El 19 de marzo de 1823 el primer imperio moderno mexicano llega a su fin.
Hacía apenas tres meses que con enorme pompa en ciudades augustas como Puebla se declaraba el júbilo inaudito por el emperador, derretidas de agradecimiento por su mandato soberano. En un delicioso documento del Archivo Municipal de esta ciudad, recientemente publicado –de hecho, presentado ayer en la Feria del libro de la Buap-, nos provee el tono de aquellas ridículas cabriolas a su majestad, cuyo poder iban a degollar en unos cuantos días.
El Ayuntamiento de Puebla hacía saber a sus ciudadanos:
“Que en consecuencia de los prevenidos en el soberano decreto del 5 de septiembre último (1822), acordó en cabildo de este día se haga el solemne juramento de reconocimiento y obediencia a Su Majestad Ilustrísima el Señor Don Agustín Primero (Q.D.G.) a las tres de la tarde del domingo 8 del corriente en los tres actos y lugares que ha sido costumbre. Y por cuanto este singular motivo demanda que todo Ciudadano públicamente manifieste su júbilo, amor y gratitud hacia el augusto Libertador del Imperio…” Firmas sonorísimas de los gobernantes de turno en la ciudad.*
Lo que es la política, de ayer y de hoy, de siempre. El malhadado emperador cae de la gracia y este día de 1823 se derrumba de la gracia del pueblo. Qué majestad ni que nada, el tal Agustín presenta ante el Congreso su abdicación al trono, pues los liberales lo traían cortito con su sueño republicado y Santa Anna ya se andaba levantando en armas. Los diputados –siempre alzando el dedo- aceptan la renuncia de aquel efímero emperador que había iniciado con solemnidades catedralicias apenas ocho meses antes, el 21 de julio de 1822.
No contentos con eso, unos meses después, el Congreso General Constituyente lo declara “traidor y fuera de la ley, enemigo público del estado y reo de muerte si regresaba a México”. No había Internet. Bueno, no había ni telégrafo. Al parecer nadie le avisó a Agustín de tamaña amenaza, la cosa es que regresó a México dos meses después; mientras esperaba el equipaje del vapor es aprehendido en Padilla y sin demasiado trámite fusilado en caliente el 19 de junio de 1824. Tan tan.
* Destino México, testimonios en el Archivo Histórico Municipal de Puebla 1808-1931, Coordinado por Felícitas Ocampo López y Aurelia Hernández Yahuitl (gracias por el libro), Buap, H. Ayuntamiento de Puebla, 2010, p. 100
Hacía apenas tres meses que con enorme pompa en ciudades augustas como Puebla se declaraba el júbilo inaudito por el emperador, derretidas de agradecimiento por su mandato soberano. En un delicioso documento del Archivo Municipal de esta ciudad, recientemente publicado –de hecho, presentado ayer en la Feria del libro de la Buap-, nos provee el tono de aquellas ridículas cabriolas a su majestad, cuyo poder iban a degollar en unos cuantos días.
El Ayuntamiento de Puebla hacía saber a sus ciudadanos:
“Que en consecuencia de los prevenidos en el soberano decreto del 5 de septiembre último (1822), acordó en cabildo de este día se haga el solemne juramento de reconocimiento y obediencia a Su Majestad Ilustrísima el Señor Don Agustín Primero (Q.D.G.) a las tres de la tarde del domingo 8 del corriente en los tres actos y lugares que ha sido costumbre. Y por cuanto este singular motivo demanda que todo Ciudadano públicamente manifieste su júbilo, amor y gratitud hacia el augusto Libertador del Imperio…” Firmas sonorísimas de los gobernantes de turno en la ciudad.*
Lo que es la política, de ayer y de hoy, de siempre. El malhadado emperador cae de la gracia y este día de 1823 se derrumba de la gracia del pueblo. Qué majestad ni que nada, el tal Agustín presenta ante el Congreso su abdicación al trono, pues los liberales lo traían cortito con su sueño republicado y Santa Anna ya se andaba levantando en armas. Los diputados –siempre alzando el dedo- aceptan la renuncia de aquel efímero emperador que había iniciado con solemnidades catedralicias apenas ocho meses antes, el 21 de julio de 1822.
No contentos con eso, unos meses después, el Congreso General Constituyente lo declara “traidor y fuera de la ley, enemigo público del estado y reo de muerte si regresaba a México”. No había Internet. Bueno, no había ni telégrafo. Al parecer nadie le avisó a Agustín de tamaña amenaza, la cosa es que regresó a México dos meses después; mientras esperaba el equipaje del vapor es aprehendido en Padilla y sin demasiado trámite fusilado en caliente el 19 de junio de 1824. Tan tan.
* Destino México, testimonios en el Archivo Histórico Municipal de Puebla 1808-1931, Coordinado por Felícitas Ocampo López y Aurelia Hernández Yahuitl (gracias por el libro), Buap, H. Ayuntamiento de Puebla, 2010, p. 100
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