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Deja vu


Anoche, viendo las noticias, pensé que estábamos en otro país. O más bien, tuve un especie de deja vu que me transportó a los tiempos en que existía la dignidad internacional en nuestro gobierno y los seleccionados de equipos nacionales jugaban sin complejos y con hambre de triunfo. Sí, me impresionaron las palabras de Calderón sobre la corrupción en los Estados Unidos y la obvia corresponsabilidad de la violencia de los cárteles; la canciller Espinoza hundió el dedo en la llaga y el secretario Gómez Mont les hizo meneadito con el dedo. Eso duele. Por si fuera poco, un acelerado árbitro de origen mexicano, que traía la tarjeta amarilla pegada en la mano, hizo trizas al equipo boliviano de futbol y los dejó a merced de los extranjeros mexicanos (sic) de los que recibieron una goleada histórica. Sí se puede. Pero ahí no terminaba la fantasía real (sic) porque los beisbolistas mexicanos, heridos por los lenguas-largas australianos que los habían humillado en el primer juego 17 a 7, y que se sentían la mamá de Tarzan (así, sin acento), decidieron pegarle a la pelotita y vencer por nocaut (sic) a la novena australiana por 16 a 1, o algo así. Me acosté con una sonrisa en la cara, pensando que quizás eran signos del final de la crisis perpetua, que el presidente descubrió que eso es lo que queremos de nuestros gobernantes, fuerza y dignidad; de que es hora de decir las verdades en voz alta; que nuestros deportistas hiper bien pagados con nuestros impuestos decidieron esforzarse por realizar un buen papel, y lo lograron, que es lo más impresionante. Me dormí con esa misma sonrisa de idiota feliz y soñé que los diputados, en un alarde de patriotismo, trabajaban hasta deshoras para aprobar la ley que impide salarios vergonzosos de nuestros gobernantes; que en un estado de iluminación aprobaban una ley hacendaria y energética inteligente, que beneficiaba al país y no sólo a los dueños del dinero; que encarcelaban a los especuladores que le tienen la pata en el pescuezo a nuestra moneda; que renunciaba el gobernador; soñé que me hablaba uno de los diez funcionarios que he visitado en los últimos meses y me ofrecía, por fin, un trabajo. Fue una noche verdaderamente feliz, propositiva, con abundantes dosis de esperanza. Fue tan buena que hoy en la mañana, cuando me desperté en esta cruda realidad tan conocida, ostentaba aún mi sonrisa de idiota.


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