miércoles, 3 de febrero de 2010

Jaime y su yo


De entre las muchas historias que Jaime me ha contado, destaca una que corresponde a su adolescencia, cuando tenía unos doce o trece años, e iba saliendo de la casa para dirigirse a algún lugar indefinido. En la banqueta se encontró a dos muchachos jóvenes, mayores, que al verlo pusieron cara de extrañeza. “Oye –le preguntó uno al otro mientras detenía a Jaime-, ¿no es el mismo chavalo que acabamos de ver en la plaza?”; “se parece mucho”, dijo el otro y preguntó a Jaime: “¿tienes un hermano gemelo?” Jaime respondió que no. “Chale, pues te acabamos de ver en la plaza, bato. Y ahora te vemos salir de tu casa. No entiendo”. “Córrele –lo apuró uno de ellos-, ibas hacia el cine, a la mejor todavía lo encuentras. De verdad eras tú”. Jaime se deshizo de los sujetos, pero cambió de dirección. Su objetivo era ahora la plaza del pueblo, donde lo aguardaba su otro yo. Corrió las tres o cuatro cuadras que lo separaban de la plaza, imaginando a cada zancada cómo sería ese otro Jaime y qué reacción tendrían al verse frente a frente. Tras unos minutos, por fin, llegó a la plaza de armas y se buscó en todas las esquinas y detrás de los árboles, infructuosamente. No había ningún Jaime ahí, tal vez se habían tratado de una broma.

Desde ese día –interpreto yo con arbitrariedad-, Jaime se buscó, encontrándose de tarde en tarde, para perderse la pista una y otra vez. Tal vez por eso se hizo arqueólogo e historiador. A lo largo de su vida ha tenido felices encuentros consigo mismo, en cada uno de su decena de libros sobre arqueología, historia y testimonios del Estado de México; en cada hijo, en cada talla de madera. El día de hoy Jaime se confronta una vez más en su espejo vital, existencial, universal. Es su cumpleaños. Felicidades, hermano.
2

El día de su cumpleaños número 30, por coincidencia, murió el más importante cocodrilo que haya tenido la literatura mexicana: Efraín Huerta, el poemáximo de los poemínimos, que dejó de existir el 3 de febrero de 1982. Dedico al cumpleañero uno de sus poemas más famosos: Avenida Juárez.

“No se tiene respeto ni para el aire que se respira
ni para la mujer que se ama tan dulcemente
ni siquiera para el poema que se escribe.
Pues no hay piedad para la Patria,
Que es polvo de oro y carne enriquecida
Por la sangre sagrada del martirio.

Pues todo parece perdido, hermanos,
mientras amargamente, triunfalmente,
por la Avenida Juárez de la Ciudad de México
-perdón, México City-,
las tribus espigadas, la barbarie en persona,
los turistas adoradores de lo que el viento se llevó,
las millonarias neuróticas cien veces divorciadas,
los gánsterns y Miss Texas,
pisotean la belleza, envilecen el arte,
se tragan la oración de Gettysburg y los poemas de Walt Whitman,
el pasaporte de Paul Robertson y las películas de Charles Chaplin,
y lo dejan a uno tirado a media calle
con los oídos despedazados
y una arruga postal de Chapultepec
entre los dedos.”



1 comentario:

  1. jajaja que loco!! que salio a buscarse...
    no cualquiera haria eso....eso solo nos deja pensar...¿qué tiene en la cabeza el tío? jajajajaja

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