Por solicitud del Cabildo de la ciudad de Puebla, los jesuitas determinan el 9 de mayo de 1578 fundar el Colegio de la Compañía de Jesús de San Jerónimo, que tiempo después daría origen a la Universidad de Puebla. Hoy lo conocemos como El Carolino, uno de los edificios emblemáticos de la ciudad y orgullo incuestionable de los poblanos, pues alberga en su interior joyas de la categoría del Salón Barroco y la Biblioteca La Fragua.
Por el Carolino han pasado todas las inteligencias imaginables, se han hecho estudios eruditos de sus interiores y sus características arquitectónicas; es un símbolo de la más alta cultura novohispana y de la más refinada cultura del México independiente. Sin embargo, como todo edificio varias veces centenario (cumple hoy 432 años), El Carolino registra en su historia recuerdos de cultura popular que, como este de doña Viviana Palma, recuerda aquellos bailes de los años 40s del siglo pasado.
“Fue una época para mi muy bonita, porque ya creció uno y ya estando en la adolescencia, poco más, pues era costumbre ir a misa de 11, porque en las tardes no había misa, nada más había misa a medio día. Salía uno de la misa y se iba uno al zócalo, donde daba vueltas uno al zócalo, las vueltas que uno quisiera. La podía uno dar a la derecha o al revés, al contrario, pero acostumbraba uno ponerse su mejor vestido, se usaba el sombrero, se usaban los guantes, y no porque uno quisiera, sino que así era la costumbre y así los veía uno en los aparadores, que un sombrerito del color de los guantes, del color de los zapatos. Y bueno, pues uno lo veía bien. A mi me tocó esa época.
“Al Carolino fui dos veces. En ese entonces me llamaba la atención ver al señor Vélez Pliego, alto, pero yo no lo veía moreno, sino como verde. Lo veía yo así como verdoso, bueno, un moreno raro. Y lo veía porque era pretendiente de una amiguita. Me invitaron esas muchachas que eran unas hermanas. Vamos, vamos. Eran los sábados o los domingos, en la tarde. Fui un par de veces y se ponía muy bonito. Tocaba una como orquestita lo de moda. Iban los muchachos, pues todos con sus trajes, porque no era como ahora, que son más informales. Iban todos con sus trajes y todos muy peinados. Era la costumbre en esa época porque los domingos y los sábados se ponían su traje y su saco y todo lo demás. Y como a las siete de la noche se acababa. Se acababa temprano. Eran unas tardeadas de las cuatro de la tarde a las siete. Muy sanas tardeadas, muy divertidas. Todo mundo tenía la atención de ir a pedir la pieza, no como ahora que se levanta uno así nomás. En ese entonces no, era muy formal. Y a las 7 de la noche, los músicos guardaban sus instrumentos y eso quería decir que hasta ahí. Pero era un patio bonito. Me acuerdo que sí era un patio.
“Había unos bailes muy formales, nomás fui a uno. Blanco y Negro. Iba uno de largo, muy peinado, muy engomado. Los peinados se usaban muy pegados, no se usaba el crepé ni los postizos, sino que se usaban pegaditos, así marcando un ondulado, muy marcado, pegaditos a la cabeza”.
Por el Carolino han pasado todas las inteligencias imaginables, se han hecho estudios eruditos de sus interiores y sus características arquitectónicas; es un símbolo de la más alta cultura novohispana y de la más refinada cultura del México independiente. Sin embargo, como todo edificio varias veces centenario (cumple hoy 432 años), El Carolino registra en su historia recuerdos de cultura popular que, como este de doña Viviana Palma, recuerda aquellos bailes de los años 40s del siglo pasado.
“Fue una época para mi muy bonita, porque ya creció uno y ya estando en la adolescencia, poco más, pues era costumbre ir a misa de 11, porque en las tardes no había misa, nada más había misa a medio día. Salía uno de la misa y se iba uno al zócalo, donde daba vueltas uno al zócalo, las vueltas que uno quisiera. La podía uno dar a la derecha o al revés, al contrario, pero acostumbraba uno ponerse su mejor vestido, se usaba el sombrero, se usaban los guantes, y no porque uno quisiera, sino que así era la costumbre y así los veía uno en los aparadores, que un sombrerito del color de los guantes, del color de los zapatos. Y bueno, pues uno lo veía bien. A mi me tocó esa época.
“Al Carolino fui dos veces. En ese entonces me llamaba la atención ver al señor Vélez Pliego, alto, pero yo no lo veía moreno, sino como verde. Lo veía yo así como verdoso, bueno, un moreno raro. Y lo veía porque era pretendiente de una amiguita. Me invitaron esas muchachas que eran unas hermanas. Vamos, vamos. Eran los sábados o los domingos, en la tarde. Fui un par de veces y se ponía muy bonito. Tocaba una como orquestita lo de moda. Iban los muchachos, pues todos con sus trajes, porque no era como ahora, que son más informales. Iban todos con sus trajes y todos muy peinados. Era la costumbre en esa época porque los domingos y los sábados se ponían su traje y su saco y todo lo demás. Y como a las siete de la noche se acababa. Se acababa temprano. Eran unas tardeadas de las cuatro de la tarde a las siete. Muy sanas tardeadas, muy divertidas. Todo mundo tenía la atención de ir a pedir la pieza, no como ahora que se levanta uno así nomás. En ese entonces no, era muy formal. Y a las 7 de la noche, los músicos guardaban sus instrumentos y eso quería decir que hasta ahí. Pero era un patio bonito. Me acuerdo que sí era un patio.
“Había unos bailes muy formales, nomás fui a uno. Blanco y Negro. Iba uno de largo, muy peinado, muy engomado. Los peinados se usaban muy pegados, no se usaba el crepé ni los postizos, sino que se usaban pegaditos, así marcando un ondulado, muy marcado, pegaditos a la cabeza”.
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