Querido Pepe: quiero que te levantes de tu cama para poder cumplirte tu deseo de hacer una fiesta de disfraces; quiero verte el sábado ahí. Y el mes que entra también y festejar tu cumpleaños número 96 el 15 de septiembre; quiero que te levantes, Pepe, o que te mueras ya, pues no soporto –y tú menos que nadie– a un anciano entubado y dependiente, incapaz de moverse y de correr como tú lo haces; de ir al baño, de subir y bajar las escaleras; de podar los rosales y plantar los geranios que se te dan tan bien; no soporto la espera de una muerte inminente si ya no estás bien, si ya no podrás caminar a tu mesa, tomarte tu tequila y fumarte mis cigarros; eso no es poesía, Pepe, eso no es vida. Ahora, si te compones, olvidaremos todos los presagios. Te espero ahí en Teorema y, si no, tú espérame allá, del lado de la poesía.
Como sabemos, Pepe decidió esperarme –a mí y a ustedes– allá, en la cosa esperada, el silencio obligado, la impostura celestial en la que por supuesto no creía, por más que en sus últimos años aludiera a Dios, hiciera como que comulgaba con la idea poética de un creador, de algo absurdamente desconocido que todos, con los nombres y apariencias diversas, terminamos por sospechar.
No le daré muchas vueltas a esto: no creo en el cielo, el de la religión, pero no puedo negar que sobre nuestras cabezas hay un universo que llamamos cielo y al cual pertenecemos ineludiblemente.
Hablé muchas veces de esto con Pepe Donoso. Coincidía
conmigo en que somos polvo de estrellas, tal vez insignificantes frente a la
grandeza del universo, pero con la divina sustancia de la inteligencia, la
conciencia de saberse parte del universo. Hoy cumpliría 96 años terrenales.
El gran Glenn Miller interpretaba un tema de Hoagy Carmichael llamado Stardust, “polvo de estrellas” que, aunque es una evocación poco religiosa, permítanme decirles que yo creo en eso, no en el hecho de que seamos una canción, aunque algunos de nosotros somos bien “músicas”, sino en el que seamos polvo de estrellas, resabios muy antiguos de enormes explosiones estelares que resultaron de la combinación de elementos químicos y de condiciones térmicas.
Si algo distinguía a nuestro querido amigo Pepe era el
humor, nunca autocomplaciente; el humor mordaz, escatológico si se le permitía;
vulgar si venía al caso, presto en todo momento al juego de palabras, al escape
lúdico, a veces insensato, del idioma.
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