Mi papá era el telegrafista del pueblo, y cuando tenía diez años mi mamá se convirtió en la telegrafista del pueblo. Entonces mi identidad siempre fue la de ser el hijo de los telegrafistas, un pintoresco gremio de servidores públicos, orgulloso y solemne, que nos permitió a aquellos cinco niños conocer gente del sur de México, escasa por entonces, que se hospedaban en la casa por varios días mientras arreglaban algún desperfecto técnico o un arqueo institucional. Eran “los visitadores”. La oficina de telégrafos siempre estuvo en la casa, era un cuarto más, un lugar ideal para hacer tareas, dibujar, hacer experimentos y molestar a los estudiantes de telegrafía que en las noches usaban las líneas para practicar. Abría la llave de la magneta y empezaba a decir mi nombre como un loco egocéntrico que se suelta gritando su nombre en una plaza. ¡Era lo único que sabía en clave Morse! Todo paró cuando mi papá recibió una reprimenda. “Dígale a ese Tal por cual… ¿es su hijo?”
El taller de la FEEP de Tzicatlacoyan, con financiamiento de la ONG española Ayuda en Acción, concluyó su escultura de papel maché con la representación del Tentzo, figura mítica de origen prehispánica situada en la parte alta del kiosco de la plaza principal de la comunidad de San Juan Tzicatlacoyan, Puebla. De acuerdo a la investigadora Antonella Fogetti ( Tenzonhuehue: El simbolismo del cuerpo y la naturaleza ), El Tentzo es una entidad “mitad dios y mitad no”, deidad antigua intrínsecamente buena, dadora de dones, que de acuerdo a la tradición tiene la facultad de asumir diferentes apariencias: catrín, charro, viejo barbón, anciana, mujer hermosa o animales diversos, que también podría ser interpretado como el famoso nahual o entidad similar. Hoy todos niegan venerar al Tentzo, pero las ofrendas periódicamente depositadas en su honor refieren todo lo contrario. Es una suerte de deidad negada pero viva, vigente. El Tentzo, cuyo nombre ostenta una montaña y la propia cordill...
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