El día está movidísimo, una manifestación de profesores paraliza el zócalo de Oaxaca. El ruido es ensordecedor. Diferentes escuelas de la ciudad presentan espectáculos musicales y corales en la avenida peatonal que atraviesa el centro de la ciudad vieja. Lo que veo es un ir y venir de colores que danzan entre los edificios, músicas diversas, tambores
Tomo una
cerveza en una mesa de los arcos. Una abeja ronda mi cerveza; una paloma se
come mis cacahuates, el mesero la espanta. Pasan unas monjas felices, una
pareja de ancianos abrumados. ¡Hastío!, proclamo; una joven con minifalda
haciendo equilibrio en vertiginosos tacones. Entre los manifestantes caminan
parejas disparejas, parejas interétnicas, parejas homogenizadas, vendedores de
maderitas talladas, peines, separadores, hijitos habilitados como limosneros
que cubren un área considerable del zócalo, nunca pierden contacto. Racimos de
turistas unisex. Son ancianos o son ancianas. El palacio de gobierno está
copado de mantas: loxicas, antorchistas, magisteriales.
En el último
trago veo que la abeja está en el fondo de mi tarro, ahogada de borracha. La
echo en una jardinera, todos merecemos una segunda oportunidad.
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