Con cariño en tu cumpleaños, preciosa Malú,
un pedacito de tu papá; que pasado mañana cumpliría 99 años.
Testimonio del ingeniero Luis Méndez
Izquierdo
Conocí
al general Lázaro Cárdenas en Morelia, donde me encontraba haciendo las obras
de agua potable de la ciudad de Morelia, y entre los aspectos más o menos sociales que cubría yo, estaba
ayudar a la señorita Figaredo, hermana del famoso locutor Figaredo, ellos eran
dueños de un hotel en el mero centro de Morelia, el papá todavía vivía, y tenía
un club que se llamaba Rebullón, cuyo objetivo era hacer fiestas, kermeses y
bailecitos para juntar fondos y hacer una casa hogar para los niños que no
tenían madre o padre. Gente muy especial. Asilos de niños para gente pobre, creo
que era particular; entonces mi cooperación consistió en hacer el proyecto de
lo que ella requería, la casa hogar, tuvo oportunidad de que le obsequiaran un
terreno más o menos amplio, como mil metros cuadrados, por el fraccionamiento
de Los Arcos, a la entrada de Morelia. Y le hice un proyecto más o menos
agradable, comenzamos a construir. Se hicieron unos bailes en el club
Rebullones con ese objetivo. Asistí a alguno, animado, ella pertenecía
propiamente a la clase alta de la sociedad de Morelia, en esa misma época su
hermano Figaredo era el mejor cronista de radio, muy famoso, de manera que eso
facilitó un poco más las cosas. Lo que se juntaba era con el objeto de
construir eso. Hubo un momento en que llegamos a tener entre 25 y 30 mil pesos,
cuando el dinero valía más. Entonces empezamos a construir e hice las dos
salas, el hall de entrada y dos alas,
y luego un patio muy bonito con sombra, tuve que colar una loza de techo con
unas columnas circulares muy bonitas. En aquella época hacía las cosas bien
acabadas, con un acabado que se llamaba “acabado aparente”, con columnas
circulares, esbeltas, de 20 centímetros de diámetro y todo bien hecho para
soportar la losa del techo. Estábamos precisamente en ese nivel, cuando empezó
a destacar la obra, como estaba a la entrada de la única cabecera que había en
esa época, y entre las personas que acudieron, lo recuerdo muy bien, fue el
doctor Morones (Ignacio Morones Prieto), que era el secretario de salubridad,
con quien tuve una franca y fuerte discusión. Dijo que yo estaba haciéndolo mal.
- Las
columnas ya no se hacen así, como está usted haciéndola –dijo–.
- Ah ¿y
cómo se hacen?
- Con
una funda de tubo de asbesto y una varilla en el centro.
Yo me
reí, la propuesta era cara porque metiéndole tubo de asbesto vale más que la
columna de concreto, y la que consideraba que era la parte resistente no era
así; le respondí:
-
No,
anda usted mal, lo que estamos haciendo se llama concreto armado, con anillo
cicloidal que le da mucha fuerza.
- Pues
así no se hace.
- Dispénseme,
pero no, sé que usted es un buen médico, pero como ingeniero, por favor, por
eso le han salido las cosas más caras en Salubridad, no necesita el tubo de
asbesto porque lo encarece notablemente y no se beneficia en nada.
Y
entonces como que ahí sentí que la perdió él, ya no objetó mucho, cuando le
dije que él era médico y yo era ingeniero, que debíamos respetarnos mutuamente.
Tenía
una marquesina muy bonita en el segundo piso porque arrancaba de 14 centímetros
y tenía un volado que terminaba en 6 centímetros. A medida que va creciendo va
aumentando el momento flexional y consecuentemente los esfuerzos. De ahí vino
otra bronca con el doctor Morones.
- Esa
marquesina se va a caer.
- No, lo
tengo bien calculadito. No se cae.
- Cómo
no,
- ¿A qué
horas se va usted?
- A las
5.
- A las
5 nos vemos aquí, la voy a cargar con 400 kilos de tabique por metro cuadrado,
para que vea que no se cae.
Pues,
claro, que no sé qué. Un verdadero choque. A las 5 pasó en un carro con su
chofer, y cuando vio que estaba el tabique, que se pela para México. Como que
nos quería “ayudar”, como político, pero me pareció impertinente y lo paré, me
pareció ingenuo.
