Siempre tuve la idea de que la historia de Leona Vicario se relacionaba con el sureste mexicano, donde uno de los estados lleva el nombre de su esposo, Andrés Quintana Roo, pero su vida no tiene nada que ver con aquellos rumbos, sino con la ciudad de México. Y su relevancia histórica tampoco depende de que haya contraído nupcias con el abogado y político insurgente, sino con su decidida participación individual en la lucha emprendida por Miguel Hidalgo y José María Morelos desde el origen mismo en 1810.
El 10 de abril de 1789 nace Leona Vicario en la ciudad de México, donde muere a los 53 años, en 1842. Al inicio de la independencia, Vicario ayudó a los insurgentes con dinero y medicinas, dio refugio a sus fugitivos y escribió, publicó y repartió volantes y panfletos de propaganda contra el gobierno colonial.
Como al resto de los insurgentes primigenios, a Leona tampoco le fue muy bien que digamos. Como miembro del grupo secreto los Guadalupes –adelantada nominación que hoy usaría un grupo de rock-, Leona fue aprehendida, encarcelada y despojada de sus cuantiosos bienes. Ayudada a escapar, huye a Michoacán en donde se casa con Quintana Roo, insurgente a su vez, por lo que siguen huyendo juntos, al grado de que su primera hija, Genoveva, nace en una cueva de los bosques michoacanos, por negarse reiteradamente a aceptar los indultos que le eran ofrecidos desde la capital.
Tuvo la fortuna de ver consumada la independencia de México y la tristeza de observar los caóticos años de vida independiente. Sin embargo, algo de sus bienes incautados le son restituidos, lo que permitió a Leona Vicario seguir escribiendo sus ideas hasta el día de su muerte, por lo que es considerada la primera periodista de México.
Como muchos de los protagonistas que aparecen en estas páginas memoriosas, Leona Vicario, sin duda, merecería un lugar más prominente en la historia oficial del país por el que dio su piel, su sangre y su tranquilidad. Su condición de mujer es probablemente el primer gran obstáculo que enfrenta su memoria, pero su independencia, su heroica necedad por consumar sus fines, la convirtió en un símbolo subversivo tan peligroso entonces como ahora.
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