En
este barrio de San Pedro Cholula, llamado San Gregorio Zecapechpan, hay una
leyenda -que amablemente me cuenta Emilio Ramiro-, que tiene que ver con el
antiguo panteón y una serie de robos que ocurrieron en tiempos de la colonia.
Los vecinos, cansados de que las tumbas de sus muertos aparecieran saqueadas
cada tercer día, decidieron montar guardias vecinales en las noches para ahuyentar
a los ladrones.
Así
pasaron los meses y los vecinos no pudieron aprehender a nadie, pero los robos
a las tumbas seguían sucediendo sin ninguna explicación. Comenzaron a circular
rumores de que se trataba de espíritus malignos que robaban con una intención
desconocida. Desaparecían los cristos de hierro, la cantera y hasta la herrería
que protegía a las tumbas.
Una
noche, en medio de un torrencial aguacero, los ladrones vivos o fantasmales se
llevaron las rejas que rodeaban la tumba de un personaje que era un vecino
conocido y respetado por todos, un hombre noble que se distinguió como un buen
cristiano y una buena persona. Pasaron varios días con los vecinos de San
Gregorio extrañados y confundidos por tantos eventos inexplicables. Una noche,
en medio de los truenos de una tormenta eléctrica, los vecinos escuchaban unos
gritos que no supieron ni quisieron interpretar. La mayoría se santiguó y
siguió haciendo sus deberes, pero al terminar la lluvia con sus truenos los
gritos continuaron, y cada vez más los interpretaban como gritos humanos.
Cuando
escampó completamente, los vecinos de San Gregorio percibieron que los gritos
provenían de una esquina del panteón y, en bola, se acercaron a investigar.
Cuál fue su sorpresa de ver a dos hombres encerrados entre unas rejas que no
estaban allí pero que ahora funcionaban como una minúscula cárcel con ese par
de ladronzuelos que lloraban y confesaban sus culpas, prometiendo no volver a
pararse por ahí, pues en el panteón de San Gregorio espantaban.
Los
ladrones, que no eran vecinos, fueron entregados a las autoridades y confesaron
solo algunos de los robos, el resto de las desapariciones quedó en el misterio.
De cualquier forma, los habitantes de San Gregorio Zecapechpan supieron que una
fuerza superior también se había cansado de los robos y había decidido actuar.
Con ese susto bastó para que los robos se suspendieran, de esta forma los
muertitos y los habitantes de San Gregorio pudieron descansar en paz.
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