Lázaro Cárdenas
El Tata
La
siguiente visita importante fue al día siguiente, estaba yo viviendo en Los Arcos,
como a dos kilómetros, ahí hice 20 residencias de tres recámaras; tenía un
contador mío, un señor de Puebla, fue a avisarme a donde estaba trabajando en
las obras de agua potable, llega a decirme: “oiga, lo busca el general
Cárdenas, ¿a mí? para qué, no tenía ninguna relación con ellos. “Pues está ahí
en la casa hogar”. El general era el presidente de la comisión del Cupatillo,
el rio Balsas y todo eso, grandes obras de ingeniería, importantes, ahí
hicieron la presa de Cupatillo. Acudí.
No me
emocionó de manera particular, pensé que tenía que acudir, y como estábamos un poco
gastados, ya habíamos hecho los muros, la cimentación, me fui a la obra donde
me esperaba. Llegué y el general Cárdenas estaba afuera de la obra y la imagen vi
la recordaré toda la vida, estaba en un montón de grava; él era, en primer
lugar, grande y robusto, y era además una figura nacional muy importante en el
país, y montado sobre la grava se veía impresionante, como en un pedestal. Yo
era pequeño para eso, el general todavía había abusado de su altura, je je. Me
miró desde arriba y bajó. ¿Usted es el ingeniero que está haciendo la obra? me
preguntó. Sí, señor. Usted no es de aquí, me acuerdo que me dijo. No, soy de
México, gané el concurso de las obras de agua potable y estoy ayudando a la
señorita Figaredo a través del club Rebullón. donde la conocí a ella y a su
padre y tenemos cierta relación, me planteó el problema que tenía y le dije que
con mucho la ayudaba y la estoy ayudando. Pero hemos contado con poco dinero,
porque a estas alturas hemos gastado 25 (que eran buenos ¿eh?), así que estamos
más o menos. Me dijo: pues yo ya le di una vuelta, ingeniero, aproveché y tengo
dos observaciones que hacerle. Pues sí, dígamelas, general. La primera, veo muy
poca altura para ese tipo de construcción y están bien; equivocadamente los
hacen más altos de lo necesario. Mi otra observación es que, yo he visto que
los ingenieros acostumbran poner castillos en las esquinas, y aquí no he visto
ninguno. Dije, bueno, yo tengo una opinión del uso de los castillos, que son
colocados de una forma más o menos arbitraria, sin que estén derivados de una
carga, es malo. ¿Por qué? Porque entonces el concreto, la columna, se deforma
menos que el muro de tabique. El muro de tabique lleva tabique y luego una
lechada de cemento, que lleva una parte de agua, y a través del proceso de
hacer la obra hay un asentamiento, un milímetro o milímetro y medio, pero ese
asentamiento no es congruente con el que tiene el concreto, se forma una
cuarteadura.
Bueno,
me dijo el general, cuando uno tiene una idea hay que desarrollarla. No hubo ninguna
crítica. El general sabía de esto y era inteligente. Muy bien. Porque eran dos
buenas observaciones y entendió muy bien mis razones. ¿y usted gana algo? No,
yo vivo de lo que gano en las obras de agua, considero que es suficiente, esta
es mi cooperación. ¿Qué le falta? Mire, me falta para terminar 10 mil pies de
tablón de madera de tres cuartos de pulgada para colar la losa y lo que sigue,
ahí serán las habitaciones y ahí las aulas; me faltan 40 toneladas de cemento,
tengo toda la varilla cortada, tengo la grava y la arena como usted ha visto,
pero sí me falta. Muy bien, las 40 toneladas de cemento se las voy a mandar yo
de Cupatillo, de lo que estoy recibiendo ahí, apunta –le dijo a el cojito, que
era su ayudante– el nombre del ingeniero y la dirección para que le mande el
cemento de lo que recibo de León, León estaba empezando a fabricar cemento, era
medio malito todavía, pero era cemento. Y le dices a Laris Rubiol, a Fulano… –y
dijo los cinco nombres de los cinco madereros michoacanos–, que cada quien dé 2
mil pies de madera al ingeniero para que se pueda completar la obra. Me acuerdo
de Laris porque a ese después le hice su casa, los demás no me acuerdo. Y nos
seguimos viendo. Sí, como no. ¿No quiere colaborar conmigo? Bueno, como
contratista sí. Está bien, tengo unos trabajos que encargarle. Ahí estaban los
de la ICA y ya cuando me vieron les dio miedo.
