Faltan unas horas para que termine este año y no recuerdo algún momento de mi vida que se equipare de estar tan contento por el final de algo. ¡Que año tan malo nos tocó vivir! Tanto, que cualquier cosa que ocurra en el 2011 no podrá ser tan malo como lo que ocurrió en este año que termina. Espero no exagerar (toco madera).
El mundo, el país, la ciudad, la familia, todo el conjunto tuvo en su haber lamentables saldos. La crisis económica envolvió cada uno de esos universos y nos lo hizo saber con toda clase de carencias, de insatisfacciones, de zozobras. Como nunca en mi vida tuve miedo a la inseguridad familiar, ambiental, económica. Nunca me había sentido tan desprotegido en cada renglón de nuestras sencillas existencias, inerme ante los embates de un sistema político voraz y egoísta, impotente ante enfermedades que desconocía, que despreciaba con olímpica ignorancia. Y ante ella ¡qué decir de nuestro sistema de salud social! Por más que lo busqué nunca pude encontrarlo. Si lo ves, por favor, salúdalo de mi parte.
Pero bueno, lo que no te mata te fortalece, dice el dicho. Y dice bien. Como el más ingenuo de los ingenuos espero que el año que entra todo sea menos malo y podamos mejorar un poco nuestras vidas. Verás que sí. Tengo grandes planes, como conseguir un empleo digno. Digno de llamarse empleo, porque mis pequeños empleos de este año no es que fueran indignos, todo lo contrario, pero fueron breves, transitorios, esporádicos. El asunto de la dignidad es un tema peliagudo porque su contraparte es infamante, soez, irrisoria: la indignidad. Cuando hablo de dignidad no quiero decir otra cosa que los satisfactores mínimos a que tienen derecho las familias: casa, vestido, vacaciones, etcétera. Esas pequeñas cosas que hacen a las vidas vivibles y que el subempleo, simplemente, no puede satisfacer. ¿Es mucho pedir? Con humildad pienso que no.
Bien, todas esas pequeñas cosas las sueño para el próximo año. No sé exactamente cómo van a suceder, pero pondré todo mi entusiasmo y esfuerzo para que sucedan. Por lo pronto basta de lloriqueos, pues a pesar de que el año ciertamente fue muy malo pasaron cosas felices y esperanzadoras, nacieron Leah y Mariano, nos visitó Cristina, Tono cumplió sesenta y Malú cincuenta… ¿qué otra cosa feliz ocurrió? Bueno, no se me ocurren otros eventos felices, pero hubo esos. Me la pasé muy bien trabajando con los artesanos de Tzicatlacoyan y sus hijas. Haciendo mis blogs. Reconozco la modestia de mis satisfactores pero es la vida que me toca vivir por estos tiempos.
Te agradezco tu atención al conjunto de mis necedades, expresadas en estas páginas. No sé si te ha dejado algo pero yo me he divertido mucho haciéndolo. Tampoco sé si lo voy a poder seguir haciendo, al menos con tanta regularidad. Es realidad no sé nada. Mi vida es como el vuelo de un papalote, emocionante en la medida en que puede subir o bajar considerablemente en cualquier momento. Te deseo lo mejor. Deseo al mundo lo mejor, a mi vecino, a mi perro, a mi gato.
El mundo, el país, la ciudad, la familia, todo el conjunto tuvo en su haber lamentables saldos. La crisis económica envolvió cada uno de esos universos y nos lo hizo saber con toda clase de carencias, de insatisfacciones, de zozobras. Como nunca en mi vida tuve miedo a la inseguridad familiar, ambiental, económica. Nunca me había sentido tan desprotegido en cada renglón de nuestras sencillas existencias, inerme ante los embates de un sistema político voraz y egoísta, impotente ante enfermedades que desconocía, que despreciaba con olímpica ignorancia. Y ante ella ¡qué decir de nuestro sistema de salud social! Por más que lo busqué nunca pude encontrarlo. Si lo ves, por favor, salúdalo de mi parte.
Pero bueno, lo que no te mata te fortalece, dice el dicho. Y dice bien. Como el más ingenuo de los ingenuos espero que el año que entra todo sea menos malo y podamos mejorar un poco nuestras vidas. Verás que sí. Tengo grandes planes, como conseguir un empleo digno. Digno de llamarse empleo, porque mis pequeños empleos de este año no es que fueran indignos, todo lo contrario, pero fueron breves, transitorios, esporádicos. El asunto de la dignidad es un tema peliagudo porque su contraparte es infamante, soez, irrisoria: la indignidad. Cuando hablo de dignidad no quiero decir otra cosa que los satisfactores mínimos a que tienen derecho las familias: casa, vestido, vacaciones, etcétera. Esas pequeñas cosas que hacen a las vidas vivibles y que el subempleo, simplemente, no puede satisfacer. ¿Es mucho pedir? Con humildad pienso que no.
Bien, todas esas pequeñas cosas las sueño para el próximo año. No sé exactamente cómo van a suceder, pero pondré todo mi entusiasmo y esfuerzo para que sucedan. Por lo pronto basta de lloriqueos, pues a pesar de que el año ciertamente fue muy malo pasaron cosas felices y esperanzadoras, nacieron Leah y Mariano, nos visitó Cristina, Tono cumplió sesenta y Malú cincuenta… ¿qué otra cosa feliz ocurrió? Bueno, no se me ocurren otros eventos felices, pero hubo esos. Me la pasé muy bien trabajando con los artesanos de Tzicatlacoyan y sus hijas. Haciendo mis blogs. Reconozco la modestia de mis satisfactores pero es la vida que me toca vivir por estos tiempos.
Te agradezco tu atención al conjunto de mis necedades, expresadas en estas páginas. No sé si te ha dejado algo pero yo me he divertido mucho haciéndolo. Tampoco sé si lo voy a poder seguir haciendo, al menos con tanta regularidad. Es realidad no sé nada. Mi vida es como el vuelo de un papalote, emocionante en la medida en que puede subir o bajar considerablemente en cualquier momento. Te deseo lo mejor. Deseo al mundo lo mejor, a mi vecino, a mi perro, a mi gato.
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