Esta semana murió en Villahermosa mi
querido amigo Agenor González Valencia, poeta tropical y comensal por veinte
años de la inamovible mesa semanal de Teorema de la ciudad de Puebla en la que
moderaba -a veces inmoderadamente-, el inolvidable José Romualdo Suárez Donoso,
Pepe Donoso para sus amigos. Agenor contaba con 84 años de edad, o dos veces
42, de acuerdo con su humor corrosivo y su buen ánimo para contar los días de
la semana y esperar el sábado para echarse unos buenos tequilas.
En 2013, con motivo de una entrevista que
le hice y que le envié para que autorizara su publicación, me respondió
rápidamente con toda la pompa y circunstancia que le caracterizaba. Decía su
breve mensaje:
“Mi fraternal amigo: Gracias por todas
tus atenciones, claro que me gustaría la publicación de la entrevista. Como
nada más te trato como Polo Noyola te pido de favor me envíes tu nombre
completo. Pronto publicaré un libro sobre Derecho Notarial. Te saludo con el
afecto de siempre y espero pronto estar en Puebla. Afectuosamente. Agenor
González Valencia”
Mi respuesta tampoco se hizo esperar,
pues me divertía sobremanera el que mi nombre indispusiera a muchos por su
sencillez y aparente ligereza . Agarré a Agenor de mi puerquito y le respondí
una sardónica carta ensalzando y a la vez burlándome del nombre que alguien me
puso desde muy pequeño y que, salvo en los inevitables documentos oficiales de
la vida, me ha acompañado todos los días de mi –ya- larga vida. Le respondí:
Querido Agenor: Las gracias son para ti.
Mucha gente seria como tú se entristece por la patente vulgaridad de mi nombre,
a veces me piden más, me piden algún título, siquiera una licenciatura, un
diplomado, algo que acompañe a esa nominación más adecuada a una tienda de
deportes o un luchador de máscara estrafalaria o una ferretería. En los países
latinos somos muy dados a la grandilocuencia, a rellenar los huecos de nuestra
personalidad aunque sea con algodón; despojados de títulos nobiliarios,
acudimos a cualquier argucia por destacar que nuestro apellido López es con L
de Lope (como de Vega) o acaso es marino (por lo de pez) o producto de una
antigua costumbre medieval en donde nuestros antepasados, que eran caballeros y
nobles, lograron alguna proeza.
Yo, con todo respeto, les respondo que
comprendo su aprensión, que mi nombre es simple como una pelota pero a la vez
complejo como una esfera. Que es un nombre, pues, pero también es un concepto,
es una persona, es un proyecto, un sueño, una marca ¿qué es polo?, me pregunté
más de una vez desde la escuela primaria. ¿Es poco o es mucho? ¿es grande o es
pequeño?
Quizás por eso nunca me tomé demasiado en serio.
Polo es una prenda de vestir parecida a
un jersey, con cuello abierto; un partido político en Venezuela, polo
democrático, otro en Colombia. Es el centro de atención o de interés o de
conflicto o de infección: el polo de desarrollo, polarización social, polo de
deflexión; en la electricidad cada uno de los dos extremos del circuito de una
pila o de ciertas máquinas eléctricas: polo positivo y polo negativo, nunca
mejor dicho. Cualquiera de los dos puntos opuestos de un cuerpo es un polo, en los
que se acumula en mayor cantidad la energía de un agente físico; dos regiones
geográficas que conocí desde la más tierna edad: el polo norte, el polo sur,
con abundantes bromas de mis condiscípulos en la primaria. Polo es un deporte
que se practica con dos equipos de cuatro jinetes que, con mazas de astiles
largos, lanzan una bola sobre el césped del terreno a siete tiempos; el polonio,
el elemento químico de la tabla periódica cuyo símbolo es Po, un raro metaloide
altamente radiactivo, para no hablar de Polonia, el país europeo. También el
nombre de decenas de tienditas, sobre todo de deportes, pero también
misceláneas y tiendas de mascotas Polo. “¡Fiu fiu... polo, polo!”, también es
el nombre de algunos perros. Ahora existe en México un automóvil común y
corriente de la Volkswagen llamado Polo, de los llamados compactos. En
geometría están las coordenadas polares, punto que se escoge para trazar los
radios vectores.
Polo es una modalidad de baile flamenco
de ritmo moderado que alguna vez estudié en Coyoacán. Polo es compañía de
expresiones como boreal - antártico - aquilón - ártico - austral - estrella -
magnético - meridiano - nieve - oso - pez - polista - positivo - septentrión.
El ying y el yang.
Polo es el diminutivo de muchos nombres,
de Apolonio, Apolinar, Polibio, Leopoldo, Policarpio e Hipólito. En su
multitudinaria existencia mi sobrenombre me ofrece el disfraz perfecto pero
también la dispersión perfecta. Ser y no ser, sin significante. Por lo demás,
mis hermanos y amigos se han encargado de deformarlo hasta la abyección,
llamándome en diferentes momentos, motivados por pasajeras pasiones que nunca
llegaron a fructificar: Polanski, Póleman, Polank, Polillo, Piolín, Pollito,
Pol, Po, Polilla y otras deformaciones impronunciables que han marcado mi vida
con la misma imprecisión, pues polo es mucho y es... nada (Polk, gracias Sergei).