Los de
la ICA, la misma de ahora pero ya murieron los que la fundaron, entre los que
había amigos y enemigos míos, estuvo formada por un grupo de gente muy
inteligente, Raúl Sandoval Landázuri, Javier Barros Sierra, que no era rector
todavía, pertenecíamos al mismo grupo político, por así decirlo, en aquella
época de la preparatoria había los rojos, los blancos y los verdes; ya se
imagina, los rojos eran los comunistas, Garrido Canabal era el gran apoyo de
ellos, los blancos eran los mochos, la derecha, y los verdes éramos los que
teníamos la idea de que las cosas no estaban bien, éramos liberales, de los
cuales Barros Sierra siempre fue muy buen amigo mío, era una persona muy
respetable porque todos sabíamos quién fue su abuelo, Justo Sierra, además de
que siempre fue un caballero, era un buen alumno, de ideas muy avanzadas, de
buenas ideas; no era conservador, conmigo ligaba muy bien porque yo pensaba más
o menos igual.
El
antecedente que incomodaba a los de la ICA se remontaba unos años atrás, cuando
gané una obra importante en Tabasco que previamente siete ingenieros no habían
podido concluir, y que para colmo yo sí pude acabar. Yo no tenía registro ni de
hacienda ni de constructora, ni aquí y allá. Yo me inscribí como ingeniero Luis
Méndez Izquierdo, fui el más bajo y saqué el concurso. Le gané, por ejemplo, a
Lezama y Cortina, que en aquel momento era quizás el principal constructor de
México; entonces fue sorpresivo, porque yo tampoco conocía a Oliveira, pero él
que era el secretario y me dio el concurso. Pero ese fue el golpe, que a mi
nombre, un ingeniero le ganara a toda una compañía. Eso ya les molestó un poco
a todos, comenzaron a verme con reservas.
Cuando
los de la ICA me vieron, ahí estaba Alberto Baroccio, que era compañero mío del
año que seguía. Una de las personas con las que tuve buena amistad, pero que era
chueco, tan es así que se suicidó
porque lo agarró López Portillo en un fraude bastante grande, cuando llegó a
presidente, años después. Yo tuve que ser muy duro con él en una ocasión, ya
andaban tras él. Fue hijo del profesor Baroccio, que también fue maestro mío,
el más importante de los masones, y yo fui un alumno distinguido, de manera que
él siempre me estimó mucho, mucho. Un maestro que no era brillante, por cierto,
no era muy inteligente, pero era enciclopédico, con conocimientos amplios y con
el que siempre me llevé muy bien; después le cuento un detalle que me pasó con
Baroccio para que vea la confianza que me tenía.
Entonces
cuando yo llegué a Uruapan a ver al general Cárdenas les cayó como bomba, y
estaba de superintendente nada menos que Baroccio, que desde la escuela no me
podía ver mucho. Entre otras cosas yo acostumbraba a buscar en la biblioteca en
mis horas libres, y me daba mucho gusto que me consultaran los de otros lados,
más arriba o más abajo, tenía yo prestigio de que conocía mucho de estructuras.
Baroccio tenía también otro detalle que era curioso, era más chaparrito que yo,
ja ja, pero bastante más ¿eh?, era casi enano. Entonces se sentía un poco, yo
sentía que… nos llevábamos muy bien, nos hablábamos de tú y todo, entonces yo
vi como que no les gustó que llegara. No estaba el general, estuve platicando
con ellos, no me dieron ningún plano, aunque el general me había dicho que le
den a usted los planos, los pedí y que no los tenían. Ellos estaban medio proyectando
y construyendo. Esa ICA desde que empezó cayó en pecado natural, le voy a
contar porque lo conozco muy bien.
El
general Cárdenas me dijo que si yo quería platicar con él, sí cómo no, nomás
que como contratista, porque yo no puedo trabajar directamente porque yo ya
tengo compromiso. Está bien, dijo, vaya a verme a Uruapan a la sede de
Cupatillo. Fui.
