Imaginen una población marginal de la sierra norte de Puebla, una
anciana humilde, doña Vero, con su rebozo oscuro y sus trenzas canas, chatea
alegremente con su hijo menor, que está en Los Ángeles, en California. Una
diligente joven de la comunidad, empleada del gobierno, escribe las respuestas
de la señora porque ella sí sabe leer, puede leer en la pantalla las palabras
que le responde su hijo. “Es como hablar con él”; tendrían que ver su cara
mientras aparece el siguiente mensaje. Ella suelta una carcajada y responde de
inmediato.
Centros públicos de Internet, con cabinas y operadores que emplean los
teclados y el mouse para comunicar a la gente que lo necesita, para recuperar
el histórico servicio telegráfico que tenía una tarifa por un mensaje de diez
palabras; cada palabra subsecuente se cobraba por separado. Un servicio para la
gente más necesitada, la más pobre y habría sido todo un éxito. La gente
adulta, los campesinos, las madres de familia acuden a la agencia Telecom,
donde se les proporciona el servicio de internet, comunicación integrada, para
hacer contacto con sus familiares a través de videomensajes y chateo, encontrar
alguna respuesta o enviarte las fotos de la boda de tu hermano en Los Ángeles.
Lástima que esta historia haya sido solamente un sueño. Creo.
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