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Coaliciones


Los analistas y los partidos políticos se desgarran las vestiduras en este momento con el tema de las coaliciones electorales. El anatema principal es la conjunción de “los derechistas” del PAN con los “izquierdistas” de PRD en algunos estados, entre los que se encuentra Puebla. Aquí, la diabólica combinación reuniría a estos partidos, junto a convergencia y PT, en torno a la candidatura de un señor que fue priísta toda su vida, nieto de exgobernador y alto funcionario de gobiernos del PRI hace menos de diez años, además de ser claramente ahijado de Elba Esther. Sus convicciones políticas, como a muchos políticos en este país, le permitieron dar un saltito estrambótico para acomodarse en el PAN, donde fue recibido con los brazos abiertos.
Ahora lo quieren mezclar (¡Oh, Dios!) con un grupo de partidos prácticamente inexistentes en esta entidad, un puñado de politiquillos de baja estofa que han aprovechado las diferentes coyunturas para acomodarse como diputados plurinominales en el ámbito federal y estatal, funcionarios de dónde se pueda y eternos asistentes a los mítines de “oposición”. Todos, los unos y los otros, los de derecha y los de izquierda, carecen de ideología propiamente dicha, navegan con los vientos que soplan en el poderoso PRI estatal, los caprichos legales de la dizque reforma electoral y las diversas alquimias que mueven los mecanismos del poder de este desafortunado país. Porque, eso sí, todos ellos son los que se han repartido las diferentes tajadas, tajaditas y migajas de poder que se ofertan cíclicamente en el supermercado político, propiedad de los partidos. Ahí no se pelean, en ese monopolio de propiedad privada de la política mexicana todos los partidos están de acuerdo. “Te toca la gerencia, mano”; “Y tú: ¡a la intendencia!”; “¿Puedo poner a mi pariente de cerillito?”

Dicho lo cual, apoyo enteramente las coaliciones de partidos, y en mi loca postura lo llevo más allá: que también se integre el PRI a la coalición de partidos. Eso nos ahorraría seis meses de desgastantes campañas que podríamos aprovechar, con la cascada de recursos destinados a ella, para debatir si alguno de ellos (ya no hay “ellos”, ahora es uno solo) tuviera alguna idea para sacar a nuestro estado y a nuestro país del atolladero. Hablo de temas muy aburridos como desempleo, corrupción, reformas estratégicas, salud, educación, política cultural, que en esta nueva circunstancia no se resolverían con las famosas frases de campaña habituales: desarrollo y bienestar; consolidación de la democracia; equidad y apertura política, etc., sino mediante análisis ciudadanos sobre las cosas que nos gustaría que cambiaran en este país. El candidato único, producto de la gran coalición, tendría seis meses para escuchar, no las mentiras y exageraciones de sus contendientes, tampoco los golpes bajos sobre sus familiares y sus negocios, sino las necesidades de un pueblo ansioso por hacerse escuchar, a los especialistas de las universidades y los grupos ciudadanos organizados que tienen muchos años proponiendo acciones coherentes a favor del país, no de un partido ni muchos menos de un candidato en particular, que ya nos tienen hasta el gorro.


Comentarios

  1. Ok, un candidato único de coalición, cuya campaña se dedique con todos sus recursos a la construcción de mecanismos y medios de auditoría para la sociedad.

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  2. Muy interesante como siempre...Vivimos tiempos grises, enanos, chatos...llenos de mediocres. ¡Pobre México!

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