Como
ellos estaban proyectando las obras y construyendo el Cupatillo, eran
proyectistas y constructores, por supuesto que no me dieron la información, me
dijeron que no habían terminado los planos. Me recibieron bien, pero en el
fondo no. Como era más chaparrito que yo, eso lo tenía ciscado; y francamente
era más tonto que yo. Y de la ICA estaba Barros Sierra, estaba Sandoval y
estaba un grupito después de mí. No me dieron los planos, que “le faltaban unos
detalles”, a la mejor ni los tenían, para qué decir que me los negaron, pero yo
sí sentí cierta hostilidad. Entonces, después de eso el general Cárdenas me
mandó el cemento y me consiguió la madera para la casa hogar; e inclusive
recorrimos las obras que estaba yo haciendo, la línea de agua potable de la
presa de Comisión a la loma de Santa María. Un ducto de concreto cerrado de
1.40 bajo tierra. En otra ocasión me mandó llamar también e hicimos otro
recorrido. Ahí aprendí a trotar, el general era de paso largo, era grande, y
militar, entonces su paso era así, yo no podía con ese paso, no podía darlo, mi
estatura no me lo permitía, entonces como que me atrasaba un poquito; iba con
varias personas que lo acompañaban; el cojito aquel que lo acompañaba en
Morelia, llegaba a Morelia y le hablaba para que lo ayudara en todo, caminaba
con bastón, me acuerdo, y otras personas, el general era eficiente, y a su paso
nos fuimos quedando él y yo, nada más, los demás se fueron rezagando; observó
todo, ah, ingeniero, esa tierra donde la compró ingeniero, pues se las compré
de las bardas a los ejidatarios. Y cómo se las pagó… Se interesaba en todo.
Pues es mejor eso que poner concreto, ya tengo precio para esto. Y así hicimos
el recorrido todo todo. Por ejemplo, llegamos a un puente muy bonito, era el
más grande de los puentes que tenía yo; híjole le salió muy bien, ingeniero,
está muy bien hecha la estructura. Era una barranca que tenía unos cincuenta
metros, era un puente canal por donde pasaba el agua. Entonces el único que le
aguantó el paso fui yo, pero tuve que trotar, un paso más rápido pero corto, y
en efecto aprendí a hacerlo porque nunca lo había hecho. Y nos echamos los 14
kilómetros. Porque cuando fue Oribe de Alba, iban otros funcionarios, cuando
Miguel Alemán fue a ver las obras, pues puro coche, yo nunca había visto que un
funcionario se lo echara a pata, y salimos desde la cortina. Me acuerdo que nos
estuvimos riendo porque la placa decía: siendo el presidente de la república el
general Lázaro Cárdenas, siendo el secretario de quien sabe… cuántas cosas, una
redacción lamentable; y alguien había puesto con gis, aquí también trabajó el
albañil Fulano, nos reímos el general Cárdenas y yo; tiene razón, dijo, tienen
razón de las placas, nomás hablan de los que estamos arriba y nunca de los de
abajo. Entonces recorrimos toda la obra, era muy austero. Siempre te invitaba
un tehuacán, era una invitación suya, y platicábamos de esto y lo otro.
- ¿Fue a
ICA?
- Sí fui,
general, pero no me pudieron dar la información.
- Tengo
interés de que coopere usted con nosotros.
- Con
mucho gusto.
En el
túnel era molesto, porque el túnel tenía 1.80 de altura y el general, con su
sombrero, mediría 1,90. Yo se lo hice ver: general, yo quepo sin problemas,
pero usted me parece que no, No, no hay problema. Y como no tenía salida
tuvimos que regresarnos por el mismo camino. Era un tipo austero, callado,
hacia observaciones; si una cosa le gustaba se lo decía definitivamente, el
último puente era bonito –hasta me gustaría volver a verlo–, yo lo proyecté;
dijo: este sí le quedó muy bien, ingeniero, muy bonito ¿Cómo se llama? Es un
puente canal, general. Está ubicado, viniendo de la presa de Morelia, ya para
llegar a Morelia, en la Loma de Santa María.
