A principios del siglo XXI lo difícil era hacer entender el concepto del
internet a las autoridades de pueblos marginales de la Montaña de Guerrero,
donde anduvimos trepados con el afán de construir páginas municipales en los
albores del nuevo siglo. Una utopía que no se planteaba como algo práctico,
como un servicio público, al igual que el correo.
El internet es un instrumento de comunicación que el gobierno debe
proporcionar a la numerosa gente necesitada del país –que no tendrá nunca una
PC en su casa–, como antes lo hizo con la telefonía y la telegrafía, un
servicio de la gente que se muestra abierta a tratar de entender su complicado
funcionamiento. La gente lo que necesita es enviar palabras o sonidos o
fotografías o videos o emoticones. Necesita comunicarse con su hijo. Con su
esposo. Con su suegra. Pertenece al estado primario de los derechos humanos, el
derecho a comunicarse a través de los medios de comunicación eléctricos; en
cuanto al internet el Estado no debe desentenderse, debe proporcionar ese
servicio en el campo, en los lejanos territorios de las sierras madres. Hay en
medio de los servicios de telecomunicaciones muchos sistemas de comunicación
que hoy son obsoletos, el télex, el teletipo, la telefonía doméstica, el
teléfono público. El internet nos plantea una combinación suculenta de todo
eso. Acabó convirtiéndonos a todos en telegrafistas que por fin comprenden su
labor, sin precisar ayuda nosotros mismos transmitimos textos, audios,
imágenes, video, software; pero esta habilidad no es igual si vamos a las
sierras de México, en los pueblitos de las costas. Ahí el Estado podrían
facilitarle las cosas a los usuarios y tener un servicio público de internet.
El internet es un asunto tan complejo para muchos mexicanos y mexicanas que sin
exagerar es como si a toda la población de nuestro país en 1851 tuviera que
aprender Morse para comunicarse a través del telégrafo.
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(improbable)
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