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Luz y sus hermanas


Gracias a algunas indagaciones y a la ayuda de mi tía Silvia, hermana menor de mi mamá, he podido sacar en limpio algunos datos importantes sobre la familia de mi abuelita Luz, a quien vemos en esta fotografía de 1919 acompañada de sus hermanas y de un joven que no es Alfonso, su único hermano. Luz es la sonriente joven que se tapa un ojo con la mano y se puede apreciar el notable parecido con mi madre, Aída. Todos están metidos parcialmente en cestos, probablemente rarámuris, en cuyo caso se llamarían “guares”, que es el nombre que se les da a las cestas tejidas de una palma dura.

Luz es una de las seis hijas, además de Alfonso, el único hijo, del matrimonio compuesto por Pedro Bustamante y Dolores Martínez. De don Pedro sabemos muchas historias, de doña Dolores no sabemos prácticamente nada, excepto que un día fue desposada por “el patrón” virtualmente para que tuviera a sus hijos. Por orden de edad, los hijos fueron naciendo. Primero Libia, la más “célebre” de las hermanas de mi abuelita (adjetivo utilizado en la familia para designar imprevisible, chistoso, cómico y agradable familiar), que vivió toda su vida en la capital de Chihuahua y se casó con un buen hombre, el tío Ezequiel Chávez. A ella se debe aquella famosa frase familiar que hablaba de lo bien que había estado un jolgorio de la noche anterior, dijo Libia: “Muy bonita la fiesta, hasta balazos hubo”. Luego siguió Altagracia, conocida por aquella generación como Gona, pero por las siguientes generaciones como Grace, en inglés, pues como casi todas se volvió estadunidense. Estas dos hermanas, siendo niñas, fueron temporalmente “regaladas” a sus abuelitos, los padres de Pedro, para consternación de doña Dolores, que sufrió en silencio la pérdida de sus hijas, ciertamente parcial, porque regresaron ya de adolescentes. En tercer lugar está Alfonso, el hombre de la casa en ausencia de don Pedro. En cuarto lugar nace Carmen, apodada La Negra, una hermana muy poco comentada que murió muy enferma en los Estados Unidos, probablemente de alzheimer, pues las pocas evocaciones de su persona siempre fueron acompañadas de un velo de misterio y ternura fatal. Tal vez la enfermedad fue peor. A continuación nace Luz, la heroína de nuestra película, la más querida, rebelde y bonita de las hermanas (dicho por su nieto incondicional, es cierto), ella es la única que se saltará las trancas del autoritarismo de don Pedro, pagando muy caro por su acción y en cierta forma modificando completamente la vida de su familia. Después está Raquel, una mujer muy agradable que conocimos hasta los nietos medios, relativamente joven, así como la pequeña Victoria, que en sus visitas a Cuauhtémoc era una señora de mediana edad muy elegante, con mucha clase y con un castellano singular, como si trajera una canica en la boca (pensaba yo de niño). A ellas y a mi tía Grace las recibimos muchas veces en el Pueblo provenientes de los Estados Unidos, donde desposaron a altivos y rubísimos estadunidenses que no hablaban ni soca de español. Llegaban en vehículos muy grandes y elegantes, con cajas de ropa usada que repartían entre la prole, muy poco regalos y algunos dulces. Eran días de visita en los que la prudencia era demandada a cada uno de los treinta nietos que acostumbrábamos jugar en el jardín o en la huerta posterior a la casa de mis abuelos. El idioma cambiaba dentro de la casa, Aída y sus hermanas se ponían como castañuelas de felices y en general todo se movía tranquilamente en el interior, ante las furtivas miradas de los nietos que oteábamos desde el jardín. Y sí, nos permitían saludar, pero después… “¡vámonos, pa´fuera!”.

Por desgracia, fuera de Luz, no me es posible identificar a ninguna de sus hermanas que la acompañan en esta fotografía. Pero son ellas.


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