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Trinidad Trifásica


de la Biblia Suavia

Manuel de Santiago me invitó a escuchar la conferencia de una doctora sobre arte virreinal, fui esa noche a la biblioteca Lafragua, de la que Manuel era director. La doctora Consuelo Maquívar1 habló de la Santísima Trinidad, un tema recurrente en la que aparecen el padre, el hijo y el espíritu santo (el viejo griego, el joven romano, el palomito blanco).


Además de la representación clásica, Maquívar nos explicó que hay dos representaciones trinitarias más: la antropomorfa –tres sujetos parecidos– y la trifásica, tres sujetos en uno, apenas concebida, antes de ser prohibida por la Inquisición. Mientras hablaba la especialista en aquel maravilloso recinto de 1587, cuando la Biblioteca Lafragua era el Colegio del Espíritu Santo de la Compañía de Jesús;  comenzaron a fluir imágenes de trinidades trifásicas que se formaban y se deformaban en mi mente, rodeado por 90 mil volúmenes, algunos de ellos incunables, y un recuento inmejorable de cada siglo colonial. Como un  remolino sobre mi cabeza comenzaron a llegar. Seis ojos, tres bocas, tres narices.


La plática fue iluminadora, cuando salí de la hermosa biblioteca Lafragua, en el centro de Puebla, conmocionado por la cantidad de formas posibles que me vinieron a la mente como un ataque aéreo de trinidades trifásicas –seguramente por prohibidas–, caminé por la acera reducida por el último terremoto de la iglesia de la Compañía en la que me detuve, una vez más, a contemplar sus estatuas. 


Es una iglesia muy inspiradora con su veintena de esculturas realistas de palpable calidad. Santos y santas que casi te hablan, ojos suplicantes, muy verosímiles.

En bruto –planifiqué sentado en una banca–, unas dos docenas de imágenes de barro de treinta cm de diámetro conteniendo trinidades trifásicas, tres rostros en una cara, cristos bizarros comenzaron a aparecer en cuanto metí mis manos en la humedad del barro.
Después de masticar ideas y hacer dibujos, me puse a trabajar en la elaboración de la serie de piezas de barro que buscan explicar, tres siglos después, las razones de la Inquisición para prohibir la Trinidad Trifásica.
La investigación de la doctora Maquívar nos ilustra sobre la importancia de la iconografía religiosa en los propios gremios castigados por la modernidad, como el de los artesanos poblanos, los alfareros, los herreros, los vidrieros, que en la ciudad casi han desaparecido; inspiraciones como esta representación prohibida sobre la trilogía celestial, que pueden dar cause a movimientos artísticos identitarios que, como en Oaxaca ocurrió con Tamayo y sobre todo con Toledo, que supieron sembrar una base social para la reproducción del arte –y ahí detrasito la artesanía–, que cada año nos sorprende con innovaciones y evoluciones; puede ocurrir aquí con la riqueza documental que tiene Puebla en sus bibliotecas y archivos. Ese volumen de depósitos históricos poblanos tiene la envergadura para producir un renacimiento del arte en esta entidad, su amplia temática histórica. El Archivo Histórico Municipal o las numerosas bibliotecas serían un aliciente natural para la inspiración poblana que, por desgracia, no vemos en la oferta real. Basta ver las escasas ferias de artesanías. Las artesanías quedaron como suspendidas en el tiempo.
Este trabajo sobre la Trinidad trifásica une la historia con la plástica y se presenta lo mismo como arte de barro que como expresión histórica y antropológica sobre la mentalidad de aquellos artistas novohispanos que de buena fe especularon en cómo sería el semblante de la Trinidad e hicieron monstruosas representaciones que asustaron a la autoridad.
¡Ten piedad de mí!

Una temática muy vigorosa la del arte colonial que, como en este tema, el arte poblano puede aportar e ilustrar e inspirar porque hay mucho qué ver y encontrar en el arte y la historia colonial. 

 La historia puede contener ideas muy refrescantes para el arte y las artesanías poblanos.


La Inquisición entró en acción. Era demasiado tarde.


1 Consuelo Maquívar, De lo permitido a lo prohibido. Iconografía de la Santísima Trinidad de la Nueva España, INAH. 2002.



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