El amor en los tiempos de hoy se ha despojado de muchos atavismos. La mujer moderna ya no es alabastrina, divina; no es estrella, sueño eterno o cualquier otra fantasía donde se le ha colocado en el pasado. No, la mujer amorosa de hoy, como en las canciones de Sabina, Bono, Weslife o Maldita Vecindad es una persona en donde, por cierto, se realiza el amor que hoy festejamos. Tal vez nuestro amor tiene los dientes chuecos, las piernas flacas o una pequeña nariz situada en la galaxia de su pecas, pero se le ama y ya. Tal vez tiene, como en mi caso, un par de azotadores arriba de sus ojos, pero el asunto es que se les quiere. No hay mucho qué explicar.
El amor es el sentimiento que tenemos por las plantas, por los animales, las causas y utopías compartidas que es el mundo que vivimos y legaremos a nuestros hijos; ahí existe y debe existir el amor. Más allá de los poetas, el amor existe sin decretos ni prohibiciones. Es una condición humana a la que todos tenemos derecho, nos ayuda y protege, es el mejor sentimiento social que ha producido la humanidad. Por eso las religiones coinciden en el amor. Y las naciones, las comunidades, los individuos, el hogar... tu sonrisa y yo debemos amarnos. El amor de hoy, sin hablar de amor libre, es más libre.
Felicidades a todos, a los amorosos felices, a los desamorosos que comparten la pasión; a los que amarán mañana; los que amarían sin llegar a hacerlo; los que amaron y lo recuerdan hoy, al amor mismo; al amor nuevo, al amor longevo.
Por cierto…
En 1933, habiendo sido subordinados los telegrafistas a los empleados de correos unos días antes, este día estalla una huelga nacional contra esa medida que es aplastada con la fuerza militar de la presidencia de Abelardo L. Rodríguez y la anuencia del mandamás de la nación, Plutarco Elías Calles. Los telegrafistas reclamaban la sangre derramada en la Revolución y nadie se los negó. Lo que pocos percibieron fue que la medida, aplicada torpemente por el gobierno, era en realidad el paso de la ciencia que imponía al sistema Morse del telégrafo su licencia de retiro. Desde entonces, se celebra hoy el Día del Telegrafista Mexicano, la Raza de la Hebra. Felicidades a los sobrevivientes que, ciertamente, son muy pocos. Pero estamos la prole, los hijos de los telegrafistas que podemos recordar. Salud papá, salud mamá.
El amor es el sentimiento que tenemos por las plantas, por los animales, las causas y utopías compartidas que es el mundo que vivimos y legaremos a nuestros hijos; ahí existe y debe existir el amor. Más allá de los poetas, el amor existe sin decretos ni prohibiciones. Es una condición humana a la que todos tenemos derecho, nos ayuda y protege, es el mejor sentimiento social que ha producido la humanidad. Por eso las religiones coinciden en el amor. Y las naciones, las comunidades, los individuos, el hogar... tu sonrisa y yo debemos amarnos. El amor de hoy, sin hablar de amor libre, es más libre.
Felicidades a todos, a los amorosos felices, a los desamorosos que comparten la pasión; a los que amarán mañana; los que amarían sin llegar a hacerlo; los que amaron y lo recuerdan hoy, al amor mismo; al amor nuevo, al amor longevo.
Por cierto…
En 1933, habiendo sido subordinados los telegrafistas a los empleados de correos unos días antes, este día estalla una huelga nacional contra esa medida que es aplastada con la fuerza militar de la presidencia de Abelardo L. Rodríguez y la anuencia del mandamás de la nación, Plutarco Elías Calles. Los telegrafistas reclamaban la sangre derramada en la Revolución y nadie se los negó. Lo que pocos percibieron fue que la medida, aplicada torpemente por el gobierno, era en realidad el paso de la ciencia que imponía al sistema Morse del telégrafo su licencia de retiro. Desde entonces, se celebra hoy el Día del Telegrafista Mexicano, la Raza de la Hebra. Felicidades a los sobrevivientes que, ciertamente, son muy pocos. Pero estamos la prole, los hijos de los telegrafistas que podemos recordar. Salud papá, salud mamá.
Como sabes, trabajé en la oficina central de Telégrafos Nacionales entre fines de los noventas y principios de los noventas. En aquella fecha, ya remota, todavía se festejaba por todo lo alto el día del telegrafista. Había un desayuno al que asistía el presidente de la República, un baile, etc. En 1971, varios compañeros y yo boicoteamos la celebración oficial y organizamos una independiente, que por unas horas, generosamente rociadas de alcohol, cimbraron a las autoridades y el sindicato. Un abrazo.
ResponderEliminar