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Mundo feliz


En agosto de este año cientos de mujeres pobres fueron convocadas a recibir un crédito mediante un mecanismo conocido como banco popular. Se inscribieron decenas de grupos que, de acuerdo al reglamento, tenían que estar compuestos por doce personas de mutua confianza. Unos días después, de pronto, una orden deidéica echó por tierra toda la organización, en esos días se vivía la mayor incertidumbre de la crisis económica y todas tomaron como bueno el pretexto y encarpetaron el asunto.

Los meses pasaron y la crisis ha tenido, al menos en los números de los gobiernos, un destino menos fatalista. A finales de noviembre, súbitamente, el dinero etiquetado para tal fin comienza a quemar las manos de los funcionarios encargados de aplicarlo a aquellos créditos, no es políticamente correcto que se devuelva al erario público, además de que podría redundar en algunos beneficios políticos para los benefactores que entreguen la lana, pues siempre se ve bien “dar” a los pobres los beneficios que tanto demandan, en este caso mujeres. Fuimos convocados dos empresas y un francotirador –yo- para contactar a los grupos formados en agosto y convencerlos de llevar a cabo el trámite, sólo que ahora teníamos, no los cuatro meses pactados originalmente para una tramitación ordenada y eficaz, suficientes para los análisis financieros y las capacitaciones que garantizaran un buen uso de esos recursos, sino cinco días de una semana poco organizada en la que las mujeres de los grupos tendrían que compilar la información y los documentos esenciales para lograr el crédito, pues el miércoles 3 el aparato político, en solemne acto, entregará los créditos a las señoras.

Nos repartimos los grupos entre los presentes y nos pusimos manos a la obra. A mi me tocaron diez, que en resumen rápido arrojó este resultado después de cinco días: tres no aparecieron, sus datos estaban mal o no estaban, apareciendo sólo el nombre de una señora o un teléfono que no funcionaba; una se mostró interesada en la primera llamada, después negó haber hablado conmigo e, incluso, llamarse como habíamos acordado que se llamaba. Los seis grupos restantes trabajaron arduamente durante esos días reuniendo los expedientes. Estaba claro que necesitaban el crédito, que pondrían su mejor esfuerzo por cumplir los urgentes beneficios.

En las últimas horas antes del cierre de plazos la confusión privó entre todos. Las señoras eran convocadas no sólo por nosotros, sino por la propia dependencia, que les proponía presentarse en sus instalaciones, apuntarse en las capacitaciones, entregar los expedientes directamente con “el jefe”, etcétera. Ante esa duda yo sugerí –como ellas deseaban- ir directamente con el jefe, que súbitamente se había mostrado tan amable y servicial, dando por terminado mi trato con el grupo respectivo, que resultaron ser dos de los cuatro. De las dos que me quedaban, una presidenta de grupo me habló para narrarme su fracaso y agradecer mis atenciones, sólo había juntado a diez, pero en última hora dos “se le rajaron”. Ni hablar.

Finalmente pude cumplir mi tarea con uno de los grupos, al que llevé personalmente a que hicieran entrega de sus expedientes, que era la idea original. El sabor que me deja todo este desmadre no me sorprende pero resulta amargo, para no variar. Así hacemos las cosas en este país. Olvídate de análisis financieros, de proyecciones y de prospecciones adecuadas para el destino de esos recursos, que reunidos a nivel nacional es una cantidad más que respetable. Cada quien hará lo que le dicte su corazón hacer. El dinero se entregará, ya no quemará las manos de los políticos que lo manejan, se verá bien políticamente hablando, todos quedarán bien, pero ¿se invertirá adecuadamente de acuerdo a la filosofía de estos bancos populares, que promueven el autoempleo, la regularización del comercio, la responsabilidad individual, la generación de riqueza…? ¡Pero qué importa eso! Lo importantes que nuestras metas se cumplieron, quedamos bien con la licenciada y el licenciado está feliz.



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