
Zedillo recibió un gobierno financieramente comprometido. Ocurre el desastre
conocido como “el error de diciembre” que nos daría en los siguientes años una
de las peores crisis económicas que tengamos memoria. El
colapso fue doloroso y prolongado, hasta que en junio de 1998 viene la debacle
del sistema bancario. El gobierno de Zedillo se ve obligado a impedir el colapso
completo de la economía e instituye un rescate bancario llamado Fondo bancario
de protección al ahorro, el famoso Fobaproa, a un costo de más de 550 mil
millones de pesos.
“Voy a
hacer una exclamación propia de mi generación: ¡Dios santo! –recordó el más joven de los miembros de la mesa redonda de Pepe Donoso en su café Teorema, Edgar
Larriñaga, de aquella década en su vida-. Yo creo que era una generación perdida.
Había un deseo, creo, de ser parte del jet set ¿no? Es una generación que
compró la idea del primer mundo, de la Avenida Reforma. México se remitía a la
Avenida Reforma de la ciudad de México, de la Casa de Bolsa, de la embajada
norteamericana, de los grandes corporativos, como parte de una fantasía. De
repente estábamos viviendo en Zurich. Llegó la moda. De alguna manera los 80
fueron una década frívola, pero nos tocó vivirla niños, los noventa sí nos
tocó. Quiero comprar estos pantalones porque son los que están en boga. Y el
hecho de que Plaza Dorada no fuera ya el centro de reunión, sino más bien el
centro de las familias que vivían alrededor. Se abre La Noria, se abre Angelópolis
en la idea de los malls estadunidenses. Me parece que somos una generación
perdida, que vivió la caída del muro de Berlín sin la conciencia propia de que
lo que estaba sucediendo era algo histórico. Una generación sin una bandera de
ideal. En los sesentas y setentas e incluso ochentas eras comunista o no, eras
socialista o no, había bandos definidos, pero en los noventa te encuentras
cientos de tribus urbanas apáticas y desinformadas. Te encuentras con punks,
darks, protodarks; en los noventa salió este rollo como del hip hop del norte,
los que andaban con paliacates, los eskatos, los cholos y los fresitas ¿no?,
eran miles de tribus urbanas que querían ser únicas y especiales, y en esa
búsqueda de ser únicas y especiales terminó siendo lo mismo que una marca. Creo
que es la generación del marketing, te vendían algo y tú lo comprabas. Si
querías ser alternativo entonces escuchabas a Nirvana, porque se había
suicidado el vocalista. Yo supongo que no nos poníamos a pensar que en calidad
musical Nirvana no era el gran grupo; había otros del grunge más
representativos, te quedabas con lo que era más espectacular y no con lo que
era más profundo. Por ejemplo, de esta generación en Puebla, yo recuerdo que
había un trovador, Fernando Delgadillo, que llegaba a Puebla y tenía llenos
espectaculares con ritmos bastante malos, pero al final este icono de pelo
largo, andrajoso, subido en un escenario con su guitarra, exponiendo lo que él
pensaba, que tenía que ser más bien con los cafés y los hoyos fonkies, terminó siendo
el gurú de una generación más bien fresa.
Es una generación enojada y decepcionada, pues fue una década, sobre
todo en la segunda mitad, bastante triste y bastante terrible, pues ya no
podíamos comprar la música y la moda que nos estaban vendiendo.”
En
1995, según el Conteo de INEGI, el municipio tenía 1 millón 225 mil habitantes con tendencia a la
expansión del área urbana y a la suburbanización. La ciudad se concentra aproximadamente el 35%
de la población total del estado, el 60% de la inversión, el 55% de las
industrias y el 50% del personal ocupado. Además concentra el 80% de los
servicios educativos y el 90% de los bancarios.
Esta concentración crea problemas como: crecimiento urbano desordenado,
altos déficits de vivienda, infraestructura vial inconexa, desajustes en el uso
del suelo, actividad industrial dispersa, especulaciones con el suelo y dificultad para dotar de empleos a la
población rural proveniente del interior del Estado.
“En
1991 tuvimos que cambiarnos al sur de la ciudad, a Mayorazgo –me comenta
Humberto Baños-. La 11 Sur, a partir de Agua Azul, era entonces una callecita
angosta y polvorienta; a los costados, como diez metros de tierra de cada lado,
no había banquetas, era una carreterita llena de camiones y autos. Espantoso.
Teníamos unos meses apenas, creo, y empezaron las obras de la 11 Sur, desde el
entonces Bulevar Atlixco, hoy Juan Pablo II, hasta el fondo, más allá del
periférico. No me acuerdo cuántos meses duró la obra, o años, la cosa es que
entrar o salir de Mayorazgo se convirtió en una odisea. Por si fuera poco, la
Avenida Nacional, que era una callezota de tierra suelta, polvorienta y triste,
también decidieron pavimentarla. Entonces estuvimos meses y meses medio
aislados; nuestros amigos no querían visitarnos y a nosotros nos daba flojera
salir. Fue un poco difícil, pero valió la pena. Esa obra detonó un crecimiento
impresionante del sur de Puebla.”
