El lago Rupanco tiene 23 mil hectáreas de extensión y unos
350 metros de profundidad. Su forma es angosta y se alarga hasta los 42
kilómetros de este a oeste, al borde de la cordillera de Los Andes, serpenteando
entre las cumbres de muchas montañas entre las que destacan los volcanes
Puntiagudo y Casablanca. Y al fondo, magnánimo, el volcán Osorno (2,493 msnm).
Rupanco está al sur de Entrelagos, una preciosa y pequeña
ciudad ubicada precisamente entre los lagos Puyehue y Rupanco, pero a la vera
del primero, con un mercado que anuncia la venta de carnes de venado y jabalí
de criaderos; pan con chicharrones y por supuesto Lays, la marca de papitas que
son las Sabritas chilenas, también de la Pepsicola. Estamos a unos cuantos
kilómetros de la frontera con Argentina, a la altura de Bariloche, desde donde
llegan parvadas de loros choroi color verde mayate.
En Rupanco vemos por primera vez un segmento grande de
bosque nativo, tras recorrer 8 kilómetros de terracería para llegar a la casa
del pescador que nos dará asilo durante tres días, a donde llegamos luego de
cruzar un puente de madera con pequeñas rosas pintadas como adorno. Este
comentario puede parecer ocioso, pero no lo es, en esta región de Osorno el
detalle es lo que marca la diferencia. Así, vemos en la carretera adornos muy
finos y singulares en las cercas, las casas o las caballerizas; adornos
colgando de los árboles, los buzones, sobre los senderos de un gusto muy
refinado; los residentes de esta verde zona en la Región de los Lagos tienen a
bien poner esos detalles para deleite propio y de los numerosos visitantes que
arriban a acampar al lago. A mí me dejan contrito, porque hablan del arte del
buen vivir, de la búsqueda de la calidad de vida en sonrientes detalles,
cálidos y humanos, a veces cursis, abstractos incluso, con los que esta gente
acompaña su vida.
Es inevitable no ponerse poético desde el barranco de unos diez metros sobre el lago Rupanco donde tenemos instalado nuestro campamento, junto a la casa del pescador. El espejo de agua replicando nubes con jirones azules del cielo; el reflejo del Sol como una cascada durante el día y de la Luna por la noche, que estalla en el agua y se prolonga hasta nuestros pies como una alfombra luminosa en una premier de estrellas verdaderas. La cordillera de los Andes amuralla el Este y aun cuando no está nevada prodiga majestuosidad. Gaviotas hambrientas, oportunistas tiuques (halconcillo) y ruidosos queltehues (como ibis), y la incesante actividad de una planta de salmón coho y salmón chirú (Chinook) que replican el proceso vital de los salmones en tecnificadas plantas lacustres y oceánicas en las que mueven a los peces, todo el día transportan cajas en lanchas de carga. No soy capaz de entender aún el daño ecológico de estas plantas, un pescador de Punta Arenas nos ilustraría más adelante de sus desastrosos resultados.
Es inevitable no ponerse poético desde el barranco de unos diez metros sobre el lago Rupanco donde tenemos instalado nuestro campamento, junto a la casa del pescador. El espejo de agua replicando nubes con jirones azules del cielo; el reflejo del Sol como una cascada durante el día y de la Luna por la noche, que estalla en el agua y se prolonga hasta nuestros pies como una alfombra luminosa en una premier de estrellas verdaderas. La cordillera de los Andes amuralla el Este y aun cuando no está nevada prodiga majestuosidad. Gaviotas hambrientas, oportunistas tiuques (halconcillo) y ruidosos queltehues (como ibis), y la incesante actividad de una planta de salmón coho y salmón chirú (Chinook) que replican el proceso vital de los salmones en tecnificadas plantas lacustres y oceánicas en las que mueven a los peces, todo el día transportan cajas en lanchas de carga. No soy capaz de entender aún el daño ecológico de estas plantas, un pescador de Punta Arenas nos ilustraría más adelante de sus desastrosos resultados.
Malú y Cris se solazan comprando lana amarilla pintada con una planta llamada michai y otra morada pintada con moras, el arbusto omnipresente en el sur chileno, las moras, las zarzamoras, traídas por los alemanes a principios del siglo XX y hoy convertidas en una deliciosa plaga que encuentras por doquier, en las banquetas, en el campo, en todos lados, fructificadas en este época con generoso exhibicionismo y al alcance de quien quiera comerlas. Por supuesto yo me apunté, de sur a norte las zarzamoras fueron muy sabrosas, numerosas y al alcance de la mano.
