La insistencia de llamar Cultura Popular al arte popular ha desviado la atención –e incluso impedido– que se reconozca al arte popular ahí donde se le encuentra. Aunque se supone que el arte popular es cultura popular, ese pequeño detalle en el nombre sostiene una ambigüedad operativa en las acciones reales de los gobiernos en torno a la famosa cultura popular. Bueno, existe la dependencia de Culturas Populares, que según esta idea debería llamarse Artes Populares, porque el arte es su principal bastión. Debería llamarse Arte Popular, y el presupuesto que ahora destinan a “culturas populares” sea enfocado directamente al arte popular, que es muy localizable. Al entregar a los funcionarios de cultura mexicanos recursos para algo tan ambiguo como cultura popular, se desvía la atención de sus principales esencias, que son las artes. Debería pensarse en estrategias dirigidas directamente al arte popular, que es lo más noble y autosustentable de nuestra cultura popular.
Institucionalmente debe ser llamado arte popular, identificando mejor los sectores en donde los gobiernos pueden contribuir al desarrollo de la cultura popular que, por sus características, se mueve sola. Piensa en la memoria o en la comida. Al impulsar un organismo social que defina y decida en torno a un horizonte tan amplio, como cultura popular, fácilmente se pierden los contornos y se confunden los objetivos en torno a la cultura popular. Por lo tanto, un gobierno encauzado a la cultura popular debería, en realidad, hablar del arte popular, lo que permitiría definir una serie de sectores funcionales, definiendo también sus estrategias.
Las artes populares son la música folclórica,
la plástica popular, el juguete, los dulces, la comida tradicional. Se halla en
oficios como la carpintería, la herrería, la orfebrería y la cerámica.
Solo en Puebla la alfarería mixteca, el barro
bruñido de Acatlán de Osorio y el barro
policromado de Izúcar de Matamoros; el barro vidriado sin plomo de Zapotiltlán
Salinas y Zautla, en Libres y Zacapoxtla, San Miguel Tenextatiloyan, Emilio
Carranza, Atlixco, Tetela de Ocampo, Cuatempan, Xochitelpen, Actempan y
Cohuecan. Lugares de artesanos del barro. La cerámica Mayólica o la Talavera de
Puebla y Tlaxcala; la talabartería de Zacapoaxtla, Xochitlán de Vicente Suárez;
la jarciería de Cuetzalán y Zacapoaxtla.
Onix y Mármol en Tecali de Herrera, Tepexi de Rodríguez y Tehuacán; fibras vegetales de palma la de Xicotlacoyan, cestería en Naupan, Chigmecatitlán y Huatlatlauca; papel amate de Pahuatlán; muebles de madera en Zacatlán, Huauchinango e Ixtacamaxtitlán; vidrio soplado en la ciudad de Puebla; textiles (huipiles y chales) en Hueyapan y Cuetzalan; figuras de barro de Amozoc y de piedra en El Seco; las esferas navideñas de Chignahuapan; el bordado en chaquira de San Pablito. ¡Y tantos aretes de chaquira! Detalles que las culturas populares casi siempre pierden.
Los gobiernos podrían pensar en ellos y proponer
estrategias que impulsen el cultivo de esas artes populares, provocando además
la creación de talleres, tanto en términos educativos, como en los oficiales y comerciales.
Ayudar a los artesanos a desarrollar empresas que tengan el apoyo de
Lo primero que me preguntaría es por qué
convertir a la migración en un fenómeno de cultura popular, cuando es un tema
de política económica. Por qué no pensar en un programa que diga: “Como tú no
migras, ten los elementos culturales como los de una ciudad estadounidense. Ten
talleres municipales de arte. Ten asesoría gratuita sobre las artes sociales.
Aquí están los colores, niños, artistas. Aquí hay un horno para tus piezas.
Aquí hay barro”. Los adultos mexicanos en su mayoría desconocen la arcilla, tan
importante en su cultura. No existe barro en el mercado popular. Los niños
mexicanos no conocen el barro. ¿No sería de suyo un avance si hubiera barro en
las papelerías de México?, que el gobierno impulsara fábricas del abundante
barro que existe en nuestro suelo y pusiera en manos de los mexicanos una bola
de barro al menos una vez en su vida. Ese solo hecho cambiaría la historia del
arte popular mexicano, porque el mexicano se entiende con este elemento, buena
parte de su pasado está sostenido en barro.
Si hubiera barro en nuestras manos, si fuera una iniciativa de dimensiones nacionales, los niños conocerían el barro y harían con ellas piezas insospechadas –por su enorme volumen–, cientos de miles y millones de piezas secándose en los portales de las casas mexicanas. Y una enorme necesidad de hornos para su cocción.
Así lo expresé en el concurso e Google llamado Una idea brillante, que no perdió y que
fue uno de los 900 mil proyectos que Google recibió ese año. Los concursantes
éramos conscientes de que no había premio individual, se aplicaría una suma
considerable a los cinco proyectos ganadores, y desde luego ganaron proyectos
educativos y económicos parta la India y África. Pero se agradeció mi
participación con una sencilla idea para poner barro en las manos de los
mexicanos que, no solo crecería el arte en sí, crecería también la confianza y
el valor que hemos estado buscando durante décadas y que nuestros próceres han advertido
con significativas metáforas de laberintos, jaulas de melancolía, soledades y
complejos; el barro desataría esa mitad de nuestra cultura tantas veces negada,
alejada y escondida; la mitad incómoda de nuestro ser que es capaz de fluir de
nuestras manos para hacer otra representación de la realidad. Un reencuentro con
la magia ancestral que, si acaso no está ahí donde la buscamos, podemos
inventar.
Fuente: Codepi, Inegi y Casa del Artesano (Patricia Olivares, Síntesis 13-dic-2006)
Fuera de mis clases de artes plásticas, que por ser clases me ponían nerviosa, tú has sido la única persona que ha puesto barro en mis manos. Debo decir que lo que salió en esas ocasiones, son casi los únicos frutos de mi creación plástica con los que he estado satisfecha (uno es un vampiro que todavía tienen mis papás por ahi). Me parece excelente tu idea.
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