“El libro tradicional vuelve, la gente lo prefiere al kindle… prefiere
coger un buen libro de poesía en papel, tocarlo, olerlo, leerlo.”
George Steiner
Mi hermano tuvo a bien regalarme para mis sesenta un lector de libro electrónico portátil Kindle, una pequeña tableta de 20 x 15 centímetros en donde cabe, dependiendo del tamaño de la letra, una media página de un libro común. Aunque tal vez sea mucho menos. El asunto es que en este lector dejan de tener importancia las “páginas” y el número progresivo de tu lectura se cuenta con otra numerología que aún no acabo de interpretar, y un porcentaje de lo leído en la parte inferior: 60 %. Es toda la información sobre el avance.
Llevo algunos años leyendo libros electrónicos en formato
de pdf, que como sabes es una copia electrónica de un libro de papel común.
Aquí disfrutas de todas las cualidades de los libros, excepto, claro, del
papel. Pero están las páginas iguales, con su encabezado con los nombres alternados
del libro y del autor, número progresivo y sangrías. La única diferencia es más
bien espacial, lo debes leer en tu escritorio y no en las cómodas almohadas de
tu cama, que es donde más disfruto mis lecturas de placer –porque hay muchas
lecturas de trabajo, que son otra historia-.
La nueva experiencia
del Kindle es contrastante con mi antigua afición. No hay nada de lo anterior,
sino un texto cerrado que comienzas a leer en el extremo superior izquierdo y
lo terminas en el extremo inferior derecho, le picas con el dedo ahí y cambia a
la siguiente (media) página; necesitas luz para leer como si fuera un libro de
papel. Sus ventajas las irás conociendo poco a poco, por ahora he visto que
puedes consultar un diccionario para la definición de una palabra o puedes
subrayar un fragmento que automáticamente se guarda en un archivo con cita
bibliográfica y todo.
Bueno, lo que quiero decir con todas estas explicaciones es
que el placer de leer un libro y el presunto placer de leer en Kindle no tienen
prácticamente ninguna semejanza. El Kindle es ese ladrillito plano y pesado que
excluye completamente la parafernalia y te somete directamente a las palabras
del autor, al autor mismo; no hay editores a la vista, no hay títulos ni
nombres, no hay páginas, ni sangrías sino únicamente el texto que deseas leer
con ansiedad, porque nunca habías tenido a la mano ese libro que buscaste
afanosamente y ahora está ahí, en ese cuadrito, sin ninguna clase de ceremonia,
sometiéndote estricta y directamente al placer de la literatura.
Mentiría si dijera que el placer ocurrió desde las primeras
sesiones. No, he tenido que acostumbrarme y trabajar para hallar el placer de
leer en este nuevo soporte. Es, calculo, otra posibilidad de placer que muy
poco tiene que ver con la anterior de los libros impresos, e incluso la de los
electrónicos en pdf. No sé a dónde me va a llevar, pero también calculo que lo
hará por el sendero del hábito, esa rutina que tan bien me aviene y que
rápidamente se convierte en costumbre. Comencé cargando mi Kindle con ambición
controlada, una veintena de títulos, y por ahora voy en el primero. Te cuento: Elegidos para la gloria (The Right Stuff, 1979), de Tom Wolf, sobre
la invención de los astronautas en la aeronáutica estadounidense que dormía en
sus laureles cuando los rusos irrumpieron en la estratósfera y los pusieron –literalmente-
a volar. Pero existe una página gratuita (https://www.epublibre.org/catalogo/index)
que te da, para empezar, treinta mil libros variopintos que no sé a qué horas
vas a poder leer.
El Kindle además te ahorrará no poco esfuerzo al llevar
contigo en viaje pesados libros de papel (o grandes o gordos); en ese
rectángulo delgadito puedes llevar decenas o centenares de volúmenes para que
elijas el que más de avenga a las circunstancias de tu viaje, sea por el mundo,
por las filas de ventanillas burocráticas, en salas de espera, o simplemente
deambulando por los espacios de tu casa.
Pero sí, Kindle no es un chocolate que te procura placer
con solo abrirlo, es más parecido a un duro piñón que te cuesta mucho abrir
para comerte esa pequeña fruta. Por eso hay que quebrar muchos piñones para
agarrarle el gusto. Suerte.
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