La versión del Tratado de la Mesilla en la escuela primaria fue la de un robo. Los Estados Unidos robaron a los mexicanos un titipuchal de territorio. Y López de Santa Anna un traidor. Esa primera noción histórica estuvo conmigo buena parte de mi vida. Y el estado de ánimo nacional ha sido el de la resignación. Una pobre muchachita dizque gringa que ingresó a nuestro grupo en la escuela primaria pagó los primeros platos. La hicimos sufrir como si hubiera estado en la batalla de El Álamo y nosotros nos comportamos como miembros de la familia López de Santa Anna. En fin, un desorden cargado de injusticias que las monjas permitieron complacientes. Y aquellos muchachos de la escuela Niños Héroes fuimos durante un año cualquier cantidad de cosas, menos héroes, aunque confundíamos fácilmente un nacionalismo ridículo con heroísmo. En fin, ya nada puedo hacer por aquella niña que sufrió de veras.
En algún momento de mi vida me interesé en el tema y descubrí que “nuestros” territorios eran nuestros de acuerdo a lo que decían unos antiguos mapas de la Nueva España que hicieron los españoles en su momento, pero que en realidad pertenecían a unos personajes que no eran ni texanos, ni colonos irlandeses, ni mexicanos. Es más, no aparecían claramente en los papeles, ni el los tratados, ni firmaron nada. Lo único que hicieron fue defenderse de la invasión de unos y otros hasta que los aniquilaron a bayoneta calada. Ellos fueron los que perdieron su territorio, pero la efeméride no sería tan heroica ni nos daría pie para la celebración de una más de nuestras derrotas, nuestro ancestral resentimiento antiyanqui y el sagrado martirologio nacional.
Por eso la efeméride tradicional reza así:
El 13 de diciembre de 1953 se firma el Tratado de La Mesilla, donde el gobierno de Antonio López de Santa Anna “cede” a los Estados Unidos más de cien mil kilómetros de territorio mexicano, además de otras prerrogativas de tránsito libre por Tehuantepec. El gobierno de Antonio López de Santa Anna recibe a cambio diez millones de pesos.
En México nos quedamos con una expresión que ahora usamos cotidianamente: “ni modo, compadre”, pero prefiero para el caso una expresión de mis amigos chilenos que expresan también casi para todo: “sí, po guevón”.
En algún momento de mi vida me interesé en el tema y descubrí que “nuestros” territorios eran nuestros de acuerdo a lo que decían unos antiguos mapas de la Nueva España que hicieron los españoles en su momento, pero que en realidad pertenecían a unos personajes que no eran ni texanos, ni colonos irlandeses, ni mexicanos. Es más, no aparecían claramente en los papeles, ni el los tratados, ni firmaron nada. Lo único que hicieron fue defenderse de la invasión de unos y otros hasta que los aniquilaron a bayoneta calada. Ellos fueron los que perdieron su territorio, pero la efeméride no sería tan heroica ni nos daría pie para la celebración de una más de nuestras derrotas, nuestro ancestral resentimiento antiyanqui y el sagrado martirologio nacional.
Por eso la efeméride tradicional reza así:
El 13 de diciembre de 1953 se firma el Tratado de La Mesilla, donde el gobierno de Antonio López de Santa Anna “cede” a los Estados Unidos más de cien mil kilómetros de territorio mexicano, además de otras prerrogativas de tránsito libre por Tehuantepec. El gobierno de Antonio López de Santa Anna recibe a cambio diez millones de pesos.
En México nos quedamos con una expresión que ahora usamos cotidianamente: “ni modo, compadre”, pero prefiero para el caso una expresión de mis amigos chilenos que expresan también casi para todo: “sí, po guevón”.
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