Llegó el censor, un amable joven que probablemente se llamaba Inegi González porque sería lo único que le faltaba, pues todo él era una sola identificación: gorra, chaleco, credenciales, morral, tabla y por supuesto hojas con la identificación del instituto contador.
El cuestionario un poco desconcertante, por su brevedad. Básicamente fueron unas cuantas preguntas: cuántos cuartos hay en la casa, si tiene uno lavadora y otros electrodomésticos, hasta computadora e internet. Luego los nombres propios de los habitantes. Fulano y zutana; fulanita y zutanita. A continuación una hoja de preguntas para cada uno: edad, educación, religión, estado civil, si habla algún idioma indígena y si cuenta con servicios médicos. Y ya. ¿Ya?
Sí, señor, ya –respondió el joven Inegi-, está muy corto porque la gente no quiere cooperar. Nos cierran las puertas en las narices y tienen mucha desconfianza –me confió Inegi y aprovechó para preguntarme por los vecinos- ¿No sabe del señor de aquí?
No, pues no.
Bueno, pues muchas gracias –me dijo Inegi y puso una calcomanía de censado en nuestra puerta.
Me hubiera parecido útil saber si la casa era propia o alquilada; si tenía un empleo fijo, coche, esperanzas. Ya entrado en gastos, me gustaría que el censo fuera un cuestionario que retratara la situación real de los mexicanos, incluso alguna opinión sobre preocupaciones nacionales como el petróleo o la violencia. Si tiene uno familiares que anden de migrantes en el “otro lado”, si está uno conforme con las autoridades, con los políticos, con los diputados. Por supuesto nada de eso es posible, pues es un censo de población y vivienda, pero me cayó el veinte de lo necesarios que son los plebiscitos, las consultas ciudadanas, los referéndum en un país en donde nadie te pregunta nada, nomás hacen y deshacen más allá de tu opinión, de tu parecer. Luego salen con que la verdadera encuesta nacional son las elecciones. Pues no, no estoy de acuerdo. No me gusta ningún candidato ni tampoco ningún partido. Esa democracia que nos ofrecen es la menos democrática de las democracias, tener que votar por gente en la que desconfías, a la que no le crees nadita de lo que dice, porque son los mismos pillos que ya conoces y que quieren renovar sus jugosos contratos en la administración pública.
Despedí a Inegi González meditabundo, inconforme, taciturno. Ahora tengo que esperar diez años más para que me vuelvan a preguntar.
Unos días después de esta nota, apareció en Bajo Reserva de El Universal este apunte que no requiere acotación alguna:
“El INEGI se topó con un fenómeno al iniciar el censo: sus encuestadores han sido encuestados. Un porcentaje alto responde al cuestionario con preguntas: ¿Cuándo habrá oportunidades de empleo? Y, ¿el gobierno piensa que con estos sueldos vamos a salir de la pobreza? No es broma. Nos cuentan que los enviados del INEGI han sido incluso agredidos porque no se incluyeron preguntas sobre el poder adquisitivo y en zonas como Satélite, una señora escribió en la hoja: “Estoy contestando su encuesta porque me encontró en mi casa, ya que no tengo trabajo desde hace varios meses”. *
* El Universal, 7 de Junio de 2010
El cuestionario un poco desconcertante, por su brevedad. Básicamente fueron unas cuantas preguntas: cuántos cuartos hay en la casa, si tiene uno lavadora y otros electrodomésticos, hasta computadora e internet. Luego los nombres propios de los habitantes. Fulano y zutana; fulanita y zutanita. A continuación una hoja de preguntas para cada uno: edad, educación, religión, estado civil, si habla algún idioma indígena y si cuenta con servicios médicos. Y ya. ¿Ya?
Sí, señor, ya –respondió el joven Inegi-, está muy corto porque la gente no quiere cooperar. Nos cierran las puertas en las narices y tienen mucha desconfianza –me confió Inegi y aprovechó para preguntarme por los vecinos- ¿No sabe del señor de aquí?
No, pues no.
Bueno, pues muchas gracias –me dijo Inegi y puso una calcomanía de censado en nuestra puerta.
Me hubiera parecido útil saber si la casa era propia o alquilada; si tenía un empleo fijo, coche, esperanzas. Ya entrado en gastos, me gustaría que el censo fuera un cuestionario que retratara la situación real de los mexicanos, incluso alguna opinión sobre preocupaciones nacionales como el petróleo o la violencia. Si tiene uno familiares que anden de migrantes en el “otro lado”, si está uno conforme con las autoridades, con los políticos, con los diputados. Por supuesto nada de eso es posible, pues es un censo de población y vivienda, pero me cayó el veinte de lo necesarios que son los plebiscitos, las consultas ciudadanas, los referéndum en un país en donde nadie te pregunta nada, nomás hacen y deshacen más allá de tu opinión, de tu parecer. Luego salen con que la verdadera encuesta nacional son las elecciones. Pues no, no estoy de acuerdo. No me gusta ningún candidato ni tampoco ningún partido. Esa democracia que nos ofrecen es la menos democrática de las democracias, tener que votar por gente en la que desconfías, a la que no le crees nadita de lo que dice, porque son los mismos pillos que ya conoces y que quieren renovar sus jugosos contratos en la administración pública.
Despedí a Inegi González meditabundo, inconforme, taciturno. Ahora tengo que esperar diez años más para que me vuelvan a preguntar.
Unos días después de esta nota, apareció en Bajo Reserva de El Universal este apunte que no requiere acotación alguna:
“El INEGI se topó con un fenómeno al iniciar el censo: sus encuestadores han sido encuestados. Un porcentaje alto responde al cuestionario con preguntas: ¿Cuándo habrá oportunidades de empleo? Y, ¿el gobierno piensa que con estos sueldos vamos a salir de la pobreza? No es broma. Nos cuentan que los enviados del INEGI han sido incluso agredidos porque no se incluyeron preguntas sobre el poder adquisitivo y en zonas como Satélite, una señora escribió en la hoja: “Estoy contestando su encuesta porque me encontró en mi casa, ya que no tengo trabajo desde hace varios meses”. *
* El Universal, 7 de Junio de 2010
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