Algo
que advertían los ausentes al regresar es que ya no era la misma Puebla. Habían
cambiado los sentidos de las calles y las calles mismas; las discotecas eran
ahora antros, el poco campo que había en los alrededores estaba ahora
atiborrado de casas, mientras que el centro histórico se veía más bonito y
limpio, pero había algo artificial en él que incomodaba al hijo pródigo.
“Regresé
a Puebla a los 14 años –me cuenta Rayo Loeza-, encontré todo cambiado. Ya no
había algodoneros, ya no había globeros con tanta naturalidad. Yo ya era una
adolescente prendida, en realidad ya no buscaba globos, pero sí noté su
ausencia; ahora los globos eran metálicos. De la ciudad vi que creció
demasiado, había colonias nuevas que yo ni conocía. Por ejemplo, toda esta zona
de La Noria ya existía. Cuando me fui era como un rancho, estaba todo
deshabitado, porque vivíamos ahí en Reforma Agua Azul, que está junto a La
Noria; cuando nos fuimos no había nada, era un rancho; en cambio, cuando
regresé vi que ya era todo un fraccionamiento, un centro comercial, ya había
calles. Entonces, pues sí me sorprendió ver que había crecido la ciudad. Había
más gente, más carros, calles donde antes no había. Era todo como campo.”
Gobiernan el estado de Puebla Mariano Piña Olaya, 1987-93; Manuel Bartlett Díaz, 1993-99 y
Melquiades Morales Flores, 1999-2005. En la presidencia municipal, figuran como
alcaldes Guillermo Pacheco Pulido, 1987-1990; Marco A.
Rojas Flores, 1990-1993; Rafael Cañedo Benítez,
1993-1996; Gabriel Hinojosa Rivero del PAN, 1996-1999 y Mario Marín Torres,
1999-2001.
En 1993 se implementa el Programa de Desarrollo
Regional Angelópolis con proyectos urbanos específicos que buscan la
consolidación de la zona conurbada de la ciudad de Puebla, imaginando un
poderoso polo industrial, comercial, cultural y turístico a través de “zonas
industriales, zona habitacional y de servicios Atlixcáyotl/Solidaridad, una zona
histórica, cultural, turística y de negocios”.
El Megaproyecto Angelópolis, en términos generales,
consistía en la construcción del Periférico Ecológico, la reorganización del
transporte colectivo con un sistema de troncales, introducción de agua a la
ciudad, saneamiento de los ríos, de la presa de Valsequillo y una intervención en
el centro histórico. De acuerdo con Juan Francisco Salamanca Montes en su libro Puebla: una ciudad histórica ante un futuro incierto, el proyecto
Angelópolis quedó inconcluso. Solo se construyó una parte del periférico, una
porción del acuaférico, el Centro de Convenciones del centro histórico y
ninguna obra para el saneamiento de las aguas.1
Otro importante plan de los años noventa fue el Proyecto del Paseo de San
Francisco: un paseo peatonal a lo largo del río San Francisco, dos hoteles, un
centro de convenciones, un centro cultural, un centro comercial y un lago en el
extremo opuesto. De acuerdo con sus críticos supuso la destrucción de
edificios, una severa modificación en el paisaje urbano; expulsó a 2,959
habitantes (muchos de ellos protegidos durante años por el sistema de renta
congelada), y dejó sin empleo a 1,634 trabajadores.2
Al
final de la década, el 15 de junio de 1999, a las 3 de la tarde con 42 minutos, se
registró un sismo de 6.7 grados en la escala de Richter, considerado uno de los
cien peores desastres naturales del siglo. Ciento setenta y cinco edificios de
la ciudad de Puebla sufrieron daños de consideración, más de setenta de ellos
eran iglesias; murieron once personas y 600 familias quedaron sin hogar.3
Una
antigua superstición señalaba el fin del mundo para el último día de diciembre
de esta década que clausuraba un siglo y un milenio. Los agoreros del
Apocalipsis tuvieron un gran pretexto con aquel terremoto, pero nada más ocurrió.
Celebramos el final de ese año con fiestas luminosas en todos los rincones del
orbe.
Un
nuevo milenio empezaba al día siguiente, era como si nosotros hubiéramos
alcanzado al destino.
Citas:
1) Salamanca Montes, Juan Francisco Fuente: Puebla: Una ciudad histórica ante un futuro
incierto, en: http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-42.htm
2) Programa de desarrollo
regional Angelópolis, Gobierno del Estado de Puebla, septiembre de 1993, p. 10.
3) La Jornada de Oriente, 19 de
junio de 2009
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