En 1914, el teatro Morelos de la ciudad de Aguascalientes reúne a lo más granado de la insurrección en México para desconocer al presidente de México. Asistieron carrancistas, maderistas, villistas y zapatistas, nombrándose finalmente a Eulalio Gutiérrez como presidente reconocido por la Convención.
Muchas guerras le faltaban a la Revolución, pero fue este día cuando ocurrió aquella deliciosa anécdota narrada por Martín Luis Guzmán en El águila y la serpiente en la que el orador predilecto de Zapata, Antonio Díaz Soto y Gama –en la foto-, ofreció un discurso ataviado de abundantes evocaciones bíblicas –“el Sinaí, Moisés, el rayo y el trueno”- que ni conmovían ni dejaban indiferente a la multitud. En la última parte de su soflama, con innecesario dramatismo, Díaz Soto tomó una bandera mexicana que estaba en el estrado y expresó con desprecio:
“¿Qué valor tiene este trapo teñido de colores y pintarrajeado con una imagen de un ave de rapiña?”
El auditorio enmudeció. Díaz Soto estaba en vena:
“¡Cómo es posible, señores revolucionarios, que durante cien años los mexicanos hayamos sentido veneración por semejante superchería, por semejante mentira…!
El público se impacientó en sus asientos y muchos jefes voltearon a verse con expresión de dudas, visiblemente incómodos. Pero Díaz Soto a punto estaba de arrancar de su nicho a la bandera. Y justo cuando expresaba…
“Lo que esta hilacha simboliza vale lo que ella, es una farsa contra la cual todos debemos ir…”
… el clamor se convirtió en insultos: “deje esa bandera, tal por cual”; “Zapata hijo de la…”.
“En aquellos instantes –escribe Martín Luis Guzmán-, Díaz Soto estuvo admirable. Ante la innúmera puntería de los revólveres, bajo la lluvia aireada de los peores improperios, se cruzó de brazos y permaneció en la tribuna, pálido e inmóvil, es espera de que la tempestad se aplacase sola. Apenas se le oyó decir:
- Cuando ustedes terminen, continuaré”.
Ref. Martín Luis Guzmán, El Águila y la serpiente, Editorial Porrúa, 1084, p. 331-332
Mafa y Sibila S, bienvenidos y gracias.
Muchas guerras le faltaban a la Revolución, pero fue este día cuando ocurrió aquella deliciosa anécdota narrada por Martín Luis Guzmán en El águila y la serpiente en la que el orador predilecto de Zapata, Antonio Díaz Soto y Gama –en la foto-, ofreció un discurso ataviado de abundantes evocaciones bíblicas –“el Sinaí, Moisés, el rayo y el trueno”- que ni conmovían ni dejaban indiferente a la multitud. En la última parte de su soflama, con innecesario dramatismo, Díaz Soto tomó una bandera mexicana que estaba en el estrado y expresó con desprecio:
“¿Qué valor tiene este trapo teñido de colores y pintarrajeado con una imagen de un ave de rapiña?”
El auditorio enmudeció. Díaz Soto estaba en vena:
“¡Cómo es posible, señores revolucionarios, que durante cien años los mexicanos hayamos sentido veneración por semejante superchería, por semejante mentira…!
El público se impacientó en sus asientos y muchos jefes voltearon a verse con expresión de dudas, visiblemente incómodos. Pero Díaz Soto a punto estaba de arrancar de su nicho a la bandera. Y justo cuando expresaba…
“Lo que esta hilacha simboliza vale lo que ella, es una farsa contra la cual todos debemos ir…”
… el clamor se convirtió en insultos: “deje esa bandera, tal por cual”; “Zapata hijo de la…”.
“En aquellos instantes –escribe Martín Luis Guzmán-, Díaz Soto estuvo admirable. Ante la innúmera puntería de los revólveres, bajo la lluvia aireada de los peores improperios, se cruzó de brazos y permaneció en la tribuna, pálido e inmóvil, es espera de que la tempestad se aplacase sola. Apenas se le oyó decir:
- Cuando ustedes terminen, continuaré”.
Ref. Martín Luis Guzmán, El Águila y la serpiente, Editorial Porrúa, 1084, p. 331-332
Mafa y Sibila S, bienvenidos y gracias.
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