También en esta zona tuvimos ocasión de entablar contacto
con las abejas mieleras, no fue ni accidental ni espontáneo, pues la
presencia de un hermoso árbol llamado ulmo, que llega a tener alturas
respetables, aunque no gigantescas, pero que se distinguen por estas
profusamente floreados con una flores blancas que son el festín de las abejas,
son la causa de tanto panal. Sabía que la majestuosa araucaria era el símbolo
de la flora chilena, pero el ulmo, por su persistencia y fogocidad, debería ser símbolo del sur chileno porque está en todas partes con toda su belleza y utilidad.
Luego de tres días junto al Rupanco, el generoso lago de
playas empedradas y cristalinas, partimos en caravana hacia el sur que era el
único dato real de nuestro destino aventurero. Pilmaiquén, anuncia un letrero.
De nuevo grandes y pequeños detalles arquitectónicos y ornamentales en las
casas del camino. Nuestro destino es Ensenada, una ciudad al borde de la parte
norte del lago Llanquihue, un pequeño mar interior de 860 kilómetros cuadrados
cuya profundidad no se conoce aún, que aparece de a poco, en juguetones retazos
del camino donde ahora me veo y ahora no, pero que sin embargo
circunnavegaremos a lo largo de varias horas en lo que se conoce como el “Circuito
Lago Llanquihue”. El lago natural más grande de Sudamérica, dice una
información turística. ¿Y el Titicaca?, me pregunté ipso facto.
Es posible advertir grandes predios de monocultivos, pinos
de 40 metros de altura con apenas un metro de separación. Y eventuales predios
de monocultivo cosechados: un escenario triste y masacroso. La carretera
flanqueada por florecitas amarillas y blancas es recolectada por una familia que
camina temerariamente sobre la carpeta asfaltada. Un cartel informativo anuncia:
Norpatagonia. Y otros Nochaco, Río Coihueco, cumbre del volcán Osorno “a la
izquierda”. Por fin llegamos a las inmediaciones del majestuoso volcán que
hemos apreciado los últimos días, al tiempo que vemos el primer accidente en lo
que llevamos de camino; hay heridos, es una volcadura.
Las estadísticas de Chile son menos favorables que su
apariencia, la miseria no existe a la vista del viajero, sin embargo es visible
un caserío de pobres en los pequeños ranchos del camino, casas sucias y
desastradas, pero nada que ver con la miseria mexicana, no hay casuchas de
cartón y lámina de propaganda electoral, aquí las viviendas tienen una buena
condición, paredes sólidas, techos de lámina y terreno.
En Ensenada también hay una elegante zona de restaurantes con
numerosos turistas alemanes, ancianos en su mayoría, apuntadísimos para
ingresar al restaurante “Donde don Pancho”. Es sábado temprano y el territorio por
ahora es de adultos, casi no hay jóvenes, excepto las decenas de mochileros que
esperan pacientemente en sitios estratégicos para ser recogidos por los
automovilistas. “Pacos” (que son los polis, los tamarindos de por acá) de una susceptibilidad
extrema, casi nos infraccionan por preguntar la ubicación de una bencinería
(gasolinera). De miedo, los famosos carabineros, supuestamente muy respetados,
pero todo mundo les da la vuelta.
Los ulmos “nevados” junto a álamos y pinos se arremolinan
exuberantes en los bosques nativos del Parque Nacional Vicente Pérez Rosales,
entre el dominante basalto volcánico muy antiguo, junto a variedades autóctonas
como olivillo, luma, meli, tiaca, canelo, avellano, saúco, mañío y muchas más. Sobre
todo mucho colihue, una especie de bambú y raulí, una variedad muy gruesa de
pino nativo. Luego atravesamos un bosque enano, joven, derivado de un incendio
relativamente reciente que por lo visto arrasó.
- Mira,
ahí está una araucaria –me indica el informado Frank.
- Por
fin –le respondo antes de estornudar ruidosamente.
“Salud”, decimos en México, pero en lo que vimos los
chilenos no usan esta cortesía, aunque te agradecen si la profieres. Cuando
pude le pregunté a Cris al respecto, me dijo que sí la usan, pero en la
práctica comprobamos que no. ¿Qué importancia tiene? Ninguna, pero igual lo
apunté. Ahora vamos hacia Cochamó, en el estuario de Reloncaví.
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