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Don Pita y yo


Todo empezó con un gran agujero en una pared del siglo XVII de la librería-cafetería Teorema de la ciudad de Puebla, en su nueva sede. El hoyo en cuestión tiene una altura de 2.17 metros por 80 centímetros de ancho, y comienza a 1.40 metros del suelo. “¿Qué hacemos ahí?”, nos preguntamos algunos interesados. “Hagamos a Pitágoras”, sugerí. “Es buena idea, pero ¿quién es Pitágoras?”

Bueno, lo último no era una broma, pues había quien lo ignoraba, aunque la mayoría sabíamos que Pitágoras es el creador del Teorema, pero había ciertos matices que era necesario investigar, por lo menos en la Wikipedia. Pitágoras (570 a.C.) no descubre el teorema, describe una solución matemática en la arquitectura usada desde tiempo atrás entre los egipcios, mesopotámicos e incluso chinos, como se evidencia en la pirámide de Kefrén, datada en el siglo XXVI a. C., que se construyó basándose en el llamado triángulo sagrado egipcio, de proporciones 3-4-5, el teorema de Pitágoras, que explica los valores de los lados de un triángulo rectángulo, se utiliza para resolver problemas referentes a los citados triángulos. O un diagrama en la aritmética clásica china que representa la más antigua demostración conocida del teorema de Pitágoras. Un equilibrio de fuerzas asociado a una "solución por áreas", que otros autores relacionan con una equivalencia de triángulos, como la demostración euclidiana.


Rápidamente me puse a investigar sobre la iconografía relacionada con el gran Pitágoras. No hay muchas, como con Platón o Aristóteles, pero encontré una cabeza griega y un retrato de Pitágoras sosteniendo una pirámide, suficientes para empezar a trabajar la idea; otras imágenes y esculturas griegas me ayudaron a planear la caída de la toga y sus dimensiones, sobre todo a lo ancho, pues contaba sólo con 80 centímetros. No lo vas a creer, pero la aritmética más elemental es un gran reto para mí, tal vez porque nunca tuve jueguitos educativos.



Me puse manos a la obra. En profundas noches de cierzo otoñal apilé unas cajas y las desapilé, corté, cocí engrudo en cantidades industriales y don Pita comenzó a configurarse. Lo primero que hice fue la cabeza, su cara griega con un elegante turbante que Pitágoras ostenta en su cabeza-escultura original, pues se sabe que el sabio griego era calvo. Hice a continuación las manos, respetando que en la derecha llevaría una pirámide, pero jugando a la idea del café en la mano derecha, única licencia del artesano.

Ya, el mono de Pitágoras estaba de pie en nuestro estudio-sala de “su casa de usted”, como decimos aquí en Puebla. Tenía algunos hoyos por aquí y por allá, y su estatura de 1.95 metros se vio gravemente disminuida por un accidente relacionado con el engrudo y el peso, que motivó que fuera condenado a la horca en juicio fast track. Aún sin cabeza, el muñeco fue colgado de la escalera y estuvo ahí por dos o tres días, esperando a secarse. Pero el daño estaba hecho. El accidente le costó al mono 10 importantes centímetros que nunca más recuperará.

Súbitamente, los habitantes de esta casa comenzamos a notar la presencia del mono en medio de la sala. No era aún la imagen humana de un individuo, más bien se trataba de un edificio de papel que poco a poco iba adquiriendo forma humana, pero con mucha lentitud. Hasta que un día nos despertamos y ya no hubo forma de llamarle mono a esa representación. No era un ser humano, pero en la penumbra de las mañanas o de las noches poco le faltaba para empezar a hablar. De modo que no pudimos seguir llamándolo mono, ni muñeco, incluso tanpoco le podíamos llamar Pitágoras, pues este nuevo individuo había irrumpido en nuestra casa y, por lo visto, se disponía a cenar. Por eso le llamamos don Pita, porque se ganó su lugar por derecho propio.



Así fue que don Pita pasó, momentáneamente, a formar parte de la familia. En un lugar en donde yo he sido el macho dominante y el macho dominado, el único pues, la presencia de este nuevo ser no dejó de inquietar el frágil equilibrio de un matrimonio de más de veinte años: era más alto y decididamente más guapo que yo; sus ropas claramente más elegantes que las mías y, en general, tenía una personalidad arrolladora de la que yo carezco. Tuve que pararme a platicar con él (no se puede sentar, el muy…), convenimos entonces en que su breve estancia en mi hogar tenía que ser civilizada. Hice como que le servia una copita de tequila en su taza, me serví una verdadera en la mía, y brindamos por la armonía y la concordia. Yo era Dios, en todo caso, era su creador. Lo menos que podía hacer era dejar de ver con esos ojos a mi esposa.



Lo que pasó después de ese acuerdo fue mágico, celestial. Don Pita y yo hacemos una buena pareja (de machos alfa, se entiende), desde esa noche vivimos una fantasía artística universal, veinte siglos ligados por papel y engrudo, por ignorancias y sabidurías, por la relación entre los pesos físicos y el teorema de Pitágoras que, ayudados por un sheriff del Oeste, nos permitió que don Pita se mantuviera erguido y alto, a pesar de las pérdidas. Fue así que me prestó su toga para la fotografía, y en la semana que falta para ser entregado al hoyo aquel, espero que se impongan la paz y la civilización. Aunque estaré vigilante.

- Son las dos de la mañana ¿a dónde vas?
- Al baño.
- Ah, bueno.

Comentarios

  1. jajajajajaja.....si...me siento identificada con las preguntas nocturnas...

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