miércoles, 16 de febrero de 2011

El Chueco Carreras


El 16 de febrero de 1917 fusilan al valiente revolucionario tamaulipeco Alberto Carreras Torres, cuando gracias a él estaban a punto de instalarse los ramales telegráficos y ferroviarios hasta el pueblo donde vivía su madre y su familia, Tula, Tamaulipas. Treinta años después algunos durmientes y rieles del ferrocarril, así como toneladas de alambre telegráfico, permanecían impávidos y oxidados en el patio trasero de la propiedad familiar. Todo lo suspendió su muerte, todo se paralizó cuando Carreras se entregó a sus enemigos para ser fusilado.

Alberto Carreras Torres es un personaje que merecería un mejor espacio en la historia de la Revolución Mexicana, a la par de Pascual Orozco y otros valerosos hombres que tomaron las armas desde el primer momento. Entusiasmado por las ideas de los Flores Magón, Carreras se afilió al Partido Liberal Mexicano desde 1905, posteriormente se adhirió al maderismo en el momento mismo de la convocatoria, lo que le valió persecución y cárcel. En prisión fue torturado con saña y perdió la movilidad de una de sus piernas, pero nunca de su espíritu móvil y combativo, con una buena estrella militar. Lo que no le quitó el apodo amistoso del Chueco Carreras.

Ese mismo año de 1910 funda el Ejército Libertador de Tamaulipas y toma Tula (Tamaulipas), al año siguiente, en su breve pero ascendente carrera militar, tuvo algunas victorias locales que lo catapultaron a hazañas mayores. En 1914, como estratega carrancista, toma las ciudades de Guanajuato, Irapuato, León y Celaya, y fue como comisionado hasta Yucatán y Campeche.

El atrevimiento mayor, y tal vez la causa por la que Carreras debería estar en el olimpo de los héroes (es decir, escuelas con su nombre, calles, algún poblado y una esculturita por aquí y por allá), fue la elaboración del primer ordenamiento agrario de la revolución, “Ley Ejecutiva de reparto de tierras”, que desconocía al gobierno de Victoriano Huerta y que fue expedida el 4 de marzo de 1913.

A partir de 1915 las cosas no marcharon bien para Alberto Carreras Torres, su padre muere por las heridas en batalla, fracasa en sus intentos por tomar algunas plazas, pero sobre todo sufre su propio quebranto físico al complicarse las heridas de su pierna, que finalmente fue cortada, para serle instalada una prótesis de madera.

La tristeza abatió a este valiente revolucionario tamaulipeco, profesor, abogado y general de las mejores causas revolucionarias, se retira de la lucha armada, unos meses después se entrega a sus perseguidores y este día de 1917, en el panteón de Ciudad Victoria, es fusilado por un solemne pelotón, dos meses antes de cumplir treinta años. La leyenda dice que su pata de palo no fue enterrada con su cuerpo, que alguien la llevó hacia el sur, donde les daba por honrar extremidades. Pero ni así se le hizo justicia.



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