miércoles, 18 de marzo de 2009

Luch


Mi amor, hasta 1990 los 18 de marzo de mi vida estuvieron dedicados a disfrutar un día festivo más. Recuerdo alguna playa en este día petrolero, pero sobre todo días de sol pleno, honores escolares, discursos y ofrendas de flores en las estatuas de Lázaro Cárdenas del Río y su expropiación petrolera. Era un día de asueto como tantos otros, pero a partir del 18 de marzo de 1990, las cosas cambiaron para siempre en mi vida.

No fue un día sencillo, pues además de largo, estuvimos en varios sitios con tu pobre madre, que parecía empezar a reventar a cada momento. La tomábamos de la mano y contábamos los segundos que duraba la contracción. Recuerdo vivamente cuando fui a comprar una pizza para que comiéramos los tres (tu tía María, mamá y yo). Fui a un súper, no recuerdo el nombre, y ahí estuve un rato parado mientras me surtían la comida. Veía a la gente muy despreocupada, en sus propios asuntos y pensaba: ¡no imaginan lo que estoy viviendo! ¡eh, tú, panzón, ¿acaso tienes hijos…?!, y otras insolencias por el estilo. Pero cómo lo iban a imaginar. Un treintón con cara de asterisco que compraba una pizza en el súper, digamos, no estaba como para llamar la atención de nadie. Sin embargo, yo me sentía genial, fortalecido y muy nervioso, ¡estaba a punto de ser papá!

El día transcurrió lento y pesado. María y yo contamos unas ochocientas veces del uno al cincuenta, en sucesivas contracciones que, como el bolero de Ravel, iban creciendo en intensidad hasta volverse apoteósicos, casi delirantes. Por ahí de las nueve de las noche comenzaron a preparar a Malú para que quirófano. Ni siquiera imaginaba que tenía que hacerse en un quirófano. Yo mismo me vestí de médico y nos metimos a una fría y descolorida sala de operaciones en donde nos pusimos –literalmente- a pujar. Fueron, por supuesto, los momentos más intensos del día, destacando el esfuerzo increíble de mamá y la confiable asistencia del médico. Estuve a punto de desmayarme al menos dos veces, la vista se me nubló y –típico- comencé a ver estrellitas, pero afortunadamente pude controlarme. No recuerdo cuánto duró todo el proceso, pero sí un sentimiento vívido de lo que yo sentía mientras ocurría. Paradójicamente no pensaba en el nacimiento, sino en la muerte. Es como si, siendo testigo de este milagro natural, estuviera entendiendo, no lo obvio, que era la llegada de un nuevo ser al mundo, sino una parte anterior a este acontecimiento que tenía más que ver con el final que con el principio de la vida. Era una especie de iluminación que me indicaba la perfecta correspondencia entre la muerte y la vida. Veía tu nacimiento pero al mismo tiempo estaba entendiendo algún secreto de la muerte. No sé como explicarlo, pero me pareció hermoso ese mensaje, que pude corroborar después al asomarme al insondable abismo de tus ojos. Supongo que con todos los bebés ocurre, pero a mí me ocurrió contigo. Veía en tu mirada de recién nacida el infinito espacio del universo, como si me explicaran que nacer y morir eran lo mismo, haciéndome comprender, momentáneamente, el ciclo natural de nuestras vidas, la incontestable pregunta que la existencia justifica, sobre el famoso “más allá”. No sé finalmente si por la experiencia mística, o por el simple hecho de convertirme en papá, ese día aprendí mucho de mi mismo. Me diste la primera lección de tu vida.

Eran las 11:30 de la noche cuando salí a la sala de espera donde aguardaban Antonio, Marta y Eva; una agotada tía María, con Jaime, Cinthia y Emmanuel. Teo y Julio, de nueve años, revoloteaban en las esquinas. “Es niña”; “es niña…”

Tras 19 años yo sigo aprendiendo. Cada día me sorprendo de cómo es posible que cada día me sorprendas. Y me encanta llegar a este día, verte crecer un año más, palpar tu madurez y licenciar sin trámite los rezagos de tu adolescencia. Ese día de 1990 me cambió para siempre, y para felicidad de todos, fuimos testigos del comienzo de tu vida. Felicidades.


2 comentarios:

  1. Me uno a las felicitaciones a la homenajeada... y procedo a hacer una corrección: yo recuerdo a María, a mi mamá y a mí en la sala de espera, nada de tio Toño y tio Jaime, mucho menos de los primos. Lo otro que recuerdo es haber visto a Luz a unos minutos de nacida (es el bebé más joven que he visto ahsta la fecha) y haberme impresionado mucho con lo bonita que estaba. Normalmente los recién nacidos son horrorosos, y yo puedo atestiguar que ella era fue hermosa desde el principio.

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  2. Entre tu memoria y la mía, me quedo con la tuya. Gracias.

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