Como cinéfilo aplaudo todas las iniciativas que a favor del cine se hacen en cualquier parte, sobre todo en México y, en particular, en Puebla. Muchos fuimos los que quedamos satisfechos con la producción de la novela poblana Arráncame la Vida con apoyo logístico y financiero del gobierno estatal de Mario Marín; antes se había producido una decorosa película de animación llamado La leyenda de la nahuala. Una hermosa ciudad con espectaculares escenarios puede y debe ser aprovechada. Pero…
El pero con P mayúscula viene a cuento ahora con la participación del gobierno estatal en la producción de una película sobre una novela de Gabriel García Márquez. Hasta ahí todo pinta muy bien. Una fabulosa ciudad, un premio Nobel de literatura, una secretaría de cultura promoviendo el arte y el turismo en la entidad. La bronca es cuando sabemos que la novela de marras es una de las últimas del escritor colombiano: Memoria de mis putas tristes, una historia sobre un anciano muy mujeriego que tiene un capricho para su nonagésimo cumpleaños: desvirgar a una niña con la ayuda de un prostíbulo al que es asiduo y antiguo cliente. Más allá de la literatura y de García Márquez, el horno no está para bollos en este lugar y cualquier cosa que tenga que ver con niñas abusadas, pederastia y abuso infantil quema (perfora, magulla, raspa) la delgadísima piel dejada a las poblanas y poblanos (mexicanos en general) sobre el delicado tema del escándalo mediático-político-moral en el que estuvo involucrado el gobernador Marín al principio de su sexenio, para infortunio de todos, pues su gobierno, que podía ser un interesante sexenio para los poblanos, pues era claro que Marín tenía grandes y legítimas ambiciones políticas, resultó en un gobierno arrinconado que se ha entretenido en defenderse como gato boca arriba, sin proyecto, sin miras, sin futuro.
Llama muchísimo la atención la insensibilidad mostrada por todas las partes en la propuesta de este proyecto cultural, que abrirá la puerta al siguiente escándalo que, por supuesto, nos durará el resto del sexenio de Mario Marín y más, pues los coletazos alcanzarán proyectos posteriores, como la soñada alcaldía del secretario de gobernación, Mario Montero, que hoy mismo aclara en la prensa que “el proyecto sigue en pie” a pesar de la andanada de críticas que apenas comienza. Lidya Cacho, protagonista del escándalo referido del inicio sexenal, no deja mono con cabeza en su columna semanal del Universal y una organización llamada Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe denunciará ante la PGR a las autoridades estatales y al escritor por promover la pederastia.
En verdad no se entiende tanta torpeza, ausencia de miras, impertinencia de tocar este delicado tema en una situación social y política especialmente sensible para los habitantes. No se entiende que nadie le diga al gran Gabo lo improcedente de esta iniciativa, que los editores y productores no lo tomen en cuenta –o será que sí, que una cosa promociona a la otra y garantiza un escándalo que redundará en un éxito desde antes del estreno-, pero sobre todo, que el gobierno y sus costosos asesores no sean capaces de prever el gasto social y político que representará esta película en nuestras circunstancias; que aún escuchando los argumentos de las partes insistan en generar ocho columnas con temerarias frases como: “Sigue el pie: Segob”, que no ayudan a nadie, a nada, ni siquiera a la discusión.
El pero con P mayúscula viene a cuento ahora con la participación del gobierno estatal en la producción de una película sobre una novela de Gabriel García Márquez. Hasta ahí todo pinta muy bien. Una fabulosa ciudad, un premio Nobel de literatura, una secretaría de cultura promoviendo el arte y el turismo en la entidad. La bronca es cuando sabemos que la novela de marras es una de las últimas del escritor colombiano: Memoria de mis putas tristes, una historia sobre un anciano muy mujeriego que tiene un capricho para su nonagésimo cumpleaños: desvirgar a una niña con la ayuda de un prostíbulo al que es asiduo y antiguo cliente. Más allá de la literatura y de García Márquez, el horno no está para bollos en este lugar y cualquier cosa que tenga que ver con niñas abusadas, pederastia y abuso infantil quema (perfora, magulla, raspa) la delgadísima piel dejada a las poblanas y poblanos (mexicanos en general) sobre el delicado tema del escándalo mediático-político-moral en el que estuvo involucrado el gobernador Marín al principio de su sexenio, para infortunio de todos, pues su gobierno, que podía ser un interesante sexenio para los poblanos, pues era claro que Marín tenía grandes y legítimas ambiciones políticas, resultó en un gobierno arrinconado que se ha entretenido en defenderse como gato boca arriba, sin proyecto, sin miras, sin futuro.
Llama muchísimo la atención la insensibilidad mostrada por todas las partes en la propuesta de este proyecto cultural, que abrirá la puerta al siguiente escándalo que, por supuesto, nos durará el resto del sexenio de Mario Marín y más, pues los coletazos alcanzarán proyectos posteriores, como la soñada alcaldía del secretario de gobernación, Mario Montero, que hoy mismo aclara en la prensa que “el proyecto sigue en pie” a pesar de la andanada de críticas que apenas comienza. Lidya Cacho, protagonista del escándalo referido del inicio sexenal, no deja mono con cabeza en su columna semanal del Universal y una organización llamada Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe denunciará ante la PGR a las autoridades estatales y al escritor por promover la pederastia.
En verdad no se entiende tanta torpeza, ausencia de miras, impertinencia de tocar este delicado tema en una situación social y política especialmente sensible para los habitantes. No se entiende que nadie le diga al gran Gabo lo improcedente de esta iniciativa, que los editores y productores no lo tomen en cuenta –o será que sí, que una cosa promociona a la otra y garantiza un escándalo que redundará en un éxito desde antes del estreno-, pero sobre todo, que el gobierno y sus costosos asesores no sean capaces de prever el gasto social y político que representará esta película en nuestras circunstancias; que aún escuchando los argumentos de las partes insistan en generar ocho columnas con temerarias frases como: “Sigue el pie: Segob”, que no ayudan a nadie, a nada, ni siquiera a la discusión.
La sutileza de una pala mecánica...
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