Un epónimo es un nombre para reverenciar a alguien que
merece ser eponimado. Es un homenaje duradero en donde el nombre de un
personaje notable dará su apellido a una cosa o circunstancia, periodo o Era,
como cristianismo. Los epónimos han imperado en la ciencia y eponomizan a
cualquier cantidad de especímenes descubiertos en los últimos doscientos años,
de montañas a microbios; flores como la magnolia (Pierre Magnol), gardenia
(Alexander Garden), dalia (Andrés Dahl), Camelia (George Josef Kamel) y Begonia
(Michael Begon). Y no pocas enfermedades como Daltonismo, que viene de John
Dalton.
Epónimos de lugares como
América por el marino Américo Vespucio; England, por Angul o Angeln, legendario rey de los
anglos.
Ganar un epónimo es extraordinario pues demuestra que hiciste
algo bien en tu vida, lo concebiste correctamente y por ello fuiste acreedor –o
acreedora– de un extraño honor que en cierta forma te inmortaliza, un cráter de
la luna, un asteroide. Hay gente extraordinaria que florece continuamente y su
vida alcanza para muchos epónimos. Tal es el caso de Charles Darwin. De por sí,
él denominó especies con su nombre al irlas clasificando, pero sobre todo
fueron bautizados en su honor.
El nombre de Darwin está asociado a especies vegetales y
animales como el fósil de un lagarto argentino Aniksosaurus darwini; el milodón
Mylodon darwini; un carnero del desierto de Gobi: Ovis ammon darwini; la Tarentola
darwini, la salamanquesa de Darwin. El ñandú de Darwin: Rhea pennata, ranita de
Darwin: Rhinoderma darwinii o el Darwinius masillae, un primate extinguido.
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