No, no ha sido sencillo dispersarme
polifónicamente en una multitud de objetos y actos que se denominan polo, y
transito aún por todos esos límites que imponen al polo una indefinición tan
clara, si acaso puede buscarse claror en la multiplicidad. Por lo tanto,
querido amigo, sé que apreciarás mi confusión. En Estados Unidos y Europa
idolatran a un hombre que catalogan como genio, maestro, creador con un nombre
singular: Maderita Pérez (en realidad Woody Allen); nadie repara en lo ridículo
de su nombre, prefieren observar su obra destacada. Su nombre no le afecta
porque lo respalda una acción, lo cobija una actitud intelectual profunda y
consecuente. Espero pues, cuando sea más viejo, tener esas mismas virtudes que
reparen las desventajas de mi insensato nombre. Como decía Ibargüengoitia: (de memoria) "Qué caso tiene llamarse Cornelio si el hermanito le llama Conello, y con
ello vive y con ello se va a la tumba".
Durante 56 años mi nombre ha sido Polo
Noyola, qué le vamos a hacer. La gente seria tiene dos opciones: omitir que lo
conoce a uno y borrar toda huella que la relacione con el sujeto, o aceptar que
esas pobres letras definen a nuestro pobre amigo y consignarlo como tal,
sobreponiéndose a la vergüenza. Te sugiero esto último y te mando otro abrazo.”
Cambio
de piel
Hasta ahí la carta. La muerte de Agenor,
sin embargo, ha coincidido con el año 60 de mi vida que he venido festejando y
disfrutando cada día desde septiembre de diversas maneras, tomando decisiones
muy interesantes y cambiando de piel cada vez que es posible. Hace poco dejé de
fumar, tras cuarenta y tantos años de chacuaco. Toda una experiencia y, en
definitiva, una vida nueva (o renovada). Nuevos sabores, nueva respiración (y
sí, nuevos olores). A estas alturas de una vida larga, me comprenderás si es tu
caso, cada día nuestro cuerpo grita un nuevo dolor o enfermedad crónica,
roncha, bola, quiste, resequedad, calvicie o mero capricho por el gusto de
estarse quejando. Hace unos dos años gritó: diabetes. Dejé el azúcar, la harina
blanca y, en definitiva, inicié una nueva vida (o renovada) en la que descubrí
la fruta y confirmé la seriedad de mi compromiso con los cacahuates y las
frutas secas (en realidad cacahuates, el resto de sus homólogas son
incomprables). Toda una experiencia. He denominado a estos virajes, a esas metamorfosis,
cambios de piel.
Hoy, y en honor del gran Agenor, he decidido hacer otra
modificación radical. Tras sesenta años de uso (re-uso y abuso), notarán
ustedes que dejo atrás mi pequeño nombre de Polo para denominarme en lo
sucesivo, y por así convenir a mis intereses y la prosapia de mis canas,
Leopoldo, ese largo y pretencioso nombre de origen germánico que por desgracia
rememora a muchos sátrapas belgas que tiranizaron a sus pueblos y colonizaron África
con fuego y espada, aunque siempre estarán Alas Clarín y Lugones para renovarme
la sonrisa. Y mi abuelo Leopoldo, por supuesto.
Dicho lo cual, ahí me ven, aquí me ven y
aquí me tienen. Yo sé que esto no tiene la menor importancia para ustedes, que
les debe dar lo mismo si me cambio mi nombre a Galeano (o a Marcos, que está de
momento vacante), pero quisiera que me comprendan lo mucho que significa para
mí, es una nueva identidad, una renovación, un nuevo cambio de piel. Ahora sí, al parecer, definitivo.
Querido Polk (nótese, este no lo pusiste en el inventario), este texto es genial. Y provocado ni más ni menos que por un nombre con todas las luces del XIX, Agenor).
ResponderEliminarPor cierto, soy Segei, por si no me logro identificar en esta máquina como tu interlocutor.
Muchas gracias, Segei, por tu comentario en el desértico mundo de los comentarios al blog.
ResponderEliminarPolo, Leopoldo, o como desees renombrarte en cada cambio de piel. Me encantó tu texto y el tono sarcástico que empleas. Por favor, escribe una serie de ensayos sobre el tema de los nombres de personas, de objetos, de dioses, etc. Por cierto, soy Marygaby, María, Merybery, Maguibagui, Gaviota, Gabrielovsky, Briaguelita, Gabita, hija de Agenor.
ResponderEliminarGaby, saludos, casi todos somos polifacéticos -por cierto, otro de mis apodos espontáneos-, excepto Agenor, con ese nombre era sólido como una estatua griega, inolvidable amigo. Gracias.
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