Mi regalo para Luz fue largamente meditado. Ella puso el motivo: huitlacoche, yo puse las manos sobre el barro.
Lo primero que pude
comprender sobre el arte plástico y el maíz fue la derivación natural hacia una
estética tolteca.
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Tener una mazorca como motivo me empujó a realizar trazos
cilíndricos y granulados, inspirados por mazorcas reales infectadas de
huitlacoche que Luz guardaba en el refrigerador.
Como siempre lo inevitable de un rostro humano
convencional: una nariz, dos ojos y una boca; a veces orejas, y acusar
plásticamente la deformación propia del huitlacoche y semejar un rostro en
redonda deformación por las agallas del hongo en la realidad, enormes ampollas grises
y negras, saturadas de inflamación.
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Este fue el resultado final de la observación plástica del Señor del Huitlacoche. Desde luego es mi favorita y representa a un ser abotagado, un hongombre inflamado por las agallas que le surgen aquí y allá.
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Construir estos regalos fue una verdadera fiesta de
oficio y compromiso, las fotografías tan malas no le hacen justicia a las
piezas reales; en el arte plástico no hay discusión entre su calidad digital y
material, como ahora lo disputa la pintura.
Y pegados a ella cantidad de oficios que se beneficiaron
de la era digital para sus obras; no la plástica, que sigue siendo un arte para
las yemas de los dedos.
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