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La lucha diaria


Transitaba ayer lunes con mis terribles preocupaciones a cuestas en mi vehículo destartalado, escuchando las noticias en el radio mientras manoteaba con repartidores de volantes, chicleros, limpiaparabrisas y vendedores de chácharas urbanas. Le di un peso a un anciano que estaba paradito en la calle, sin pedir pero con cara de hambre y el brazo estirado. La radio competía en volumen con el escape de autobús 77-A que, antes del verde en el semáforo, se me adelantó y se puso en mi carril. Está bien, tengo que reconocerlo, yo iba neurótico, y ese chofer me puso más. Le dediqué un disimulado corte de manga. A estas alturas del boulevard Hermanos Serdán, entre Valsequillo y Plaza Dorada, la calle está infestada de propaganda electoral. Ya se acabó, ya quítenla. Los excandidatos sonríen bobalicones a los incautos electores; la mayoría perdió, por cierto. Si, sí… tú ganaste, que te aproveche la sonrisa, pues. Señito, súbase a la banqueta, se la van a llevar… El ruido de las sirenas de una ambulancia que pasa a toda velocidad entre las filas de autos me trae la imagen de un brazo inerte colgando de la camilla, no sé por qué. Eso del brazo lo traigo desde anoche. Tal vez alguna foto que me impresionó, creo que hasta soñé con ella. Espero que Tes haya salido ya y esté en la entrada del Cench lista para subirse.

En una de las noticias el presidente Calderón, aprovechando el micrófono en un encuentro nacional de vivienda, se esmeraba por parecer verosímil. Le subí al volumen.

“… mi gobierno seguirá firme en la lucha para garantizar la seguridad de las familias”

¿A qué seguridad se referirá? –pensé al tiempo que advertí el amarillo y frené en el alto. ¿Garantizar la seguridad alimenticia, o la laboral o cuál? Pero Felipe estaba inspirado:

“El luchar por la seguridad no es en menoscabo de luchar por recuperar el crecimiento económico y el desarrollo con justicia; es más que la lucha por la seguridad, es la lucha por establecer una premisa fundamental del crecimiento que es la certeza jurídica”.

El Cench estaba a la vista. La lucha por los carriles de la derecha era encarnizada, en medio de camiones y combis que se paran de súbito para arrojar pasaje. También hay que luchar por un breve espacio donde pararme a recoger a Tes. Ya vi al franelero y él ya me anotó en su lista mental. ¡Soy víctima de los franeleros! Trataba de entender esa última frase del presidente Calderón que había alcanzado a escuchar. Un verdadero cartel de lucha libre y lucha reglamentada. No basta con luchar, pensé. Hay que actuar, como ahora lo hago yo para estacionarme. Hay que calcular. No basta decir que lucha por recuperar el crecimiento económico y el desarrollo con justicia. Tiene que hacer algo con las reservas que todavía quedan. Tiene que hacer algo contra los monopolios y contra los cacicazgos que tienen a México postrado desde hace un titipuchal de años. No luchar por establecer premisas, sino establecer las premisas con el poder que le otorga la presidencia, ahora que perdió el congreso. Ahí estaba Tes, afortunadamente. Siempre apago el radio con ellas, para evitar interferencia entre nosotros.

- Qué onda pá…
- Todo bien –respondí confundido.



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