Me
caía bien el general Cárdenas, pero en eso viene el concurso de la tubería de
Córdoba, yo había hecho ahí 21 casas en el fraccionamiento, hice la estructura
de la Pepsi Cola e hice algo de guarniciones y banquetas, que era un negocio de
un primo mío, pero yo hice la obra, y luego gané por concurso lo del agua
potable y ya me fui quedando más tiempo del que yo había pensado. A cada
maestro le di una casita. Estaba Maldonado, el mejor maestro que me salió ahí;
Salvador y su hermano Ángel, que era muy bien hecho. Y hubo un maestro cuyo
nombre afortunadamente olvidé. Cuando un día tuve que ir a México a un asunto
financiero o algo así, al regresar qué cree que me encuentro, que una de las
recámaras no tenía puerta, yo le dejé los planos, y me pareció que era absurdo.
Cómo se le ocurre a usted hacer una habitación sin puerta. Es lo que yo decía,
me dijo. No, para mí es un error tan grave que lo voy a tener que cortar,
maestro. Y lo corté. Me pareció absurdo que una persona haga un cuarto y no
ponga puerta, que porque no la vio bien, pero es una habitación en la que
tienen que entrar, es para habitarla y él no le pone puerta; así le dije, habla
o de una intención desviada o de un error garrafal, pues por dónde van a
entrar. Es lo que yo pensaba. Bueno, pues lo quité, me pareció un error muy
grave, contra toda lógica.
Luis
Méndez en calle homónima (Foto de Jaime Noyola)
Cuauhtémoc
Cuando
estaba estudiando en el instituto, entonces mi hermano Carlos y yo nos íbamos a
jugar frontón en las tardes, creo que los jueves y siempre había alguien
jugando allá. En Morelia había cuatro frontones muy buenos, hay una fuente muy
famosa que, como tiene mujeres desnudas, le llaman Chichipícuaro, algo así. Y
un día que fuimos mi hermano y yo, estaban jugando Cuauhtémoc y un carnicero
muy bueno, era el campeón de ahí, un gordito muy bueno, entonces los retamos.
Además, éramos los únicos, estaban vacíos los frontones. Y ahí conocí a
Cuauhtémoc. Luego luego me di cuenta de cómo ganarles. Le dije a Carlos, mira,
el carnicero es mejor que nosotros dos, era el campeón de Morelia, pero
Cuauhtémoc era indolente, entonces planeamos meterle dos paredes y así lo hicimos.
Carlos jugaba mejor que yo, él jugaba de zaguero. Con el carnicero yo la perdí,
la única manera de ganarle era metiéndole a Cuauhtémoc, que jugaba de
delantero, pues el otro y jugaba de zaguero, que es la posición fuerte,
mientras que Cuauhtémoc, que debe haber tenido unos 16 años, no pudo jugar a
dos paredes y perdieron.
Luego,
cuando fui maestro del instituto ahí lo vi, no era mi alumno, pero ahí iba.
Guadalupe Lavielle y Luis Méndez
En eso
gano un concurso en Córdoba, mi esposa era de Veracruz y Veracruz me gustaba
más que Michoacán, y me gusta, lo puedo seguir diciendo. Me gustaba Morelia,
pero era mucho más simpática la gente de Veracruz. Después de los cubanos la
más simpática que he encontrado es la gente de Veracruz. Gané el contrato en
Córdoba que era muy bueno para mí porque tenía que meter como 9 mil metros de
tubería, y a mí me había gustado la tubería de concreto, ahí comencé a fabricar
tubería de concreto, y el contrato era muy bueno. Entonces dejé Morelia.
La
casa del ingeniero Luis Méndez Izquierdo
Cuernavaca,
Morelos
Abril
de 1999
.
Me encanta ésta anécdota de mi papá, qué bárbaro qué facilidad de palabra tenía, hermoso regalo, gracias.
ResponderEliminarEra un gran conversador, felicidades nuevamente.
ResponderEliminarMe encantó el relato, escuché una vez más la voz de mi padre contándote esas historias entre otras, recuerdo que decía que Cuauhtémoc era medio menos y lento, pero que el General, ese sí tenía mucho carácter.
ResponderEliminarTe digo que de alguna manera también a mi me tocó regalo. Saludos.
Me parece justo que sea un regalo también para ti. Felicidades y saludos.
ResponderEliminarRecorde muchas vivencias que tuvo mi Padre, gracias Polo por permitir recordar a sus hijos escuchar sus palabras grabadas y transcritas aquí escritas. Un fuerte abrazo a todos por la casa.
ResponderEliminarFue para mi un gran maestro de la ingeniería, lo recuerdo con mucho cariño
ResponderEliminarCada que veo un cigarro alitas.